Retrato de Belgrano pintado en Londres, en 1815, por Francois Carbonnier
Retrato de Belgrano pintado en Londres, en 1815, por Francois Carbonnier

Belgrano sin dudas fue un hombre multifacético e iluminado. Aunque tuvo sus momentos de aciertos y desaciertos como todo ser mortal. Fue un curioso que se interesó por una amplia variedad de temas puntuales como el comercio y la educación pilares desde su punto de vista fundamentales para el funcionamiento de la patria naciente que empezaba a dar sus primeros pasos. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano llegó a este mundo el 3 de junio de 1770, en la Buenos Aires colonial española que aún dependía del Virreinato del Perú, proveniente de una familia pudiente su padre fue un comerciante genovés, Domingo Belgrano Peri y su madre María Josefa González Casero, porteña de una familia antigua con arraigo en la ciudad.

La buena posición económica de su progenitor brindó una educación privilegiada y una vida acomodada. Cursó sus primeros estudios en el Real Colegio de San Carlos, cuna de varios de nuestros próceres, y continuó su vida académica en tierras ibéricas, entre 1786 y 1793, en las Universidades de Salamanca y Valladolid donde se graduó de abogado con medalla de oro. En los claustro de la universidad se interesó por las nuevas ideas económicas, de lo acontecido en la Francia revolucionaria y se cultivó de una amplia variedad de autores franceses, ingleses e italianos que marcaron su perfil como un hombre de la ilustración. Se dice que allí Belgrano conoció la masonería y establo relación con varios españoles pertenecientes a la orden, que después enfrentó por la independencia del yugo español, entre ellos el peruano, Pío Tristán.

En las tertulias nocturnas en Madrid, el joven don Manuel debatía sobre la fisiocracia y de la situación políticas reinante en Europa convulsionada por los sucesos de la Revolución Francesa. Además, tuvo el privilegio de frecuentar la Corte española. Designado por el rey Carlos IV en el cargo de secretario del Consulado, regresa a sus tierras en 1794, para asumir sus responsabilidades. Desde su posición Belgrano comienza a dar muestras de sus ideas sobre cómo fomentar la industria en sus modos de producción para mejorar el comercio y la agricultura y, también, hace énfasis en la importancia de la educación como herramienta necesaria para el progreso de la sociedad. Sus ideales los encontramos en los informes anuales del Consulado y que eran leídas frente al virrey, comerciantes y burócratas coloniales que en varias ocasiones no coincidían en nada por lo expuesto por don Manuel que se inclinaba por el librecambismo contrario al monopolio que impregnaba los comerciantes españoles.

En esos años a cargo del Consulado soñaba con un país no sólo con escuelas de letras sino de matemáticas, variadas ciencias, náuticas y un sistema educativo que incluían a las mujeres. Consideraba esencial que los cabildos debían con sus fondos crear y mantener las escuelas. Varias de esas escuelas cobraron vida, pero fueron suprimidas por Madrid a instancia del todo poderoso e influyente y favorito de su majestad, el ministro Manuel Godoy, que las consideraba un lujo innecesario para una colonia.

El primer acercamiento de don Manuel con las armas fue de manera sorpresiva e inesperada cuando en 1797, el entonces Virrey Pedro de Melo, lo designó a las milicias criollas urbanas cargo que no le interesaba y dejó bien claro al manifestar: “Si el virrey Melo me confirió el despacho de capitán de milicias urbanas de la capital, más bien lo recibí para tener un vestido más que ponerme, que para tomar conocimientos en semejante carrera”.

En 1801, funda el Telégrafo Mercantil, considerado el primer diario de nuestra historia, que fue una cuna de ideales progresistas que sirvió de plataforma a la “Sociedad Patriótica, Literaria y Económica”, frecuentada por varios protagonista de las jornadas de Mayo.

Durante la aventura bélica británica en las invasiones efectuadas entre 1806 y 1807, en el medio del caos del avance de las tropas inglesas, Belgrano se puso al frente de varios milicianos para enfrentar al enemigo invasor. Al primer cañonazo de la artillería británica su superior ordena la retirada. Una vez tomada la ciudad por el General William Carr Beresford, se exigió que jurarán lealtad a su majestad el rey Jorge III. Mientras parte de las autoridades coloniales y el clero obedecían, don Manuel se retiró con sus sellos consulares a la Banda Oriental. Tras la reconquista de la ciudad, Belgrano regresó y se incorporó al Regimiento de Patricios comandado por Cornelio Saavedra donde profundizó sus estudios castrenses y obtuvo el rango de sargento mayor. Liberada la metrópolis renunció a su cargo militar y retornó a sus labores en el Consulado.

Corría el año 1808, apoderada España por el emperador francés y genio militar, Napoleón Bonaparte, Belgrano junto a su primo Juan José Castelli, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodriguez Peña y Antonio Beruti intentan coronar como regente del virreinato a Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, y esposa en ese entonces del príncipe regente de Portugal Juan VI, exiliados junto a la corte luisitana en Río de Janeiro. Luego de intrigas y negociaciones truncadas, Carlota finalmente declinó la oferta.

