Stefani
El ingeniero Fernando Stefani

La revolución del conocimiento no comenzó en las últimas décadas: el capitalismo es una revolución del conocimiento desde sus orígenes. O eso sostiene, al menos, Fernando Stefani. La investigación científica, la innovación y el desarrollo de tecnologías siempre fueron la base del desarrollo económico, explica en la entrevista con VD el ingeniero en materiales, doctor en ciencias naturales y vicedirector del Centro de Investigaciones de Bionanociencias del CONICET. Stefani advierte de que Argentina se está quedando rezagada en la competencia global por el bajo nivel de inversión en investigación y desarrollo. Y porque a pesar de que cuenta con empresarios emprendedores e inquietos y un sistema científico valioso, tiene un desarrollo escaso en el eslabón de la innovación industrial. El que vincula la ciencia con la producción. “En Argentina tratamos a la ciencia como un mero bien cultural”, critica Stefani.

PARTE 1 | LA REVOLUCIÓN 4.0

Estamos viviendo la llamada revolución 4.0. Muchos dicen que el mayor cambio es que el conocimiento se convirtió en el principal motor para el desarrollo. ¿Es así?

Ahora está de moda hablar de la economía del conocimiento, pero el conocimiento siempre fue el mayor generador de valor. El desarrollo es un proceso continuo marcado por la generación de actividades económicas de mayor valor. ¿Cómo generamos actividades más valiosas? A través del conocimiento: ciencia, innovación, tecnología. No hay otra receta. Con la competencia global, todas las actividades pierden valor con el tiempo. O porque se multiplica la oferta o porque surge una nueva actividad que la supera y vuelve obsoleta la original. Kodak tenía el monopolio del film fotográfico. ¿Dejamos de sacar fotos? Al contrario, cada vez se sacan más, pero cambió el modo y el film fotográfico desapareció. Los países desarrollados se encuentran en una carrera compitiendo por fracciones de la riqueza global y todo el tiempo generan actividades económicas de mayor valor.

¿Y cómo definirías a la revolución 4.0, entonces?

Nos resulta práctico usar términos como este para marcar hitos de una evolución histórica. Por eso hablamos de la primera revolución industrial, después de la segunda,  la tercera y , ahora, la industria 4.0. Pero lo cierto es que no existen tales cambios abruptos en el desarrollo, es un proceso continuo. La industria 4.0 es el estadio más avanzado de la  fabricación industrial, que incorpora tecnología de telecomunicaciones, mayor automatización y, probablemente el factor más distintivo, la inteligencia artificial. 

¿Cómo ves a Argentina frente a los desafíos de la revolución 4.0?

Argentina no está participando significativamente en el desarrollo de la industria 4.0. Podría hacerlo, pero requiere un diagnóstico realista y un cambio de paradigma con respecto a la ciencia y la tecnología. Argentina acumula un retraso científico y tecnológico de gran magnitud. Recibe y aplica los avances tecnológicos que se producen en otros países, pero con un retraso de años. En algunos casos, de  décadas.

¿Por qué se produjo ese retraso?

En Argentina tratamos a la ciencia como un mero bien cultural. Algo lindo, bueno, neutro. Cada tanto un científico descubre algo interesante, gana un premio internacional y lo mostramos con orgullo. Como a los premios Nobel argentinos. Y creemos que la tecnología es algo que podemos comprar en el extranjero y no es importante producirla. Es un paradigma erróneo y un obstáculo para el desarrollo. Comprar la tecnología en otros países hace que siempre estés retrasado. Nadie vende su última tecnología,  su ventaja competitiva, en el mercado global. Cuando tiene una mejor, vende la anterior. Además, es un esquema que muchas veces genera dependencia a través de insumos específicos, repuestos o actualizaciones.

Pero hay desarrollos nacionales destacados, como la tecnología satelital

Creo que es positivo, pero debemos ir más allá. Si vamos a hacer satélites, nuestro orgullo debería ser producir y vender de decenas de satélites. Que el conocimiento y la tecnología argentina llegue a todo el mundo a través de los productos argentinos. Y que con las ganancias de esos productos alimentemos y eduquemos a nuestros chicos y hagamos que la frontera de productividad siempre se corra hacia el futuro al ritmo del progreso global. Me preocupa no ver en las discusiones políticas un diagnóstico realista del nivel de retraso del país. Eso impide diseñar políticas y generar consensos entre el empresariado y el movimiento obrero para actualizar nuestras capacidades a la velocidad necesaria.

