Fernández
Cristina Fernández y Alberto Fernández (Reuters)

Alberto Fernández, cubierto de rosas y pétalos de rosas entra a la Universidad Católica Argentina para emitir su voto. ¿La rosa socialista? Sabe ya que está siendo elegido presidente de la nación con una contundente diferencia sobre el presidente saliente, Mauricio Macri.

Es un aluvión de votos que deja atrás los restos o las cenizas que aún permanecen del odio contenido en aquella frase célebre “aluvión zoológico”, proferida por el diputado radical Ernesto Sanmartino respecto al primer peronismo. Sanmartino quizás sea quien mejor represente hoy a la actual conducción del radicalismo, que aliada con el PRO proclamara que en la jornada se elegía entre república y dictadura. Una opción falsa, mentirosa, que ya el electorado había rechazado en las PASO.

Fernández gana, más allá de su impecable campaña que lo mostrara como un hombre culto, mundano, opuesto a la banalidad oficialista atestada de bailecitos y evocaciones a la Guerra Fría; y más allá también de los movimientos ajedrecísticos para ungirlo urdidos por la jefa del Frente de Todos, su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, porque la administración del PRO en la realidad no existió durante cuatro años. Careció de una estrategia de gobierno, se limitó a pedir prestado y a esperar que la buenaventura llegara por la Gracia de Dios enmarcada en la rueda de la fortuna que alguna vez definiera magistralmente, refiriéndose a las inversiones extranjeras, Marcelo Lascano.

Gana Fernández porque con Macri el PIB es negativo (3,2%), la inflación está desbordada, más de la mitad de los niños argentinos son pobres, el endeudamiento es inédito, hay hambre, falta trabajo, falta todo. Lo único que puede exhibir Macri son carencias.

Vuelve el peronismo galopando, pero esta vez no galopa solo sino acompañado por muchos de quienes fueran antes sus opositores, mudados hacia su campamento ante un cuadro de espanto. Lo acompañan porque este nuevo presidente, sin dejar de reconocer obviamente el liderazgo ideológico de Juan Domingo Perón, se ha tatuado —incluso en sus remeras— la figura de Raúl Ricardo Alfonsín, cuyo apellido ha sido el más mencionado en cada una de todas las campañas electorales de este 2019. Fernández ha hecho suyo el concepto alfonsinista de la ética de la solidaridad. Pero aún ha ido más allá en el tiempo. Rescata incluso a Leandro Alem, el fundador de la Unión Cívica Radical. Dice ser quien representa la causa de los desposeídos.

El jolgorio de esta noche pertenecerá solo a esta noche. Este lunes todos los problemas permanecerán; es más, probablemente se agravarán. En el campo social, económico y social Fernández deberá actuar pronto y sostenidamente. Explicar, comunicar, convencer a la población para que aguante. Argentina —a contramano de Chile y Ecuador— ha elegido expresarse en las urnas para decirle que no a la más cruel de las teorías, la del derrame, sostenida desde los años noventa por el neoliberalismo.

Fernández deberá, a mediano plazo, confeccionar una estrategia de desarrollo inclusivo, única alternativa posible para salir del estancamiento y el subdesarrollo. Elaborar un modelo de desarrollo económico sostenido por todas las clases y sectores sociales, contribuyendo a sus costes y recibiendo sus beneficios en la medida equitativa: más para los que menos tienen, menos para los que más tienen, parafraseando a la notable politóloga cubana Marifelí Pérez-Stable.

Claro que esto no será para nada fácil, pero más allá de resolver la coyuntura actual, tan penosa, su mirada debe fijarse en una meta que transite esos senderos.

Tampoco le fue fácil a Juscelino Kubitschek en los años cincuenta presidiendo el Brasil analfabeto y agro pastoril de la época. Transformó el país con su plan de metas. Creció cincuenta años en cinco. Industrializó, alfabetizó. Arturo Frondizi hizo lo mismo en una Argentina más educada, pero más dividida. Lo tumbaron. Sin embargo, siguió durante muchos años predicando una fórmula: desarrollo económico más nuevas formas sociales. ¿Socialismo? No, pero sí un rumbo de igualdad social. Bien mirado, similar o algo más o menos así al de la ética de la solidaridad. Y al eslogan peronista de una patria igualmente justa.

Ahora llega Fernández, un presidente peronista cuyo líder dio igualdad, pero que durante sus gobiernos la institucionalidad trastabilló. Tal vez para cerrar la grieta y volver mejores, como proclama el presidente electo, deberá batir la coctelera de la igualdad más la institucionalidad más el desarrollo económico: agregar al peronismo algo de Juscelino, una pizca de Frondizi, mucho de Alfonsín, y sostener firmemente en sus manos un ramo con doce rosas socialistas.

Los que vienen son tiempos tremendos, bravísimos, se sabe.

Pero hoy, copiando una célebre frase de Juan Gelman, fue un lindo día. Algo así dijimos en este mismo medio el 25 de mayo de 2003.


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