Sin embargo, dos años después al final de los días frenéticos de Mayo, siendo protagonista activo, Belgrano se convirtió en vocal de la Primera Junta de Gobierno. Al mismo tiempo de los históricos acontecimientos desde hace unos años, Belgrano fue parte de la Sociedad de los Siete y la Logia Independencia donde su primo Castelli fue Venerable Maestro. Dicha Logia se reunían con regularidad con la mayor de las discreciones en la Jabonería de Vieytes preparando el terreno que finalizaría con la semana de Mayo.

Con escasa experiencia militar a Belgrano se lo consigno con la tarea de comenzar una expedición al Paraguay, el Litoral y la Banda Oriental. En su camino fundó pueblos y tras un buen comienzo en la campaña militar fue derrotado en Paraguarí y Tacuarí. Llamado a Buenos Aires donde iba a ser juzgado por su accionar finalmente fue sobreseído. Por su experiencia en tierras guaraníes, Belgrano en misión diplomática firmó con el gobierno paraguayo un Tratado de Amistad, Auxilio y Comercio para una Confederación. Luego fue designado al mando del Regimiento de Patricios. A los milicianos no le gustó nada la designación de Belgrano por su fidelidad a su antiguo jefe Cornelio Saavedra. En el medio había una lucha interna entre los partidarios del presidente de la Junta, Saavedra y el Secretario Mariano Moreno. Belgrano era afín al grupo morenista. Cuando se tomó la decisión de pasar de milicia a regimiento la tropa se rebeló en el conocido “motín de las trenzas”.

Pasada la tormenta de los sublevados es destinado para custodiar las costas del Paraná ante el posible desembarco de tropas españolas desde Montevideo. Allí se le ocurrió hacer un distintivo una escarapela de color blanco y celeste para diferenciar sus tropas con las enemigas. En teoría tuvo el visto bueno por el Primer Triunvirato. Pero luego creó la bandera con los mismos colores que generó el rechazo total de los triunviros principalmente del secretario Bernardino Rivadavia, que le ordenó “haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente”.

Tras la dura derrota en la Batalla de Huaqui, don Manuel se hizo cargo del Ejército del Norte. La tropa estaba mal equipada y había una latente desmoralización y derrotismo. Belgrano levantó la moral y planificó con astucia el famoso éxodo jujeño para dejar a su paso tierra arrasada al ejército realista. Desde Buenos Aires le exigen bajar a Córdoba, desobedece la orden y presenta Batalla en Tucumán con una victoria que se hace expansiva con el triunfo en Salta, lo que obliga a los realistas a retroceder hasta el Alto Perú. Por sus resonantes victorias, la Asamblea del Año XIII lo premia con 40.000 pesos que don Manuel los destina para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras. Sin embargo, en un mes y medio fue derrotado a manos del general Joaquin de la Pezuela en Vilcapugio y Ayohuma, José de San Martín lo relevaría en el cargo con el abrazo en la Posta de Yatasto.

De vuelta en Buenos Aires se le destina junto a Bernardino Rivadavia a una misión diplomática a Europa para negociar el reconocimiento de la independencia. Pero había una cláusula secreta que Belgrano desconocía que se le encomendó a Rivadavia negociar preferentemente con el Reino Unido y ofrecer la corona del Reino del Río de la Plata a un príncipe español o británico. Finalmente, no fueron recibidos por el canciller británico lord Castlereagh. En vano intentaron coronar a un hermano de Fernando VII, el príncipe Francisco de Paula con la complicidad de Carlos IV. Inclusive Belgrano había redactado un proyecto de constitución, inspirada al modelo británico. A su vuelta, ya en su patria, en el Congreso de Tucumán en 1816, en una reunión secreta, algunos historiadores hablan de la mano de la masonería, Belgrano cuenta sus experiencias en su viaje al viejo continente donde manifiesta que, tras la derrota

de Napoleón, el absolutismo monárquico volvió a Europa. En esa tertulia se muestra a favor de coronar a un rey inca bajo una monarquía constitucional. Sin embargo, tras arduas y largas discusiones sobre qué forma de gobierno adoptar entre los congresistas, en Tucumán, la idea de un rey indígena quedó descartada.

La vida de Belgrano siempre estuvo condicionada por una salud frágil. Historiadores manifiestan que fue a causa de la sífilis en sus años de estudio en España. Nuevamente al cargo del Ejército de Norte, pero con su salud deteriorada sufría de hidropesía, de problemas cardíacos y de riñones, en febrero de 1820, toma la decisión de volver a Buenos Aires.

Rodeados de sus hermanos y su médico al quien le pagó por sus servicios con un reloj de bolsillo de oro con su nombre grabado, único bien material que le quedaba, obsequio del rey británico Jorge III. Pasó a la eternidad a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, en una Buenos Aires sumida en la anarquía total y en plena guerra fratricida. Su partida de este mundo pasó desapercibida para semejante prócer de nuestra patria. Recién el 29 de julio, con el clima político más calmado se ofició su funeral.

En una Argentina actual dividida y convulsionada vale rescatar las palabras de semejante figura nacional: “A quién procede con honradez, nada debe alterarle. He hecho cuanto he podido y jamás he faltado a mi palabra”.


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