Barañao
Lino Barañao, exministro de Ciencia y Tecnología de la Nación

Fue ministro macrista y kirchnerista; el único que estuvo de los dos lados de la grieta. Lino Barañao tiene un discurso con clara impronta política, pero con modos de científico. “Descreo de las discusiones en abstracto porque es muy difícil ponerse de acuerdo, tengo de una formación científica experimental”, plantea en la entrevista con Visión Desarrollista. Durante los 12 años que estuvo a cargo de la cartera de Ciencia y Tecnología de la Nación, asegura, puso a la ciencia en la vitrina y fomentó la articulación entre la academia y la producción. Y eso explica algunos de los logros de la ciencia argentina que se vieron en el contexto de la pandemia, como la empresa nacional que produce test rápidos para la detección de COVID-19. A pesar de que su trabajo como ministro fue ampliamente reconocido, la continuidad en el cargo durante el gobierno de Cambiemos le valió la antipatía de sus excompañeros políticos. “Los seres humanos amamos las grietas”, advierte el doctor en química.

¿Por qué cuesta tanto plantear una visión para el desarrollo en Argentina?

Faltan utopías condimentadas con cierta sensatez. Objetivos de largo plazo que tengan chance de concretarse. El modelo de movilidad social ascendente fue algo distintivo de Argentina. Era un modelo de igualdad de oportunidades basado en una educación de muy alto nivel. Algo que existió sobre todo en los cincuenta y sesenta. En esa época se jerarquizaba la actividad docente. Una maestra era un ideal social. Eso se fue degradando y pasó a ser una opción casi de última instancia. El sistema productivo también comenzó a degradarse y esto perjudicó la posibilidad de ascenso, en la que el caso típico era el del trabajador que entraba como cadete y terminaba como gerente. El solo hecho de que ese camino estuviera abierto ya era una motivación. Se puede empezar por plantear que queremos un país con igualdad de oportunidades, volver a apostar por la enseñanza y un modelo productivo que genere riqueza y la distribuya mejor. No hay muchos argumentos para oponerse a eso. 

¿Qué características tiene que tener ese modelo productivo?

No alcanza con elevar el PBI de un país. Cuando se analiza la correlación entre PBI y coeficiente de Gini [que mide la desigualdad] de los países, se ve que no hay mucha correlación. Depende del tipo de producción del país. Cuanto más valor agregado produce, necesita personal más calificado, educar a la gente y pagar mejores salarios. Y eso es lo que distingue un ideal de desarrollo. Un lugar donde uno adquiere dignidad en el trabajo, no solo por la remuneración sino por la capacidad de volcar creatividad e individualidad a lo que uno hace.

¿Qué tipo de matriz productiva refleja ese modelo?

Tiene que ver con cuánto conocimiento real hay en la producción. Había una vieja discusión en Argentina, que planteaba que valía lo mismo un kilo de Audi que un kilo de carne y, por lo tanto, era lo mismo producir cualquiera de los dos. Un análisis comparó el índice de Gini de cuatro países con un PBI per cápita similar, Chile, Ecuador, Malasia y Tailandia. ¿Qué encontró? Que los dos sudamericanos tenían una mayor desigualdad. Cuando se analizó en detalle la matriz productiva, más de la mitad de la economía de Chile es cobre y pasa algo similar con las bananas en Ecuador. Los países del sudeste asiático tienen economías diversificadas en autopartes, electrónica, software. Actividades donde el trabajo del individuo aporta valor a la producción. El índice de Gini es más alto en los países que tienen la economía muy primarizada. La clave es evolucionar hacia una economía basada en el conocimiento.

PARTE 1 | ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO

¿Qué impacto tiene la economía del conocimiento en el ideal de desarrollo que planteás?

Una empresa tecnológica es aquella donde parte del proceso productivo tiene lugar en el cerebro de alguien. La fábrica de Tiempos modernos, con una línea de manufactura, no es una empresa tecnológica, es una ensambladora. Un robot lo va a hacer mejor y más rápido mañana. Hay muchas tareas que son rutinarias, indignas, que impiden que el ser humano incorpore su aporte y sus habilidades. Todo esto va a desaparecer. Pero hay algo que los robots no van a poder hacer nunca, ser consumidores. Por eso soy optimista. El sistema capitalista va a asegurarse de que la gente tenga empleo y consuma lo que los robots producen. No sé si la salida va a ser el salario común, el ingreso ciudadano o alguna política similar.

¿Qué sectores tienen mayor potencialidad para el desarrollo en Argentina?