¿Cómo se mide el ritmo del desarrollo tecnológico?

Con la velocidad a la que aumenta la inversión en investigaciones científicas y desarrollos tecnológicos (I+D). Los países desarrollados invierten cada año un poquito más en investigación y desarrollo. No en valores absolutos, sino en porcentaje del PIB. Cada año invierten una fracción mayor del PIB en investigación y desarrollo. Esa es la velocidad del progreso global, y actualmente es del 0,03% del PIB mundial por año. Es un número muy chiquito, pero muy potente.

¿Qué peso tiene el Estado en la inversión en investigación y desarrollo a nivel global?

La actividad científica es mayoritariamente pública y la innovación industrial, es mitad pública y mitad privada. Pero al comienzo del proceso de desarrollo, la inversión tiene un mayor componente público. El privado recién se mete cuando el sistema está maduro. Cuando las tecnologías están en un estadio temprano, es más riesgoso. El mundo desarrollado tiene una batería de incentivos a la actividad privada en ciencia y tecnología que tiene como objetivo mitigar los riesgos y estimular al empresario para que invierta.

¿Cuánto invierte Argentina en investigación y desarrollo?

Argentina invierte el 0,5% del PIB en ciencia y tecnología. El 70% de esa inversión es pública. En el mundo desarrollado es al revés, la inversión pública es el 30%. Pero esta inversión tiene dos partes: investigación científica y desarrollos tecnológicos. La segunda parte cuesta mucha plata que la primera. Si un laboratorio científico cuesta 10, una planta piloto cuesta 100 o 1.000. Y llevar un producto a escala, todavía más. El proceso de desarrollo cuesta muy caro y ahí está la diferencia entre el 0,5% del PIB que invierte Argentina y el 3% del PIB que invierte EEUU o el 4% que invierte Israel, por ejemplo. Y los países desarrollados no se quedan quietos: aumentan la inversión un 0,03% del PIB cada año.

¿Cuánto aumenta la inversión en investigación y desarrollo en Argentina?

Argentina tiene vaivenes, pero mantiene históricamente un ritmo menor, lo que nos ha costado un retraso científico y tecnológico fenomenal. El último gobierno justicialista mantuvo la dirección correcta en el discurso político, pero el ritmo promedio de reconversión fue muy bajo: aumentó el 0,02% del PIB por año. 

Una velocidad más lenta que el promedio mundial…

Con un ritmo inferior al de los países desarrollados es imposible escalar posiciones de competitividad. Y el gobierno de Cambiemos fue directamente a contramano. En cuatro años, retrocedimos ocho. Argentina no es un país en desarrollo, a pesar de que le pongan ese nombre. Los países en desarrollo avanzan en la reconversión de sus economías a un ritmo mayor que el de los países desarrollados.

¿El desarrollo de China se puede explicar también por la inversión en investigación y desarrollo?

China es un ejemplo fenomenal para mi generación, porque la vimos transformarse en el transcurso de nuestras vidas. Tengo 44 años. Cuando era chico, China vendía chancletas y bijouterie barata. Made in China era sinónimo de berreta. Hoy, Huawei es el único proveedor que da una solución completa en 5G. Desde las antenas hasta los terminales de celular. Y hace un año está desarrollando el 6G. China alcanzó un nivel de desarrollo tal que su poder geopolítico es insoslayable. ¿Cómo alcanzó este nivel de desarrollo? La historia es larga, pero se acelera a partir de los 80. Se establece el desarrollo como política de estado y eso se refleja en los números de inversión en investigación y desarrollo. Su ritmo de reconversión es del 0,08% del PIB por año. El doble que el de Alemania y cuatro veces mayor que el de EEUU. 

PARTE 2 | EL DESARROLLO EN ARGENTINA

Stefani¿Cómo plantearías un modelo de desarrollo para Argentina?

La pregunta rectora es: ¿de qué va a vivir Argentina en 20 o 30 años? ¿De la venta de granos, carne y manufacturas simples? Ahora incorporamos el software. Es un avance, pero si no pasamos rápido a exportar productos tecnológicos, eso se convierte en una mera actualización de nuestro subdesarrollo. Exportar horas de desarrollo de software e importar productos tecnológicos en el siglo XXI es análogo a exportar cuero e importar zapatos en el siglo XX. 

