*) Raquel San Martín/Hinde Pomeraniec (Suplemento Ideas de La Nación)

El libro ¿Dónde queda el Primer Mundo? (Aguilar) contrasta la idea de “país desarrollado” con indicadores y experiencias, y construye una nueva cartografía de naciones exitosas

Un país-potencia -alguna vez un imperio- atravesado por tensiones nacionalistas y desigualdad decide abandonar la Unión Europea y amenaza con el colapso político y económico a un continente. Cruzando el océano, en la cuna del Tercer Mundo, un gobierno firma un acuerdo de paz con la guerrilla para terminar un conflicto armado de más de 50 años. En el país más poderoso de la Tierra, hubo en 2015 casi un muerto por día en tiroteos masivos de civiles y el racismo estructural parece fuera de control. El continente que es sinónimo de hambre, violencia y autoritarismos muestra uno de los éxitos económicos más importantes de la década pasada y se vuelve tierra prometida para inversores extranjeros. Los países económica y militarmente más exitosos se desploman en los rankings de bienestar de la población y calidad de vida.

No hace falta agregar nombres propios para dibujar el fenómeno: en todo el planeta, los países-paraíso que conocíamos (los desarrollados, los que quedan al norte del Ecuador) terminaron pareciéndose en muchos aspectos al mundo de la periferia. Al mismo tiempo, en regiones consideradas tradicionalmente atrasadas, surgen países o ciudades que desafían todos los indicadores (hay “ejemplos” económicos en Bolivia, Namibia o Nigeria, o en el desarrollo tecnológico de la India). Y en las cercanías del mundo desarrollado, otras naciones se afianzan en el camino que empezaron hace décadas: crecimiento sostenido y estabilidad institucional con mirada de largo plazo (Australia, Canadá, los países nórdicos).

Mientras el Tercer Mundo se globaliza, un profesional de clase media de Buenos Aires tiene más que ver con un par de Sydney o Tokio que con los más pobres de su misma ciudad. Y la desigualdad se convierte en el mal que acecha transversalmente a la humanidad. Cada vez hay ricos más ricos y pobres más pobres.

En mayo de 2014 publicamos una nota de tapa en el suplemento Enfoques de este diario, en la que nos ocupábamos de lo que entonces denominamos el nuevo ranking de países admirados, es decir, aquellos países en los que personas e instituciones de todo el mundo comenzaban a depositar sus expectativas pero en los que también se nos hacía posible a todos ver reflejadas las propias frustraciones como ciudadanos. Fue el germen de ¿Dónde queda el Primer Mundo?, que parte de una constatación: las coordenadas que definían el mundo que conocimos hasta hace pocas décadas -desarrollo y subdesarrollo, Primer Mundo y Tercer Mundo, derecha e izquierda- se mueven en direcciones confusas y explican cada vez menos. Nos preguntamos, entonces, ¿qué es hoy un país desarrollado? Y trazamos una hoja de ruta que empezó en el mismo concepto de Primer Mundo. Desde que se empezó a usar, en el apogeo de la Guerra Fría, ese mundo ideal tuvo diversos referentes y algunas variables precisas para ser medido, como la riqueza, la industrialización y la modernidad. A partir de la caída del Muro de Berlín en 1989, los referentes dejaron de ser los mismos y el fundamentalismo capitalista tuvo también su propia caída del Muro con la crisis financiera de 2008. Hoy, cuando se piensa en desarrollo, ya no se habla sólo de riqueza e industrialización, sino básicamente de bienestar.

Dos fenómenos pueden ayudar a definir esta nueva cartografía. Por un lado, la proliferación de indicadores globales que están dando forma al bienestar como nueva utopía. Contra el reinado del PBI como única medida concreta para apreciar la salud de una economía, estos indicadores resaltan otras cuestiones: la experiencia de ser pobre, la calidad de los servicios públicos, la performance y transparencia de los gobiernos, el stock de capital educativo, las posibilidades de participación política, la igualdad de género, la distribución de ingresos y recursos, el cuidado del medio ambiente y hasta la sensación subjetiva de felicidad.