Creo que las posibilidades futuras del país están en la alta tecnología y la bioeconomía. La alta tecnología porque estamos entre los cinco países que tienen empresas que producen satélites, además de que tenemos industria farmacéutica y de servicios basados en conocimiento.

¿El país es competitivo en estos sectores?

La calidad es competitiva al punto de que, incluso en este momento, en plena pandemia, hay inversores buscando oportunidades en Argentina, dispuestos a poner plata. Hay buenas historias que muestran el potencial de Argentina. Como una empresa que se creó en 2002 en Rosario, un grupo de becarios que estudiaba microbiología que empezó a producir un material que permite verificar si el material que se utiliza en los hospitales están esterilizados. Primero fue un sistema muy rudimentario, después consiguieron 800.000 pesos de los fondos del Ministerio de Ciencia y Tecnología y 14 millones de dólares de inversores privados. Hoy tienen una empresa que exporta a 44 países, además de proveer al mercado local, compite con 3M, tiene 300 empleados y dedica un 20% de los ingresos a investigación y desarrollo. Otro caso es el de la empresa que desarrolló un test rápido para COVID-19 con la misma precisión que la PCR  [siglas en inglés de Reacción en Cadena de la Polimerasa]. Hay dos compañías en el mundo que lo hacen. Una es de EEUU, es la que inventó la técnica y son candidatos al premio Nobel. La otra es esta, en Argentina. Es la primera vez, que yo recuerde  que tenemos una distancia casi nula en tiempo entre la aparición de la tecnología y la implementación acá. El primer satélite lo fabricamos en el país 30 años después del primero. Hicimos la primera vaca clonada transgénica seis años después de Dolly. Ahora estamos compitiendo cabeza a cabeza. Esto es muy buena propaganda para Argentina.

¿Cómo se pueden atraer inversiones para estos sectores?

Hay un portafolios de empresas muy buenas, pero falta una consolidación de la oferta. El inversor extranjero no tiene idea de qué oportunidades hay. Estoy trabajando en eso, justamente. Indago cuánto quieren invertir, qué riesgo quieren asumir, si hay algún sector que les interese. Tenemos muchas empresas que están validadas y solo necesitan un poquito más de capital, no  hay muchos lugares en el mundo que te ofrezcan eso. Creo que hay una oportunidad que es vender servicios de investigación al exterior. Es lo que hace Israel. Es un país que no manufactura mucho: no fabrica autos, medicinas ni vacunas. Pero están las grandes compañías haciendo investigación y desarrollo. Después fabrican las vacunas en Tailandia, pero hacen la I+D en Israel. Son ingresos por royalties.

¿Qué impacto tiene la economía del conocimiento en el empleo de los sectores más postergados?

La economía del conocimiento no genera muchos puestos de trabajo. Son empresas que emplean a 15 o 20 personas cada una, en general con título universitario. Al chico que vive en un barrio de emergencia no le cambia la vida. Es muy difícil que logre conseguir empleo en Mercado Libre, por ejemplo. Hay casos como el de Globant, que abrió oficinas en Chaco para llegar a otras regiones, pero igual no es para todos. Para estudiar computación tenes que estar cerca de alguna facultad importante y, preferiblemente, no tener que trabajar mientras estudiás. Es bastante poco inclusivo. De todas maneras, la economía del conocimiento es un componente valioso del país. Nos presenta al mundo de otra manera, pero hay que pensar alternativas laborales para aquellos que no tengan mayor instrucción o que no puedan mejorar su educación en el corto plazo.

PARTE 2 | BIOECONOMÍA
Definiste a la bioeconomía como otro sector con potencial, ¿por qué?

La bioeconomía es el gran bloque al que Argentina tiene que apostar. Incluye a las industrias farmacéuticas, la biomasa y la biorefinería, pero el sector alimenticio es el que tiene más potencial. El desafío es generar cadenas de valor para que el pequeño productor que vive en Catamarca o La Rioja reciba un ingreso digno por aquello que le gusta y que sabe hacer. El productor no quiere ni puede programar páginas web en la ciudad, tampoco tiene sentido que lo haga. Prefiere trabajar la tierra y eso también es una oportunidad, porque el mundo está buscando como nunca alimentos de alta calidad. Hay un fenómeno muy notable que es el cambio de hábitos de consumo: lo que algunos llaman lujo responsable. Hay un hedonismo ético. Los jóvenes quieren consumir, pero hay una conciencia ética mucho mayor que en las generaciones anteriores. Además, no compran una casa o un auto, pero les gusta viajar y comer. Gastan más en comida que las generaciones anteriores y a niveles muy sofisticados. 

