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El presidente Macri, proyectado en una pantalla gigante durante la marcha del 19 de octubre en la 9 de julio

Mauricio Macri se veía aliviado. Acababa de sobrevivir a la mayor tormenta política de su vida. Felicitó a Alberto Fernández por el triunfo electoral y lo invitó a desayunar el día siguiente para comenzar la transición. El peronismo logró el domingo un triunfo contundente, pero no colmó las expectativas: creía que iba a arrasar. El resultado descolocó a todos. Ni los analistas más serios, ni los empresarios más influyentes, ni los dirigentes más experimentados creían que Macri podía sacar muchos más votos que en las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias). Yo tampoco.

Cuando ya lo daban por muerto, el presidente se salió del libreto. Hizo a un lado el manual duranbarbista y apeló a una campaña convencional: recorrió 30 ciudades del país, donde hizo 30 mítines. ¿La revancha de la vieja política? La primera reacción del establishment fue burlarse: que si era poca la gente, que si solo iban los viejos. La reacción social fue conmovedora: un sector amplio de la sociedad salió a las calles para apoyar al presidente.

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Marcha del 24 de agosto en Plaza de Mayo

Las marchas del Sí, se puede nacieron después de la manifestación del 24 de agosto en Plaza de Mayo. Dos semanas después de las PASO, en las que Juntos por el Cambio había perdido por 16 puntos, una multitud se congregó frente a la Casa Rosada y sorprendió hasta al mismo Gobierno. Ese día había bronca y desilusión. Nadie cantaba “se da vuelta”, el leitmotiv del último tramo de la campaña Macri. La respuesta del presidente fue salir del derrotismo confortable y emprender un camino arriesgado y desconocido para él. Se puso al frente del reclamo de ese sector que le pedía que no bajara los brazos. Hizo, en definitiva, lo que se supone que tienen que hacer los políticos: interpretar y representar a la sociedad. Sin focus groups, sin encuestas: pura intuición.

La campaña de Macri movilizó a sus votantes. La participación electoral subió desde el 76,4% hasta más del 80%, y premió al oficialismo en las urnas, que sumó 2,3 millones de votos con respecto a las PASO. Alberto Fernández recibió solo 200.000 votos más que en agosto. Por eso se acortó tanto la diferencia. En las PASO, Juntos por el Cambio había sacado el 31,79% y Todos el 47,78%. El domingo, el resultado fue del 40,44% contra el 48,03%. Juntos por el Cambio casi igualó su mejor resultado, el de 2017, y, además, dio vuelta la elección en cuatro provincias: Mendoza, Santa Fe, San Luis y Entre Ríos. En Córdoba superó el 60% de los votos. 

Como en el 83
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Manifestantes en la marcha del 19 de octubre en la avenida 9 de julio

Una mujer mordía un banderín de Argentina, aplaudía y cantaba “sí se puede”. Al lado, un joven con un bombo levantaba los ánimos. Y alrededor varios cientos de miles agitaban carteles y gritaban emocionados cuando Macri subió al escenario. La marcha del 19 de octubre en la avenida 9 de julio, que tuvo réplicas en el interior del país, fue el clímax del macrismo. La comparación con el acto de Raúl Alfonsín en el mismo lugar en 1983 se volvió obvia. Pero el caudillo radical lo había hecho durante el retorno de la democracia, rodeado de un clima de gran ilusión y expectativa. Macri reunió a sus seguidores tras cuatro años de un gobierno difícil, con una economía paralizada, la pobreza rumbo al 40% y una inflación que se proyecta hacia el 60% anual. El presidente logró que un sector amplio de la sociedad lo respaldara a pesar de la crisis. No eran solo los privilegiados ni los gorilas, Juntos por el Cambio mantuvo un alto grado de representatividad social.

