Discurso

Esta fiesta del trigo refleja la suprema alegría del hom­bre cuando ve que la tierra le devuelve en frutos su desvelo. Constituimos un país de profunda tradición agro­pecuaria y, por eso, la fiesta del hombre de campo es la fiesta de toda la nación. Cuando luchamos por desarrol­lar la industria nacional no establecemos contradicción alguna entre la industria y el agro. Al contrario, hemos sostenido repetidamente que no puede hablarse de un efect­ivo desarrollo industrial si no está sustentado en la creciente productividad de la tierra. Cuanto mayor sea la importancia de nuestra industria, mayor será la demanda de productos agrarios, porque esta demanda crece propor­cionalmente a la elevación del nivel de vida producido por el auge industrial. La agricultura sustenta a la indus­tria de dos maneras: proveyendo alimentos para sus traba­jadores y materias primas para sus procesos mecánicos.

En las más grandes potencias industriales del mundo, como los Estados Unidos de América, los ingresos que la nación obtiene de la industria se vuelcan en parte al sub­sidio a los productores agrarios en el conocido sistema de la paridad de precios. Es interesante señalar que en ese país de libre empresa el Estado regula y subvenciona a la agricultura en miles de millones de dólares. Esta acción intervencionista del Estado en favor de uno de sus sectores económicos es posible y conveniente porque el desarrollo y la potencia creciente del estado industrial permiten la compensación. Y esta función compensadora se mantiene en el país del norte a pesan de la insistente protesta de algunos círculos industriales contra lo que ellos califican de dirigismo en favor del campo. El hecho positivo que a nosotros nos interesa es que en ese país es tan grande el poderío de la industria que el Estado puede desviar una parte de sus utilidades al subsidio agrícola.

Este es un ejemplo que debe hacer reflexionar a todos aquellos que, entre nosotros, desconocen un hecho irreba­tible: la interdependencia de los sectores económicos, la concepción del mecanismo económico de una nación como unidad integrada e indivisible.

Este error se expresa de diferentes maneras, según sean el ángulo de enfoque y el interés en juego: existen teóri­cos de la economía agraria pura, que sostienen que nuestro país fue rico y próspero cuando solamente producía cerea­les, carne y lana y los canjeaba en el extranjero por pro­ductos manufacturados, incluso el calzado y el vestido que se elaboraban en Europa con nuestros cueros y nuestra lana. Este esquema funcionó sin tropiezos mientras éramos un país de diez millones de habitantes, de los cuales sólo una minoría participaba plenamente de la vida activa de producción y consumo. Mientras nos pagaban un precio retributivo por nuestras exportaciones y mientras el pro­ducto de las mismas alcanzaba para adquirir en el exterior todos los productos y artículos que satisfacían la reducida demanda interna. Todos conocemos hoy las causas inter­nas y externas que han tornado inoperante este esquema.

La integración del campo y la industria

El otro enfoque erróneo es el de considerar que el desa­rrollo industrial debe hacerse a expensas del agro.

En un país en desarrollo como el nuestro sería suicida sacrificar al campo para ayudar a la industria. También sería no solamente suicida, sino prácticamente imposible que una industria incipiente y con escasos capitales para su expansión subvencione la agricultura.

La solución efectiva y científica es la que se concreta en los planes de estabilización y desarrollo que el pueblo argentino está realizando con notorio e indiscutible éxito. Tanto en sus aspectos financieros como en sus aspectos económicos, estos planes tienen por objetivo el desarrollo integral y armónico del agro, la minería y la industria. Parten de la base de que no habrá una genuina recuperación nacional si los tres sectores no concurren en una total mo­vilización de sus recursos. para producir más y a menor costo. El problema argentino es hacer producir más, al campo, más a la minería, más a la industria. Y fortale­cer nuestra moneda y racionalizar la explotación para que estemos en condiciones de satisfacer la demanda interna a precios razonables e ingresar en el mercado mundial con precios competitivos.

Me dirijo aquí a una comunidad agraria, una de las grandes comunidades tipo de nuestro país. Estoy seguro de que todos los que me escuchan coincidirán conmigo en que el único problema que deben resolver es el de pro­ducir más y a menor costo, sin que el menor costo impida la elevación del nivel de vida. Ninguno de los que están presentes o me escuchan por radio cree que el problema agrario argentino se resuelve dividiendo la tierra y multi­plicando el número de propietarios. Entre ustedes habrá sin duda propietarios, arrendatarios y peones. Tanto el propietario que explota su predio, como el arrendatario que lo tiene en alquiler, como el peón que trabaja en el surco, tienen el mismo problema: necesitan tractores y máquinas baratas, buena semilla, plaguicidas, combustible, crédito bancario y rápida y compensadora comercialización de sus productos.

Esto es fácil de enunciar y difícil de conseguir. Para conseguirlo tienen que intervenir muchos factores, algu­nos propios del campo y otros ajenos a él.

La tecnología y productividad agraria

Para que el campo disponga de maquinaria y plaguici­das, es menester que una industria nacional sólidamente asentada se los proporcione para qué esta industria pueda producir a precios accesibles al agricultor, debe dejar de importar acero caro y combustibles y materias primas caras. Debe disponer de instalaciones y máquinas modernas que aumenten la productividad y reduzcan el costo de cada unidad. Debe aprovisionarse de hierro, acero, petróleo y gas producidos en el país. Entonces tendremos tractores y automotores baratos; ahora son caros porque se hacen con partes importadas y materia prima importada y la producción no satisface la demanda y, por consiguiente, no tiene el incentivo de la competencia.