¿Por qué eso es una oportunidad para el país?

Argentina tiene posibilidad de presentarse con productos de alta calidad desde el punto de vista nutricional y producidos con la tecnología que demanda este tipo de consumidor. Empieza a importar de dónde vienen los alimentos y la historia que hay detrás de todo eso. Trazabilidad y contenido cultural. Ya hay ejemplos de botellas de vino que tienen códigos QR, que escaneás con el teléfono y dice hasta de qué parcela proviene. También se usa la realidad aumentada, que permite una experiencia de inmersión a través del teléfono. Apuntás a un paquete de yerba y viajás de modo virtual a las plantaciones de Misiones, que podés explorar con una visión 360. Eso ya existe, lo estamos haciendo en Argentina. Si combinamos los productos naturales con el exotismo y el diseño argentino, podemos tener éxito. Son cosas que nos salen bien. 

¿Cuál considerás que es el mayor desafío del sector agroalimentario?

El problema es que Argentina no exporta alimentos para humanos, sino para animales. Dejemos de decir que alimentamos al mundo, alimentamos a los cerdos de China. Lo que tenemos que hacer es alimentar a los cerdos acá y mandar la costeleta procesada. También hay un problema claro con el tema del packaging, que a la vez se vincula con los impuestos. Les cuento un caso. Un amigo italiano fue a la feria de alimentos de Nuremberg. Encontró productos de Perú, Bolivia y Colombia, todos con un packaging elaborado, de primer nivel. Los argentinos, en cambio, vendían arroz en containers.  ¿Y eso por qué es así? Porque si exportás en un paquete, pagás más retenciones que si lo vendés a granel. Y esos impuestos se comen la ganancia.

Le asignaste un valor social, de generación de empleo y arraigo, al sector agroalimentario. ¿Se puede plantear una producción de pequeña escala que sea competitiva?

Para hacerlo, necesitás alinear lo tarifario, lo tecnológico y la organización social. Ahí juegan un papel importante las cooperativas. Porque los pequeños productores no tienen escala ni acceso al crédito. Eso es un limitante. Hace falta una entidad intermedia, como la cooperativa, que permita una mayor cohesión para intermediar en los procesos de cambio tecnológico. Por otro lado, estoy acompañando a un grupo de productores que intenta bajar la tasa impositiva para los alimentos orgánicos al 5%. Los alimentos orgánicos requieren mano de obra en el lugar, son sustentables y están alineados con los principios de comercio justo. 

Barañao
El exministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, durante la entrevista con Visión Desarrollista
PARTE 3 | UN ESTADO EMPRENDEDOR
Un tema muy debatido es el rol del Estado en materia de desarrollo. ¿Cuál pensás que debe ser el papel del Estado?

Durante los años que estuve en el ministerio se avanzó en la promoción del sector tecnológico. Hubo un retroceso en los últimos cuatro años con las PyMES porque Mario Quintana sostenía que no había que regalarle plata a las empresas. Por eso tuvimos que cortar una línea de trabajo que era realmente útil porque fomentaba la innovación. En un país como Argentina es difícil que una empresa se arriesgue a innovar si no tiene respaldo. Un ejemplo es el sector de maquinaria agrícola. Es un sector pujante e innovador, pero un prototipo cuesta 30 veces lo que vale un modelo en serie. Y si sale mal, ¿cómo lo compensa? Si se asocia con el Estado y comparten el riesgo, es más fácil que lo haga. Y si no, tarde o temprano, esa innovación la hacen los competidores de otros países, donde el Estado sí financia la investigación y el desarrollo. Además, está probado que por cada peso que el Estado invierte en las PyMEs, le vuelve aumentado. Ese es el eje del Estado emprendedor que puso en tema Mariana Mazzucato. Con base a lo que pasó en el último gobierno, agrego que es necesaria una mejor articulación entre el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el de Producción. Es algo que falló. Creo que ahora con Fernando Peirano y Matías Kulfas no va a haber ese problema, hay una oportunidad de mayor articulación.

¿Considerás que la presión impositiva perjudica el desarrollo?

Sí, porque termina imperando una política impositiva perversa. El año pasado estuve almorzando con el embajador de China en Argentina. Cuestionaba que las exportaciones con valor agregado pagan más impuestos que las exportaciones a granel y después le pedimos a ellos que bajen los aranceles. ¿Qué argumento hay para castigar al que exporta con valor agregado?

¿Por qué creés que pasa esto?

