Segunda guerra mundial
Heinrich Himmler y Adolf Hitler caminan frente a los guardias de la SS. Foto: Archivo Hulton

El verano europeo estaba llegando a su fin. El Reino Unido vivía momentos de crisis a lo largo y ancho del imperio. En cambio, los franceses había disfrutado de sus terceras vacaciones consecutivas pagas. Mientras tanto, en el este del continente se estaba cocinando un clima hostil. El 23 de agosto de 1939 se firmó en Moscú el pacto Ribbentrop-Molotov, el acuerdo de no agresión germano-soviético que selló la suerte de Polonia.

A las 4.45 horas de la mañana del 1 de septiembre de 1939, las tropas de la Wehrmacht cruzaron la frontera con Polonia camufladas con el uniforme polaco y dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial. Reino Unido y Francia declararon el 3 de septiembre la guerra a Alemania. El 13 de septiembre los soviéticos invadieron Polonia desde el este, según lo establecido en el pacto con los alemanes.

Pero esta trágica historia tiene un comienzo anterior. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, en la Conferencia de Paz en París, las naciones vencedoras definieron las sanciones a los derrotados. No se permitió que los países vecinos participaran de las reuniones donde se decidió su futuro. La situación que se agudizó con el Tratado de Versalles. La propuesta conciliadora del presidente de EEUU, Woodrow Wilson, que planteó que se dejara de lado el revanchismo imperante, cayó en saco roto.

Wilson también impulsó la creación de la Sociedad de las Naciones, que tenía como objetivo el mantenimiento de la paz y evitar futuros conflictos. Francia, sin embargo, tenía otros planes: la recuperación de territorios perdidos en la guerra franco-prusiana, el desarme militar alemán y la indemnización por los daños provocados por el conflicto.
Promesas incumplidas

Los tratados de paz incluían compromisos con otras naciones, que fueron incumplidos. Fue lo que pasó con la rebelión árabe en Medio Oriente contra el dominio del Imperio Otomano. Las promesas de independencia se transformaron en una partición en zonas bajo el dominio francés e inglés, a cargo de monarquías títeres. Lo mismo ocurrió con la repartición colonial del continente africano y de sectores de Asia. En el extremo oriente se consolidó la férrea oposición de Gran Bretaña y sus dominios, especialmente Australia, al reconocimiento de la igualdad racial, que era reclamada por Japón.

Estás posiciones plantaron los cimientos del odio hacia el otro durante las dos décadas siguientes. Fueron la semilla de los nacionalismos extremos, como el fascismo italiano de Mussolini y la Alemania Nazi de Hitler. El sentimiento de revancha se esparció como un germen sin control y se hizo sentir fuerte. Y desencadenó en el mayor conflicto de la humanidad.

Xenofobia, odio y exterminio fueron las caras de la guerra. La peor exposición de la miseria humana. Se perdieron entre 45 y 70 millones de almas. Miles fueron heridos y sufrieron traumas posguerra. Una página negra de nuestra historia que no debemos volver a repetir.


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