Las marchas desde adentro mostraban una esperanza genuina en el proyecto del presidente. Fue un vuelco total con respecto al estado de ánimo previo a las PASO. El anteúltimo acto de Macri fue en Mar del Plata. Entre la multitud apretujada contra el escenario, una mujer de unos setenta años, con el celular en alto y el altavoz encendido, le decía a una amiga del otro lado del teléfono: “No sabés lo que es esto, Marta, ¿escuchás?”. A su lado, una pareja se llevaba a su casa un cartel con la foto de Macri y Vidal “para molestar a sus hijos”. Los hijos, claro, votaban al peronismo. Familias enteras, padres con niñas al hombro y grupos de amigos escuchaban entusiasmados al presidente; creían en la política.

Después de agosto, Macri encontró una causa por la que valía la pena luchar: dar vuelta la elección. Generó empatía, como la que genera un equipo de fútbol chico cuando enfrenta a uno grande. Salvo los hinchas del rival, la mayoría se ilusiona con el batacazo del más débil.

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Manifestantes en la marcha del 19 de octubre en la avenida 9 de julio
Soñar con los leones

La recorrida de Macri se asemeja al viaje de Santiago, el pescador de El viejo y el mar. En el libro de Hemingway, Santiago decide adentrarse en una zona del mar desconocida y peligrosa tras 84 días sin capturar una presa. Y cuando el resto de los pescadores ya consideraba que era incapaz lograrlo. El atrevimiento rinde frutos a Santiago, que pesca un merlín tan grande que no lo puede subir a bordo. Decide atarlo a su bote y volver a tierra. En el camino, da una batalla dura contra los tiburones, que pese a su pelea, devoran el pez espada. Al llegar, solo tiene un esqueleto gigante encallado en la costa. Fue un esfuerzo digno, enorme y sin ningún resultado concreto. Inútil. Pero había demostrado que todavía era capaz. Una vez en casa, Santiago pudo dormir tranquilo y soñar con una recuerdo de su época de marino, cuando navegaba por las costas de África: una playa recorrida por leones.

El escritor mexicano Juan Villoro subraya en el prólogo para una edición de El viejo y el mar que Hemingway tenía un interés especial por las historias donde las nociones de triunfo y derrota cambiaban de signo. Y cita una crónica de Hemingway sobre una pelea de boxeo en París, donde Charles Ledoux desafió al entonces campeón de peso pluma de Europa, Édouard Mascart. “Golpeado sin misericordia pero nunca dominado”, escribe Hemingway sobre Mascart, que perdió el título en aquella pelea. 

Macri tiene algo de Santiago y de Mascart, por la determinación de pelear hasta el final, incluso cuando sabía que la derrota estaba asegurada. La lucha, sin embargo, no fue en vano. El bloque de diputados de Juntos por el Cambio es el más grande de la Cámara Baja y el de Senadores está solo un escaño por debajo de la bancada del Frente de Todos. La UCR, el PRO y sus aliados retuvieron los gobiernos de más de 80 municipios intermedios o grandes en todo el país y los de tres provincias y la Ciudad de Buenos Aires. Quienes tenían planes de disolver la alianza oficialista tendrán que hacer las cuentas de nuevo. ¿Vuelve el bipartidismo? 

El principal desafío del presidente es hacer una transición ordenada y cumplir con el viejo anhelo de ser “el primer no peronista que termina el gobierno desde Alvear”. Todo parece indicar que va a lograrlo, aunque nunca se sabe. La foto de Macri y Fernández en la Casa Rosada el lunes después de las elecciones tiene una importancia institucional enorme. El llamado de Macri, al reconocer la derrota, a hacer una “oposición responsable”, también. El país atraviesa una crisis muy compleja y necesita que se construyan consensos amplios para salir adelante. El poder quedó equilibrado en el legislativo, lo que debería favorecer los acuerdos. El caudal de votos del presidente, el primero que pierde una reelección en la historia argentina, también es un signo de la estabilidad del sistema democrático. 

Independientemente de su futuro político, Macri podrá entrar a la historia como el dirigente que reunificó el no peronismo y lo convirtió en un espacio competitivo. Un espacio que tal vez algún día tenga un nombre propio. A partir del 11 de diciembre, Macri ya podrá relajarse, pensar en todo lo que logró y, al fin, soñar con los leones.


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