Mi explicación es que en el aspecto impositivo se mira sobre todo la parte que es la fuente principal de ingresos: la soja, el maíz y el trigo. Todo lo demás parece nimio. Se necesita un ecosistema a nivel de gobierno central que haga viables los proyectos. Hay que salir de la esquizofrenia de incentivar el valor agregado, pero después implementar este tipo de impuestos que impiden que puedan exportar. En esto también son fundamentales los gobiernos locales. 

¿Considerás que durante tu gestión en Ciencia y Tecnología pudiste impulsar parte de la agenda del desarrollo?

Me parece que pudimos poner la ciencia en la vitrina. Mostrar la importancia del sistema científico tecnológico y lentamente introducir un cambio cultural, que es la vinculación entre el sector académico y el sistema productivo. Hablar de la responsabilidad social del investigador, que no se satisface publicando trabajos. Un país como Argentina, con el nivel de pobreza que tiene, no puede hacer ese tipo de ciencia. Algunos examigos dicen que la función social del científico es promover el pensamiento crítico. Pero cuando tenés hambre no tenés pensamiento crítico. Primero hay que resolver eso y después debatir el devenir de la ciencia. Creo que se avanzó en ese sentido y la articulación del sistema tecnológica está mucho más aceitada que hace 10 o 20 años. La comunidad científica está mucho más propensa que antes a trabajar en soluciones concretas. Pero no es mérito mío, influye el cambio generacional. La gente joven piensa así. Lo que hicimos nosotros fue implementar incentivos en esa dirección. 

¿Ves que esa mejor articulación se plasma en resultados?

Con la convocatoria a los científicos por la pandemia pasaron dos cosas que me satisficieron. Una es que mostraron que el sistema científico estaba vivo. Mucho de lo que se vio eran cosas que se venían haciendo. Y lo segundo es que se validó, en forma no tan perceptible, la interacción con las empresas. Ahora muchos investigadores tienen una empresa asociada. Y eso no pasaba. Cuando yo promovía esto, la parte más ortodoxa de la comunidad de la ciencia salía a criticar porque decía que “mercantilizaba” la ciencia. Eso, que era tan difícil, ahora está validado. Creo que, así como ganó fuerza este enfoque con la crisis sanitaria, deberíamos hacer lo mismo en la etapa siguiente, en la reconstrucción económica. Es una oportunidad de hacer las cosas distintas. El único momento en el que uno puede cambiar las cosas es las crisis. Lo más estúpido es negarlas.

Cuestionaste el efecto distorsivo de los impuestos en la competitividad, ¿cómo se puede potenciar las exportaciones con valor agregado?

Tenemos un problema serio con las divisas. No alcanza con el mercado argentino. Ninguna empresa va a ser eficiente si produce solo para el mercado interno. Hay empresas que se desarrollaron y exportaron, pero una de las carencias que tenemos es el bajo porcentaje de PyMEs exportadoras del país: menos del 15%. A esas empresas hay que acompañarlas, no sirve llevarlas a una gran feria y dejarlas que se arreglen. Algunas no saben qué hacer en una feria. Otras logran con mucho trabajo una orden de compra y después no consiguen crédito para exportar. Se pueden hacer cosas simples, como que la orden de compra valga como un aval para obtener un crédito. Tenemos un banco como el BICE que se puede arriesgar. Si tiene las mismas cláusulas que un banco comercial, no sirve. Ahí hay algo que corregir. 

Tomemos el ejemplo de la maquinaria agrícola, que mencionaste. Por el perfil productivo de Argentina, es un sector que podría desarrollarse e incluso exportar. Sin embargo, el país no es uno de los principales exportadores. ¿Por qué?

El problema es, justamente, que esta industria está muy ligada al mercado local, casi a lo artesanal. Son muchas empresas familiares que fabrican a bajo nivel de escala. Cada una hace cosechadoras con su estilo, incluso los bulones son diferentes. Además hay muy poca asociatividad. Todo eso explica la disparidad entre la capacidad tecnológica que hay en el país y la escasa presencia internacional. Pasa también en otras áreas. Una vez vi un modelo de una especie de arado de una sola rueda con un motorcito incorporado que era ideal para la economía familiar en Latinoamérica. Pero nunca avanzó más allá del prototipo. No hay premios para llevar eso a una escala de producción en serie. Creo que hay que buscar esas oportunidades y darles respuesta.  

PARTE 5 | MÁS ALLÁ DE LA GRIETA
Fuiste ministro de dos gobiernos antagónicos, uno a cada lado de la grieta. ¿Cómo analizás el fenómeno de la polarización de la política argentina?