Por otro lado, se está transformando el modo en que los países construyen poder en el escenario global. Si bien el poder militar y el económico siguen siendo claves para sentarse a la mesa de los que diseñan el mundo, esa mesa se ensanchó y hoy hay otros recursos que permiten ganarse el derecho a la silla. Las naciones medianas se hacen un lugar en el diálogo global a fuerza de instituciones estables, innovación y políticas públicas progresistas. Hoy, organizar un campeonato deportivo internacional, recibir refugiados, promover el intercambio de estudiantes, generar tendencias culturales u organizar una cumbre de presidentes puede “instalar” un país en la opinión pública global.

En este escenario, ¿qué tienen en común los países donde hoy “se vive bien”? La investigación y los viajes a distintos países nos permiten esbozar algunos indicadores propios. Al sur y al norte del globo, se trata de países en los que la vida cotidiana se simplifica con servicios públicos eficaces y confiables; donde existe una certidumbre sobre el futuro que permite proyectar; donde el respeto a ciertas reglas y el cuidado de los bienes comunes mantienen las disputas políticas bajo control y dan estabilidad a las instituciones; donde la brecha entre ricos y pobres es pequeña y mantenerla así es una preocupación cotidiana del gobierno y los ciudadanos; donde el respeto a los derechos humanos -diversidad, género, libertad de expresión- está asegurado; donde el sistema político dificulta la corrupción y castiga los episodios que puedan aparecer.

Si una novedad se adivina en el orden geopolítico que se está formando ante nuestros ojos es que para ser un país que asegure bienestar a sus ciudadanos ya no se necesita estar sentado sobre recursos naturales o armas nucleares, ni tener un territorio enorme o una población numerosa. Pragmatismo, equidad, cohesión social, planificación de largo plazo, educación y salud como bienes esenciales, respeto a las minorías y cuidado de los bienes comunes parecen ser los activos que más rápido convierten un territorio, a pesar de las zonas oscuras que siempre existen, en lo más parecido a un paraíso en la Tierra.

Anticipo

Aquí, tres fragmentos de ¿Dónde queda el Primer Mundo?, que recorren las experiencias de algunos países, que son a la vez ejemplos de distintos modelos: Noruega, Finlandia, Australia y Corea.

Noruega y Finlandia, milagros nórdicos

¿Existe en el mundo un lugar mejor que Noruega en términos de bienestar e ingresos? La pregunta resuena en la pequeña oficina blanca de la Confederación Nacional de Trabajadores de Noruega, donde Diis Bohn ejerce como responsable de relaciones internacionales. Periodista de profesión, Diis piensa unos segundos apenas y responde mirando a los ojos: “No creo. Es la totalidad que tenemos aquí lo que hace que este país sea tan bueno: el lugar del Estado, la participación de la mujer en la economía, y salud y educación de calidad y para todos”. Para Diis, la base del éxito está en la personalidad y la cultura del pueblo noruego, un pueblo protestante luterano cuyo principal mandato en la Tierra es trabajar duro para merecer las cosas. No obstante, y pese a ese acento fuerte sobre las características de la población, la Iglesia no tiene tanto poder en los países nórdicos como en los católicos, de manera que habrá que poner el foco en una razón más pragmática para explicar el desarrollo y esa razón podría ser el modelo que construyeron juntos a lo largo de los años empleadores y sindicatos, una receta que tiene como ingredientes el consenso, la consulta, la participación, la discusión y el respeto y la confianza. […]

Vecinos de Suecia y de su mirada amplia socialdemócrata sobre la obligación de dar amparo a los necesitados de asilo, ni Noruega ni Finlandia destacan sin embargo por su apertura, ni siquiera en estos momentos de crisis en los cuales cientos de miles de refugiados no consiguen ser recibidos en Europa. En los dos países hay necesidad de habitantes porque tienen poblaciones pequeñas y envejecidas, territorios amplios y urgencia por fondear el Estado de bienestar. No obstante, y pese a estas necesidades prácticas, se trata a la vez de comunidades cerradas y tradicionales, reacias a recibir inmigración en masa, por lo cual los trámites para ser admitido legalmente son exigentes.

