Hace cuatro décadas fallece en Buenos Aires, a los sesenta y tres años, Juan José Real, dirigente político que en el prólogo a su libro Treinta años de historia Argentina (1962) decía de sí mismo: “Mi padre fue peón de estancia; mi madre servía con una familia de estancieros tradicionales. A comienzos de este siglo vinieron a la ciudad, donde mi padre se transformó en obrero ferroviario. Él aspiraba a que todos sus hijos estudiaran, pero no fue posible. Todos comenzamos a trabajar desde niños. A los nueve años fui lavacopas en un almacén…” Seguidamente, Real aseguraba que no había podido completar siquiera la escuela primaria, pero sí convertirse en un tenaz autodidacta que a los trece años, siguiendo el itinerario paterno, también ingresaba “en el ferrocarril”, tomaba contacto con la Unión Ferroviaria, colaboraba en la biblioteca del gremio, consumía cuanta literatura “social” colocaran a su alcance, accedía al marxismo y se afiliaba –luego de un fugaz pasaje por el Partido Socialista– a la Federación Juvenil del Partido Comunista de la Argentina.

Ahora bien, es prudente advertir que en la actualidad, cuando promedia el año 2015, referirse a la existencia del “sistema socialista mundial” y su estrategia planetaria para emancipar a la clase trabajadora suena como un capítulo menor de una mitología vehemente. Incluso el entendimiento de las relaciones sociales en correspondencia con las relaciones de propiedad y generando a su vez poseedores y desposeídos –uno de los puntos de partida para quienes accedieran al marxismo–, hoy por hoy parece anacrónico, cuando no una pieza arqueológica. Entonces habrá que multiplicar el esfuerzo intelectual hasta poner en foco la entidad de un militante como Real, para verlo convencido de actuar en representación de los intereses objetivos de la clase trabajadora, esa entelequia que también ahora se presenta con bordes difusos, cuando no en vías de extinción. Sin embargo, es imprescindible imaginar cierto tipo de mentalidades; de lo contrario se acotaría peligrosamente la comprensión del pasado inmediato.

De nuevo Juan José Real: aquel niño trabajador y autodidacta sería poco después un precoz hombre de acción con un primer nom de guerre, “Máximo”, el cual cambiaría varias veces conforme se volvía un revolucionario experimentado y operaba su ascenso en el Partido hasta llegar a la Secretaría General. De ahí que “Máximo” fuera “Máximo Miranda” o “Comandante Miranda”, por ejemplo, durante la Guerra Civil Española, de la cual participó en calidad de comisario político de las Brigadas Internacionales del komintern, a cargo de las milicias latinoamericanas. Y de ahí que al final de la contienda, poco antes de la debacle de la República, el komintern lo remitiera a un campo de refugiados en Argelia, donde permaneció recluido hasta que pudo volver a su país.

Por aquellos años, casi en paralelo al regreso de Máximo a la Argentina luego de su fallida experiencia militar en España, el PC participaba de una alianza liderada por el radicalismo para enfrentar al candidato continuista de la dictadura, Robustiano Patrón Costas. Esa política le costó a Máximo ir preso a comienzos de 1943, y cuando la polarización parecía clara, con la derecha autoritaria por un lado y los radicales y el conjunto del progresismo por otro, bajo el extraño ropaje del golpe militar de junio de 1943 sucedió lo inesperado, el terso excluso, aquello que pronto se identificaría como “peronismo”.

Desde la cárcel Máximo pudo ver cómo se realineaban las clases y sectores de la comunidad y se articulaba una versión renovada del Movimiento Nacional, en esa ocasión liderado por Juan Domingo Perón. Luego, una vez recuperada la libertad en agosto de 1945, debió afrontar la contradicción de ascender hasta la cúpula del PCA, al tiempo que se profundizaban sus disidencias con la política de fondo promovida por la mayoría de los miembros del Comité Central. Mientras el Partido se desplazaba hacia la Unión Democrática (frente opositor con hegemonía de los conservadores) Máximo lideraba un alineamiento interno que postulaba la necesidad de acompañar la experiencia concreta de la clase trabajadora de entonces, casi toda peronista. Las diferencias se profundizaron. Y devinieron irreparables: a comienzos de 1953 Real fue destituido del Comité Central tanto por su “acercamiento al peronismo” como también por animar y dirigir un “brote de nacionalismo burgués”. Y dado que poco después recibiría la expulsión del Partido, Real quedó en la calle, y para subsistir debió aprender un nuevo oficio, el de linotipista. Entonces, como disponía de más tiempo, aprovechó esa circunstancia para encarar estudios siempre postergados de filosofía, historia y ciencias sociales.

Devuelto al llano, Real compartió con la gente de a pie las vicisitudes de una crisis política que en 1955 condujo al golpe militar y la caída del gobierno popular. Fueron años intensos pero especialmente confusos, con el Movimiento Nacional atravesando un cono de sombras, con Perón en el exilio, con Arturo Frondizi animando definiciones que llevarían a la ruptura de la Unión Cívica Radical y con Rogelio Frigerio formulando las líneas programáticas del nuevo frente desde la revista Qué. Fueron años que requerían decisiones urgentes y la puesta en juego de todas las reservas de creatividad, habida cuenta de que los dictadores apelaban a la represión por sistema y desbordante de crueldades y desmesuras, llegando incluso a la prohibición de nombrar al “tirano prófugo”. Entonces Máximo, que había estudiado la tesis sobre el problema agrario de Rogelio Frigerio, tomó contacto con la UCRI y luego, con Arturo Frondizi en la Presidencia de la Nación desde 1958, ingresó al núcleo generador de políticas públicas dirigido por Frigerio, aunque debiendo por sus antecedentes (cuando una de las acusaciones recurrentes de los golpistas era el marxismo-leninismo del presidente y sus colabores más íntimos) desenvolverse en una virtual clandestinidad.

Los militares voltearon a Frondizi en 1962, e inmediatamente después Real publicó Treinta años de historia argentina, libro al que siguió una investigación de lectura imprescindible: Lenin y las concesiones al capital extranjero (1968). Antes había dirigido ¿Qué hacer? Por la Nación y el Socialismo, una suerte de revista caudalosa que arrancó en 1964 y logró publicar cuatro números con gran parte de los artículos escritos por él, pero bajo varios seudónimos, entre los cuales se destacaba el de “Pablo Ibarra”, su nom de guerre periodístico preferido.

Así fueron, entonces y a grandes rasgos, los trabajos y los días de Juan José Real, un tenaz militante revolucionario comprometido con el destino de la comunidad nacional, un intelectual de primer orden que dedicó los últimos años de su vida a la docencia. En efecto, son legendarios los cursos y talleres dictados por Máximo, donde los alumnos accedían al pensamiento de Carlos Marx sin preconceptos y dogmatismos estériles, asimilando las condiciones y potencialidades provistas por la propia circunstancia histórica.


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