Los seres humanos amamos las grietas. Hay un estudioso del comportamiento animal, llamado Robin Dunbar, que analizó el tamaño de los cerebros y las comunidades de los primates. Dunbar encontró que los seres humanos pueden relacionarse plenamente con comunidades de hasta 150 personas. Eso define el comportamiento. Cuando viene alguien ajeno a la comunidad, hay dos opciones: que sea un enemigo o que sea un enfermo, que fue expulsado de la sociedad. En ambos casos es una amenaza. Si un individuo no reacciona rápido, no sobrevive. Por tiene, al principio, una conducta hostil hacia el que es de otra tribu. De ahí viene nuestro impulso a desconfiar del otro y a juntarnos en grupos chiquititos. El instinto de pertenencia al grupo es superior al de supervivencia. Evolutivamente, estar fuera del grupo equivalía a morir porque al que excluían, lo comía un león. El grupo de Facundo Manes [Fundación INECO] estudió cuánto tiempo tardaban los mapuches en identificar si alguien en una foto es parte de su grupo o no; son milisegundos. Antes de que seamos conscientes, el cerebro ya elige la confianza o la desconfianza. Otro estudio detectó que los miembros de las FARC de Colombia mejoraron la capacidad de distinguir civiles de militares en milisegundos. Es una operación inconsciente,  aunque después cada uno lo justifica con ideología.

¿Considerás que es un problema el grado de polarización actual, o es parte de la dinámica política?

Acá tenés dos tipos y tres fracciones. Eso hace muy difícil encarar proyectos en común. Y pasar de una tribu a otra es un pecado inaceptable. Y a mí me lo facturó mi tribu de científicos K. 

La pandemia de COVID-19 mostró que Nación, CABA y provincia de Buenos Aires podían trabajar en conjunto, más allá de las diferencias políticas. ¿Está sobredimensionada la grieta?

Creo que sí. Está retroalimentada por la burbuja mediática y por las redes sociales, donde la gente interactúa con otros que piensan de la misma manera. Los medios masivos fomentan eso porque necesitan el conflicto. Los titulares siempre hablan de la interna, la puja, la pelea. La biología del comportamiento también explica eso: somos chismosos, nos atrae eso. En las tribus tenías que saber cuándo había una pelea y quién había ganado, para no aliarte mal. En política también es así: todos miran quién anda bien, para no abrazar el lado equivocado.  

¿Cómo viviste la grieta en tu paso por los gobiernos de Cristina Fernández y Mauricio Macri?

En los dos gobiernos había gente que buscaba acuerdos. No eran los más representativos, pero había gente con racionalidad. Por otro lado, descubrí que más allá de lo mediático, todos están en contacto. Incluso se juntan a comer asados. ¿Por qué fingimos el enfrentamiento? Porque se supone que si no representás a una facción, no tenes un electorado propio. Es un pecado decir que compartis lo que dijo el opositor.  Si no encontramos una forma más civilizada de discutir, si no somos conscientes de que tenemos en nuestro hardware ancestral esta conducta que nos impulsa a señalar al otro como enemigo, no vamos a resolver las cosas. Hoy no veo que haya un premio al que logra mayor cohesión y consenso. Pero eso puede cambiar con la pandemia, que también paga ser conciliador. Las encuestas muestran que mejora la imagen de los políticos que trabajan juntos y se ponen de acuerdo. Si las encuestas se mantienen así, puede durar, porque el político depende de eso. Una vez alguien me dijo sobre la política: ante cualquier afirmación hay un 20% que está automáticamente a favor y un 20% que está automáticamente en contra. El 60% está en la duda. Lo peor que podes hacer es ponerte a discutir con el 20% que está en contra, porque lo que hacés es confundir al 60% del medio. Pero indefectiblemente caemos en esa.

¿Cómo se puede cambiar esa forma de pensar la política?

Tenemos que renovar la clase política. Antes uno venía por un partido, ahora los candidatos a intendentes salen en televisión y tienen plena libertad de negociar en cada elección con cualquiera. Eso es grave, nadie responde y no existe coherencia ideológica ni programática. Al haberse bastardeado la imagen de los partidos políticos, no existe esa garantía de calidad. ¿Cómo se reconstruye eso? Quizás si logramos que la lógica de la ciencia llegue también a la política. Discutir sobre bases racionales, no demonizando al otro. Tener discusiones basadas en la evidencia y, sobre todo, en acuerdos sobre a dónde queremos ir. El termino gobernar viene del griego y significa manejar el timón, pero no solo para que no se hunda la barca sino para marcar un rumbo. Marcar el rumbo es lo esencial del gobernante. Usaría la premisa de Borges: no tratar de tener la razón sino de entender las razones del otro.


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