[…] Finlandia tiene cifras similares a las de Noruega, en términos de población: 5,4 millones de habitantes, aunque bastante menos en lo relacionado con el PBI per capita: 47.000 dólares. Rodeada de mar, la capital, Helsinki, es la ciudad más extrema del norte de Europa. De tamaño mediano, es una ciudad limpia, cómoda, bella y dominable; con baja tasa de criminalidad y baja densidad de población (unos 560.000 habitantes, casi el 10% de todo Finlandia), un cóctel que permite que no haya aglomeraciones. Esto se suma al placer que ofrece la vista de sus construcciones, un paraíso de edificios clásicos y modernos que se conjugan para darles felicidad a arquitectos y amantes del diseño. Se trata de una ciudad perfecta para caminar o conocer en bicicleta, pero que también cuenta con un servicio público de transporte ideal, que cumple estrictamente con los horarios y en cuyos colectivos hay monitores que señalan las paradas con el tiempo necesario para no perderse. En Helsinki, igual que en el resto de Finlandia, hay escuelas públicas que garantizan nueve años de educación obligatoria y gratuita y servicios de salud provistos por un Estado de bienestar presente y activo.

Australia, el Primer Mundo del sur

Desde la cubierta del ferry que lleva en media hora de Sydney a un paraíso del surf, con el imponente edificio de la Opera House a un lado, y al otro el paisaje recortado de colinas que terminan en un mar azul surcado de veleros, no se puede sino coincidir con los nativos de esta isla: Australia es definitivamente a lucky country. Un país afortunado. La frase -algo así como el american dream de Estados Unidos- se repite en la Cancillería, en una casa de familia y en una tienda de suvenires, y se dice invariablemente con una media sonrisa, como la de quien no quiere revelar toda la verdad. Quizás porque, para ser justos con este Primer Mundo del sur de 23 millones de habitantes, haya que agregar a la geografía y el clima privilegiados, a los recursos naturales y la ubicación geográfica en la puerta de Asia, algo que no viene dado: una dosis de pragmatismo y mirada estratégica, y una conciencia de las posibilidades y limitaciones de un país. ¿Qué podemos hacer con esto que somos?, parecen haberse preguntado desde que los primeros británicos, en 1788, pusieron pie en el fin del mundo. Y la pregunta los llevó, en sus aún cortos años de historia -Australia existe como tal desde 1901-, a ser “innovadores” y valorar la “diversidad cultural” antes de que ésos fueran mandatos globales y a ofrecer a Asia sus recursos naturales antes de que el continente se convirtiera en una gigantesca contraparte para los negocios. […]

Es un país que puede tener cuatro primeros ministros en dos años, con disputas políticas encarnizadas entre el Partido Liberal y el Partido Laborista y dentro de ellos, pero en el que ninguna de estas turbulencias afecta demasiado la vida cotidiana de la gente ni la existencia de una planificación estratégica del país que se revisa cada dos años y no cambia sustantivamente con los dinámicos vientos políticos.