Es casi un lugar común plantear que hace falta pensar un modelo de país, sin embargo ese debate no se genera. ¿Por qué creés que pasa esto?

La discusión económica está limitada a lo administrativo. A la recaudación, el gasto, las exportaciones y las importaciones. A la capacidad de financiamiento, la tasa de interés y el tipo de cambio. El debate se centra en cómo administrar esas variables. Se cree que, si se acomodan esas variables, las condiciones para un crecimiento sustentable se darán espontáneamente. Unos creen que así se propicia la “lluvia de inversiones”, otros que alimentando el consumo se logra el desarrollo. Yo creo que con eso no alcanza. Para generar crecimiento económico sustentable necesitás actualizar las actividades económicas a un ritmo suficiente. Y eso se hace con innovación industrial, ciencia y tecnología propias.

¿Argentina debería especializarse en aquellos sectores donde tiene ventajas competitivas?

Siempre conviene enfocarse en las áreas donde uno tiene ventajas competitivas, pero eso no es contradictorio con tener políticas de desarrollo para el futuro. Y no hay que pensar que uno seguirá siendo siempre competitivo en los sectores donde lo es hoy. Además, el problema de Argentina es que las actividades económicas que desarrollamos no alcanzan para satisfacer el nivel de bienestar al que aspiramos. El sector agroexportador es el que más contribuye con divisas, pero no con empleo ni como fracción de producto bruto.

No podemos vivir solo del campo. ¿Argentina tiene que volver a apostar por la industria?

Argentina es un país industrial. Pero es un país industrial retrasado y recientemente se ha reprimarizado su economía. Y quedó demostrado que ignorar la industria manufacturera fue un error, no solo en Argentina. EEUU lo está reconociendo. China logró alcanzar su posición actual porque EEUU descuidó la manufactura. A partir del auge del sistema financiero en la década del 70, se hizo más fácil hacer dinero con el dinero que con la producción. La elite política de EEUU, que tenía una alianza tradicional con la industria, se volcó a la elite financiera y descuidó la manufactura. Eso generó mayor desempleo y desigualdad. 

Un argumento frecuente en el debate económico es: “La industria pesada es el pasado, enfoquémonos en la industria del conocimiento”. ¿Tiene sentido?

Eso no funciona. Hay que tener sectores de punta, competitivos en el mercado global, pero también sectores para abastecer el mercado interno y generar trabajo. Tiene que haber un balance. No podés pensar solo en lo que genera divisas. Hay otros factores, como el empleo, la equidad social, la distribución geográfica. Cuando EEUU se volcó a lo financiero, se impuso la idea de que podía mantener la hegemonía mundial con el dominio de las tecnologías de punta, sin manufactura. “Es el pasado, que la hagan los chinos”, planteaban. No funcionó, porque no toda la población podía trabajar en actividades de tecnología de punta. Además, la industria pesada no pasó de moda. El acero sigue siendo el material estructural más utilizado, las embarcaciones de gran porte siguen siendo primordiales para el comercio y las maquinarias pesadas son esenciales en un mundo que no para de desarrollar su infraestructura.

¿El emprendedorismo puede ser un motor para la innovación y el desarrollo?

Es otra trampa del sistema argentino. Podría ser sumamente positivo, pero no como lo hacemos nosotros. Acá es a riesgo propio — “emprendan, muchachos”—, sin contención real. Imaginen que una chica desarrolla una nueva antenita para celulares, mucho mejor que las existentes. ¿Qué puede ocurrir? La va a vender a Huawei o Motorola, ganará algunos millones de dólares y va a salir en todos los diarios. Será objeto de nuestro orgullo. Y al poco tiempo compraremos el teléfono con la antena de la emprendedora argentina. Pero el balance para el país será negativo: invirtió en criarla, educarla y formarla, le permitió desarrollar su emprendimiento hasta el punto en que una empresa lo consideró suficientemente interesante. ¿Por qué lo compró? Porque podía incorporarlo a sus productos y obtener más ganancias. Argentina impulsa el “empendedorismo”, que es la parte más riesgosa, pero no la producción, que es la menos riesgosa y da más rédito.

¿Qué habría que cambiar?

