Históricamente las elecciones legislativas han sido puntos de inflexión en los mandatos de los presidentes argentinos. El contundente respaldo obtenido en las urnas el pasado domingo deja mejor parado al gabinete nacional de cara a los acuerdos necesarios para implementar medidas orientadas, ya no a corregir los desequilibrios producidos por el gobierno antecesor, sino a impregnarle su marca propia a la marcha de la economía.

Esas decisiones deben estar dirigidas a generar condiciones favorables para atraer un ambicioso plan de inversiones, que son el centro neurálgico de todo programa de desarrollo. Deberían estar orientadas mediante herramientas de política económica con base en un esquema de prioridades previamente establecido. Pero, ¿es posible definirlas de manera similar a como lo hizo el gobierno de Frondizi, del cual el presidente Macri se declara admirador? Difícil. Las complejas condiciones socioeconómicas del país tornan incomparables los puntos de partida entre ambos gobiernos.

El mercado laboral global está cambiando y las competencias que las empresas demandan de sus trabajadores también lo están haciendo. El 75% de las profesiones del futuro aun no existen o se están creando, según los expertos. La mayoría, dentro del ámbito de las tecnologías de la información. El capitalismo ha evolucionado hacia una nueva fase y esto está modificando la dinámica de la economía y la estructura de las sociedades. El conocimiento ya es el recurso por excelencia.

Rogelio Frigerio advertía en la década del 80 sobre dos actitudes que no se deben adoptar a la hora de analizar los desafíos políticos que generan los procesos de transformación histórica. En su libro Ciencia, Tecnología y Futuro alertaba sobre el error de creer en los falsos riesgos, por apocalípticos, y de confiar en las soluciones mágicas de los fetichistas de la entonces llamada modernización.

Extrapolando este esquema de razonamiento, podemos sentenciar que en la era del conocimiento, los cambios que esta impone no resolverán por sí solos los problemas de nuestra economía subdesarrollada y desintegrada. Tampoco serán las causas del desempleo, la creciente desigualdad o la precarización laboral de las masas. Dependerá de la astucia de la clase política, los empresarios, los dirigentes sindicales y estudiantiles para encarar esos desafíos y la forma en que se dé respuesta a las siguientes preguntas: Ante estos cambios, ¿qué nos ocurrirá a nosotros? ¿Estamos preparados para entrar en condiciones a esa nueva fase del capitalismo o “el tren de la historia” nos pasara por encima una vez más y aumentará la brecha con los países desarrollados?

Educación para el desarrollo

La reforma educativa que impulsa el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que entre otras cosas intenta adecuar la escuela secundaria al mercado laboral, desnuda esas actitudes equivocadas frente al cambio que denunciaba Frigerio. La era del conocimiento aterroriza a algunos actores que bajo lemas pseudoprogresistas se oponen a un cambio que viene impuesto. El cambio es inevitable, solo podemos decidir cómo vamos a prepararnos para afrontarlo.

El sistema educativo atrasa un siglo y los datos están a la vista. La mitad de los alumnos de 15 años no comprende lo que lee. Esto explica, en parte, por qué de cada 100 alumnos que ingresan en las universidades se gradúan menos de 70. Tenemos más alumnos universitarios que el resto de los países de Latinoamérica, pero menos graduados.

Además de ineficiente, nuestro sistema educativo es desigual y refleja la desintegración de un país que no puede garantizar las mismas oportunidades para todos sus habitantes. Solo el 16,5% de los alumnos de sexto grado de nivel primario de la CABA obtuvo resultados bajos en matemática, mientras que en Santiago del Estero este porcentaje fue del 52,3%, según datos del Operativo Nacional de Evaluación (ONE) de 2010.

Es necesario que se discuta una amplia reforma educativa nacional de manera de integrar el sistema educativo a la economía. No hay ninguna posibilidad de avanzar hacia un proceso de desarrollo sin antes sincerarnos acerca de nuestras posibilidades de inserción en la economía mundial que viene.  No hay buenas políticas públicas sin diagnósticos acertados y es ahí donde deberíamos, todos los sectores, enfocar nuestros mayores esfuerzos. La educación ya no puede ser considerada un instrumento de nivelación socioeconómica, sino una condición indispensable y prioritaria para ingresar en la categoría de las economías desarrolladas del siglo XXI.


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