“Australia es una nación top 20. Sabemos que no somos una superpotencia global: tenemos 23 millones de habitantes, es decir, no necesariamente podemos tener una economía que supere la de Indonesia o India, que siempre serán más grandes. Sin embargo, la visión es que podemos ser un país que se mantenga entre los 20 más desarrollados del mundo en todos los aspectos, con una mirada más amplia de lo que eso significa: calidad de vida, servicios públicos, sustentabilidad de nuestras industrias, cuidado del medioambiente. Un país del que valga la pena ser ciudadano”, sintetiza Drew Dainer, el joven responsable de la sección Sudamérica en la Cancillería australiana. […]

Australia se presenta como un país “joven y vibrante”, “que mira al futuro”, en el que se formaron doce Premios Nobel, responsable del 3% de las investigaciones del mundo con menos del 0,5% de la población global. La nación en la que se desarrollaron el marcapasos, el ultrasonido, la vacuna contra el cáncer cervical, la tecnología de los Google Maps y del wifi, la caja negra de los aviones y el implante coclear. […] Un país de pioneros, que en su relato histórico domaron un paisaje salvaje y extendido hasta volverlo habitable en buena parte de sus costas, incluido el inhóspito norte de la isla.

El gran salto adelante de Corea

En 1965 el PBI per capita de Corea del Sur era menor al de Ghana y aún menor que el de Corea del Norte. En la década de 1970, los PBI de ambas Coreas eran similares. Hacia 1985, en Corea todavía los baños de las escuelas eran hoyos y los mejores edificios, réplicas de los estilos de Europa del Este. Hoy los baños son más limpios que las mesas de muchos restaurantes en otros países y los rascacielos y las autopistas cortan el aire. […]

Corea no sólo exporta celulares, tabletas y automóviles. Dentro de lo que el académico norteamericano Joseph Nye denominó “soft power“, los coreanos producen cultura y la exportan fundamentalmente a lo que se sigue llamando Tercer Mundo: países latinoamericanos, asiáticos, árabes o africanos. A diferencia de los verdaderos imperios, Corea conoce de propia mano qué es ser Tercer Mundo y además tiene los recuerdos frescos: sabe cuáles son las necesidades y deseos culturales que ahí anidan.

Y es por eso que décadas atrás invirtió desde el Estado en Internet para todo el mundo (los coreanos son conscientes de que si es sólo para pocos, no cumple la función que debe cumplir: divulgar la marca Corea en todas partes) y en la producción de celulares, tablets, autos, música, teleteatros, comedias y hasta grupos de muchachos o chicas que son en sí mismos productos que hoy se consumen como cool en Irán, México y Bolivia, por señalar sólo algunos de los nuevos y grandes consumidores del fenómeno musical K- pop.

Corea del Sur, en sí misma, ya consiguió convertirse en una marca que circula por el imaginario colectivo de los consumidores, incluso en materia gastronómica.

Por lo que hoy puede verse en las tres ciudades más importantes del país -Seúl, Daegu y Busán- hay mucho dinero, estrategia y energía puestos al servicio de dotar a Corea de más desarrollo y visibilidad de lo que ya tiene. El 25% de ese dinero que se ve en las inversiones llega de la mano del Estado, que acompaña de manera potente la inversión privada y empuja más que nadie para recibir inversión extranjera.

Una política de apertura en materia diplomática se percibe en todas las embajadas coreanas en el mundo. En la actualidad, Corea del Sur ya es un país del futuro, con ingeniería de avanzada, subtes y trenes bala con wifi para que la gente lea su diario, su libro o pueda trabajar mientras viaja; líneas de monorriel -trenes que van por arriba y parecen de ciencia ficción- para descomprimir el tránsito infernal pero sin abundar en la construcción de autopistas, fuerte tendencia al cuidado del agua y la naturaleza y edificios altísimos que albergan las compañías más importantes: un universo de finanzas, comercio e industrias en la misma región en la que China avanza con su locomotora, disputando la primera economía del mundo a Estados Unidos y Japón, tercera economía global, y viejo opresor de los coreanos con quien aún no están saldadas las muchas deudas que dejaron las heridas de la Segunda Guerra.

Fuente: lanacion.com


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Raquel San Martín

Periodista

Editora del suplemento Ideas de La Nación

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Periodista y escritoralanac

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