Tenemos un esquema desabalanceado. Lo poco que invertimos en investigación y desarrollo va a la primera parte de la cadena, la más riesgosa y la que no da plata. Cuando llega la parte de generar riqueza, el engranaje no existe. Tenemos que cerrar esa cadena y desarrollar la innovación industrial. Sería un cambio en el país. Así los empresarios estarían más interesados en la innovación y una fracción de los científicos que se forman en el país se dedicaría a la innovación industrial.

Pero en el país se desarrollaron algunos unicornios, como Mercadolibre, Globant o Despegar

Son las excepciones, por eso las llaman así. Son empresarios que desarrollaron una nueva tecnología. O que copiaron, aprendieron y luego pudieron hacer un producto innovador. También hay científicos que descubrieron algo y fundaron una empresa, que desarrolló el producto y lo comercializó con éxito. El problema es que no entendemos cómo hacer innovación industrial de manera eficiente, profesional y competitiva. Por eso nos abrazamos a la excepciones. Los políticos le piden a los científicos que piensen cómo generar empleo, en un claro pase de roles. Los políticos son los encargados de esa misión. Y a los empresarios le piden que innoven e inviertan en nuevas tecnologías, sin brindarles el mínimo estímulo para que lo hagan. Las excepciones sirven como ejemplos motivacionales, pero no para diseñar políticas públicas. Las políticas basadas en excepciones fallan. Tienen que basarse en lo general, en las estadísticas, no en el tipo que lo logró a pesar de tener todo en contra.

¿Cómo se genera un sistema de innovación industrial profesional y competitivo?

El proceso de innovación va desde el hallazgo científico hasta el producto comercializado. Hace 400 años todo el proceso lo hacía una persona: el artesano. Tenía su taller y vendía un producto. Probaba, innovaba, eventualmente conseguía mejores versiones de su producto y lo vendía. Ese proceso no existe más porque los productos que tenemos hoy son mucho más sofisticados. Entonces se dividen los roles. El empresario está al final del proceso, tiene el rol de producir bienes y servicios y generar dinero. En la otra punta está el científico. En el medio está todo el proceso de innovación industrial.

¿Y por qué falla en Argentina?

El país tiene un sector industrial con capacidades, con empresarios inquietos y emprendedores. También tiene un sistema científico valioso, aunque mal gestionado y de pequeñas dimensiones. El eslabón más débil es la innovación industrial. 

¿Cómo evaluás el rol de los institutos como el INTA y el INTI?

El INTA, el INTI y el CONICET se originaron en la década de 1950. Desde entonces, su estructura y funcionamiento no fueron actualizados adecuadamente. La manera de hacer investigación científica no es hoy tan distinta a como era en 1950; es diferente, pero no tanto como la innovación industrial, que cambió completamente. Además estas instituciones fueron víctimas recurrentes de políticas de vaciamiento. El gobierno del PRO y la UCR aplicó acciones destructivas sobre la totalidad del sistema científico y tecnológico, que afectaron mucho más al INTI y al INTA que al CONICET, por ejemplo.

PARTE 3 | LA POLÍTICA DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

¿Cómo evaluás las políticas de ciencia y tecnología de los últimos gobiernos?

El gobierno de Cambiemos reprimarizó la economía, a contramano de los países desarrollados. Generó más pobreza, redujo la competitividad actual y futura, y nos hizo más dependientes económica y tecnológicamente. En el último gobierno justicialista hubo un intento en la dirección correcta, lo que no es poco. De hecho, es excepcional en la historia Argentina.

¿Considerás que la política kirchnerista era acertada?

Iba en la dirección correcta, pero no a la velocidad necesaria, dado el atraso tecnológico que tiene el país. Además, faltaron incentivos a la inversión privada. Se intentaron desarrollos desde el Estado, lo que tiene sentido en áreas específicas que requieren un rol regulador, pero en otras hay que incentivar a los empresarios para que reinviertan. Espero que el nuevo gobierno retome el rumbo y aprenda de los limitantes que encontró en 2011.

¿En qué situación estamos hoy para encarar este proceso?

El gobierno del PRO y la UCR nos dejó mucho peor que en 2015, pero no arrancamos en cero. Estamos mejor de lo que estaban China o Corea cuando iniciaron sus procesos de desarrollo. Eso sí, cada año que pasa, se nos hará más difícil.


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