Inclusión financiera
Jubilados hacen cola en la puerta de un banco, el viernes 3 de marzo de 2020.

El viernes 3 de abril decenas de miles de adultos mayores se agolparon en las puertas de los bancos. Era el primer día que abrían después de haber estado cerrados dos semanas completas. La población de mayor riesgo ante el coronavirus se volcó en forma masiva a las calles, lo que generó una exposición masiva al eventual contagio de la enfermedad. ¿Podría haberse evitado? La escena puso en evidencia la importancia de la inclusión financiera. Y todo el camino que resta por recorrer.

La digitalización en el mundo y, más específicamente, en el sistema financiero avanza en forma continua. Cada vez hay más soluciones tecnológicas al alcance de nuestras manos, que buscan aumentar la autogestión de los usuarios. Pero uno de los grandes obstáculos en este proceso es la falta de educación financiera, justamente para ampliar el acceso y buen uso de estos productos y servicios.

Qué es la inclusión financiera
La inclusión financiera se constituyó en los últimos años en una meta primordial para los distintos gobiernos y organismos internacionales. Tal es su importancia, que la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, publicada en 2015, incluyó el acceso de los servicios financieros en cinco de los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS). La razón es muy clara: la inclusión financiera busca contribuir al desarrollo económico y social, mejorar las condiciones de vida de la población, e impulsar las actividades de las micro y pequeñas empresas.

El Banco Mundial define la inclusión financiera como el acceso de las personas físicas y las empresas a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades —transacciones, pagos, ahorros, crédito y seguro— prestados de manera responsable y sostenible. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por su parte, engloba en el concepto de inclusión financiera elementos tanto del lado de la oferta de los productos financieros como del de la demanda, lo que abarca el acceso, el uso, la calidad y el impacto sobre el bienestar financiero de las familias y las empresas.

La inclusión financiera en Argentina

Argentina se ubicó en el séptimo puesto del ranking de los 55 países más propicios para la inclusión financiera, publicado en 2019 por The Economist Intelligence Unit. Si bien el país escaló 33 posiciones con respecto a 2015, las multitudes de adultos mayores y beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en las puertas de los bancos en plena cuarentena, fruto de la desesperación por hacerse de dinero en efectivo, demostraron que aún falta mucho por avanzar.

Si medimos la inclusión financiera por la cantidad de cuentas bancarias disponibles, Argentina cuenta con un nivel alto, ya que el 80% de la población tiene acceso a una caja de ahorro, según el primer informe semestral de Inclusión Financiera del Banco Central de la República Argentina, publicado en 2019. Podemos pensar, entonces, que esta situación es como si fuésemos poseedores de un juego del que todavía no tenemos todas las instrucciones. Aunque el 80% de los argentinos tiene acceso a los productos financieros básicos, como las tarjetas de crédito y débito y los depósitos en cajas de ahorro, una fracción minoritaria conoce alternativas más sofisticadas de estos productos y tiene verdaderas habilidades para utilizarlas.

Las reglas del juego son, en este caso, las habilidades para el buen uso de los productos financieros, aplicar y manejar los conceptos básicos de las finanzas personales como el ahorro, el correcto uso del crédito, la jubilación o el valor del dinero. Esta carencia se convierte en una verdadera barrera para la inclusión financiera.

Qué camino seguir

Hoy vemos cómo la digitalización avanza en la región y en nuestro país a través del desarrollo de bancos digitales, la posibilidad de pagos electrónicos con dispositivos con QR y las billeteras digitales. Todo esto trae ventajas como la seguridad, la comodidad y poder obtener un historial crediticio para un eventual acceso a créditos con mayor facilidad.

Tenemos, por lo tanto, retos muy importantes por delante, como ampliar la educación financiera dirigida tanto a niños, jóvenes y adultos. Y no sólo en el manejo y conocimiento de los servicios financieros —como las formas de pago, de ahorro, de inversión y seguros—, sino también en el uso de los nuevos medios electrónicos y la incorporación de las habilidades que se necesitan para el mundo de hoy y el futuro.

El 54% de las transacciones realizadas en 2018 en Latinoamérica se realizó a través de la banca móvil, cuando hace apenas siete años solo el 1% del total se había realizado por medio de este canal. Esto deja en claro que la utilización del teléfono celular es el canal más dinámico, pese a que la infraestructura digital en América Latina aún tiene espacio por mejorar.

Considerando el gran acceso a los dispositivos celulares por parte de la población argentina, el desafío hoy es alcanzar la integración de todos los hogares y empresas a los servicios para lograr que los sistemas financieros sean más asequibles y equitativos.

Volviendo al tablero de aquel juego que nos habían entregado sin todas las instrucciones, para poder afrontar las crisis de mejor manera necesitamos contar con la mayor cantidad de jugadores capacitados, para lo que serán imprescindibles las acciones y políticas que las entidades con mayor responsabilidad puedan tomar. Eso incluye a los gobiernos, a los organismos internacionales y a las entidades financieras. Será ineludible, además, el compromiso de las generaciones nativas digitales para ayudar a que los demás también participen del juego.


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