El exministro de economía del tercer peronista, José Ber Gelbard

Nació en abril de 1917 en Radomsko, ciudad polaca arrasada durante la segunda Guerra Mundial. Su familia judía había escapado a tiempo y, a mediados de los 30, radicado en el noroeste argentino. Parecía un personaje de John Le Carré, con un derrotero plagado de vicisitudes y claroscuros, aunque siempre ascendente.

De vendedor ambulante en Catamarca y Tucumán, pasó a ser dueño de una inmensa fortuna. Fue socio de la familia Madanes en las empresas FATE y ALUAR, la planta más grande de aluminio primario de Sudamérica, ubicada en Puerto Madryn  (Chubut).

Para ese tiempo, José Ber Gelbard –cuadro del Partido Comunista Argentino– era un reconocido personaje del mundo empresario proyectado a la política.

Jacobo Timmerman lo recordó como un “genio financiero del imperio económico montado por el comunismo argentino”, confiable para el Mossad, el Departamento de Estado y el Kremlin, amigo de Fidel Castro y Salvador Allende, conocido de los Kennedy, opositor de Nixon, aliado de López Rega y Montoneros. Esa versatilidad de “topo” define al personaje.

Su proyección más allá de los negocios fue resultado de la habilidad con que encaró el gremialismo empresario desde la Federación Económica de Tucumán, luego sumada a la Confederación General Económica (CGE), creada por Gelbard en agosto de 1952 y con todo el apoyo del gobierno peronista.

La idea de nuclear a federaciones de pequeñas y medianas industrias del país fue acertada, una forma de aglutinar a esa burguesía nacional siempre víctima de la macroeconomía. De allí su apoyo a la estrategia industrialista de Frondizi, a cuyo triunfo electoral contribuyó interviniendo –se dice– en el armado del pacto electoral con Perón.

Pero su hora más gloriosa llegó cuando asumió la cartera de economía en mayo de 1973, acompañando a Héctor Cámpora. Continuó con Lastiri y siguió –con más razón– hasta la muerte de Perón. Al a sumir María Estela Martínez, lo remplazó por Alfredo Gómez Morales, al cual sucede poco tiempo después Celestino Rodrigo. Variados análisis económicos consideran que el plan de Gelbard fue presupuesto necesario del Rodrigazo.

Vale, por tanto, una referencia al famoso Pacto Social, promovido ahora por Cristina Fernández de Kirchner, con el cual Gelbard quiso apaciguar las tensiones sociales en esos difíciles años de plomo.

En abril del 71, la CGE había condicionado su apoyo a Lanusse a que previamente convocara al empresariado nacional para “la concertación de un acuerdo socioeconómico como complemento indispensable” del Gran Acuerdo Nacional, promovido por el presidente de facto. Diez meses después, Gelbard y los suyos ya estaban en la vereda del frente, con Perón a punto de reinstalarse en Buenos Aires.

Los comunicados de la CGE, de fuerte tonalidad política, fueron la base de la propuesta de La Hora del Pueblo, un conglomerado armado a partir del recordado encuentro entre Perón y el líder radical Ricardo Balbín. Tal propuesta, conocida por esos mismos días, tenía un perfil dirigista casi igual –en los trazos gruesos– al modelo implementado entre 2007 y 2015.

La contracara fueron los postulados del documento La única verdad es la realidad, inspirado en la usina frigerista y de corte desarrollista, suscrito por Perón en febrero de 1972 para convocar al Frente Cívico de Liberación Nacional (FRECILINA). Fue descartado por el Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), vencedor de las elecciones de marzo de 1973.

Al asumir en el Ministerio de Economía, Gelbard propuso el Pacto Social –suscripto en el Congreso Nacional–  y un Plan Trienal “para reconstruir lo destruido”, con un arsenal de leyes, más retóricas que pragmáticas, detalladas por Daniel Muchnik en el libro citado al pie, con la consigna “inflación cero”.

La firme oposición desarrollista, expresada en las páginas de Clarín, tensionó las relaciones con Gelbard al extremo de haber intentado reducirle la pauta o clausurarlo. El viejo Frigerio lo había descalificado: “ensayo populista”, una reedición del plan Krieger Vasena (ministro entre 1966-1969), de estabilidad sin desarrollo que tarde o temprano afectaría el salario real y desalentaría las inversiones.

El populismo de la propuesta gelbardista y la ortodoxia liberal siguiente de Martínez de Hoz son dos caras de la misma moneda. Partían de diagnósticos equivocados y operaban con recetas monetaristas y fiscales. Uno para regular y redistribuir ingresos, otro para liberar la economía; ambos sin atacar las causas estructurales de la inflación, vinculadas a la recesión y desarticulación del aparato productivo.

El recordatorio de la expresidenta en la Feria del Libro resucitó a Gelbard… y constató la centralidad política de Cristina Fernández, corroborada por la cantidad de notas (ésta entre tantas) y análisis sobre Gelbard que se derivaron. Pero nada quedará finalmente una vez enfriadas nuestras fugaces pasiones. Cosas del temperamento criollo.

Castro Madero recuerda un oscuro incidente: en 1976 se denunció en Canadá al presidente de la AECL –la comisión de energía atómica de ese país–, quien tres años antes había depositado 2,5 millones de dólares en una cuenta numerada en Suiza. Lo había hecho por indicación de Italimpianti, una empresa italiana adjudicataria de la construcción de la Central Nuclear de Embalse en Córdoba, que también había hecho lo mismo a favor de un “intermediario”. Nada nuevo, dentro de todo.

La demanda motivó la intervención de la justicia argentina, de nuestra cancillería y la propia Comisión Nacional de Energía Atómica, pues comprometía al plan nuclear. Tras años de idas y vueltas, el Trade Development Bank fue obligado en 1985 a dar el nombre del titular de aquella cuenta: José Ber Gelbard. La revelación fue inconducente, pues la acción penal ya estaba extinguida por su fallecimiento, exiliado en Nueva York, en octubre de 1977.

La misma sublimación que elevó a Cámpora a los altares, pretende ahora irradiarse al ex ministro. Una cosa es resucitarlo, otra redimirlo. ¿Se vendrá La Gelbard?


A los efectos de esta nota consultamos los siguientes libros: Daniel Muchnik, De Gelbard a Martínez de Hoz (Ariel, Bs. As. 1978); Rogelio Frigerio, Diez años de la crisis argentina (Sudamericana, Bs. As. 1983); Carlos Castro Madero, Política nuclear argentina: ¿avance o retroceso? (IPN, Bs. As. 1991); María Seoane, El burgués maldito. La historia secreta de José Ber Gelbard (Ed. Planeta, Bs. As. 1998); Mario Morando, Frigerio, el ideólogo de Frondizi (A-Z, Bs. As. 2013).


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