Para que los productos de la tierra tengan un mercado interno de grandes dimensiones y puedan llegar rápida­mente y sin pagar fletes excesivos, hay que construir ca­minos y racionalizar el transporte.

Para que nuestros productos agropecuarios provean al país de las divisas indispensables para financiar nuestro desarrollo, es necesario incrementar la producción y con­servar y expandir los mercados extranjeros.

Por último, para que las comunidades rurales ofrezcan a sus habitantes el incentivo humano que los arraigue en el campo, deben disponer de energía, servicios públicos, luz, cultura y esparcimiento equiparables a los que disfru­tan los habitantes de a ciudad.

Así funcionan y prosperan las economías agrarias en las grandes potencias industriales del mundo. El campo deja de ser una ecuación primitiva y atrasada y adquiere la estructura y los caracteres de la economía y la sociedad industriales. Todo el país debe ser una inmensa comuni­dad interdependiente, con niveles de vida equiparables tan­to, en la ciudad como a el campo.

Este es el profundo sentido de la transformación que se está operando en nuestro país. Estamos reproduciendo en el interior argentino el vigor y las formas de vida antes concentrados en el cinturón de Buenos Aires. La magní­fica eclosión de la provincia de Córdoba, con sus centena­res de plantas industriales de diverso tamaño e importancia, es un ejemplo concreto y visible del salto que está dando la República. Córdoba es el prototipo de esta integra­ción de la industria el agro, que es el secreto del por­venir argentino.

Perspectivas del agro

Estamos aquí, en Leones celebrando el triunfo de las mieses. Ha sido un año bueno para los productores y para el acervo del país. Las perspectivas son igualmente excelentes en cuanto a la colocación de esta buena cosecha. Debemos dar gracias a Dios por haber premiado así el esfuerzo de sus hijos.

El país argentino seguirá siempre afirmado en la fera­cidad de sus praderas y en el tesón de quienes trabajan la tierra. Con estos hombres y mujeres que dan a nuestro pueblo la satisfacción de ser uno de los mejor nutridos del mundo, la nación tiene contraída una deuda. Debe dar al campo todo lo que necesita para aumentar su producción. Debe dar a los campesinos todo lo que necesitan para que su vida esté rodeada de las comodidades y de los beneficios culturales y materiales de que gozan las poblaciones ur­banas.

Puedo afirmar que los extraordinarios progresos que está realizando nuestro país en la explotación de sus recursos naturales y en la expansión de su industria se reflejarán de inmediato en el progreso del agro y sus trabajadores.

No estamos haciendo una nación para los privilegiados de la ciudad, ni para enriquecer a una nueva oligarquía. Estamos haciendo una nación para todos sus hijos, para los que forjan el acero y para los que roturan la tierra.

Los hombres de gobierno somos simples instrumentos de este pueblo en marcha. Pero quiero que estos esforzados productores del interior sepan que el gobierno no retro­cederá un solo paso en su política de estímulo al trabaja­dor de la tierra. En ella reside la riqueza básica de la República. Cuando levantamos una usina, cuando cons­truimos un alto horno, cuando tendemos un oleoducto y cuando ampliamos la red caminera, pensamos en el campo y servimos al campo.

Sin trigo y sin carne no habría industria. Sin industria peligran el trigo y la carne. Esta es la íntima convicción que anima a nuestros planes de gobierno.

El pueblo, base de la realización Campo e industria Campo e industria 

Pero los planes de gobierno tampoco son nada sin el apoyo del pueblo. Por eso nos sentimos fortalecidos cuando comprobamos, como hoy en Leones, que el pueblo tiene una clara conciencia de lo que se está haciendo en el país:

Podrán algunos políticos barajar combinaciones y ace­chanzas en ciertos círculos de la Capital Federal. El argen­tino que vive de su trabajo y contempla con orgullo la espiga que germinó con su sudor, permanece indiferente a los rumores y las conspiraciones. Está trabajando para sus hijos y para su Patria.

Yo me siento orgulloso de este pueblo. Y en los días más agitados y sombríos de mi gestión de gobernante he dirigido mi pensamiento a los provincianos que aran la tierra y se inclinan sobre el torno de la fábrica mientras una minoría conspira y se ofusca en la estéril disputa de las sectas y partidos. Dirijo mi pensamiento a los argentinos del cereal y del ganado de las fábricas y encuentro en ellos la base de la Argentina verdadera, la Argentina que lucha y no se abandona al escepticismo y la intriga:

Para estos argentinos trabaja el ciudadano que ellos llevaron a la Casa Rosada. Trabaja convencido de que la victoria del pueblo es ya una realidad y nadie puede malo­grarla. Solamente el pueblo mismo podría retardarla o dis­minuirla si se dejara ganar por la desconfianza y el temor. Pero he visto siempre, invariablemente, que el pueblo ar­gentino no desmaya, ni claudica, ni se deja confundir. Y ahora menos que nunca, cuando ya ha hecho el sacrificio mayor y toca con sus manos el triunfo.

Porque confío en el pueblo y en su firme conciencia nacional recorro los caminos de la Patria para decirle que no retroceda. Para decirle que esta nación de gente labo­riosa y apegada a su sola nativo, es eterna e invencible.

  Arturo Frondizi Campo e industria Campo e industria Campo e industria


reina del trigo
Frondizi felicitando a la Reina Nacional del Trigo

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