Polak
Federico Polak, en el bar Petit Colón (Buenos Aires)

Es un listado polémico, pero Federico Polak lo defiende. Para él, los mejores políticos argentinos son Raúl Alfonsín, Arturo Frondizi y Julio Grondona. Solo cuenta a los que conoció en persona. Fue portavoz de Alfonsín. Con Frondizi se inició en la vida política. Militó durante años en el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) y es miembro de la Fundación Frondizi. “Me separan más años de Frondizi que de Alfonsín”, explica para justificar su preferencia por el chascomunense. Polak comete un furcio recurrente y llamativo en la entrevista con Visión Desarrollista: confunde varias veces los nombres de Frondizi y Alfonsín. No es al primero que le pasa. 

A Grondona lo trató durante su breve mandato como interventor de Boca Juniors. Polak es el único hincha de Racing que presidió el club de la ribera. En 40 días frenéticos sacó al club de una grave crisis económica e institucional y evitó el remate de la Bombonera, que estaba apuntalada por riesgo de derrumbe. Asegura que el manejo político de Grondona fue clave para encontrar una solución. También concretó la venta de de Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca a River, al mismo tiempo que cerró la compra de Carlos Tapia y Julio Olarticoechea. Finalmente, logró que se reconstruyera la dirigencia a través de una lista única y que se evitaran las internas. Polak cuenta su paso por Boca en el libro Armando a Macri, recientemente publicado. Inspirado por la buena recepción que tuvo el texto, ironiza sobre la posibilidad de uno nuevo: “Me gustaría escribir una biografía contestataria de Grondona, en la que diga por qué era bárbaro”.

En contra del lugar común popular, Polak asegura que con los años se volvió más progresista. “Fui de centro en la juventud y me fui corriendo a la izquierda con los años”. Durante su paso por la Universidad se mantuvo alejado de la política. Con el tiempo se arrepintió de no haber vivido esa experiencia. El día que se recibió de abogado, en 1967, conoció al expresidente Arturo Frondizi. El profesor de su monografía, Héctor Chacho Sauret, lo llevó al Centro de Estudios Nacionales (CEN), donde Frondizi estaba reunido con Isidro Ódena. “Ya lo admiraba como político, desde entonces lo admiré como persona”, recuerda Polak. Ese día comenzó a militar en el desarrollismo.

Usted tiene dos opciones: o copia mil libros y le dan el premio facultad, o estudia el problema de los monopolios”. Con esa frase, Frondizi marcó políticamente a Polak. Los monopolios eran entonces sinónimo del capital extranjero. No había monopolios nacionales. Polak optó por estudiar a los monopolios en su doctorado. Tardó dos años en cursar los estudios y 33 años más en hacer la tesis. Mucho tiempo después, otro expresidente le planteó el mismo problema. Tras el triunfo de Fernando De la Rúa en 1999, Polak invitó a su equipo de colaboradores a comer con Alfonsín. El expresidente, de golpe, les planteó: “¿Cuál es la primera ley que tiene que promulgar este gobierno? La ley antimonopolio”. Frondizi y Alfonsín: los dos contra los monopolios. Así los recuerda Polak. Pero el concepto había variado, aclara. El monopolio por antonomasia ya tenía nombre propio: Clarín.

¿Qué admirabas de Frondizi y Frigerio?

Frondizi me cautivó porque era el héroe de mi infancia. A los 13 años fui a ver cómo asumía. Como decía Beatriz Guido, era un Sarmiento en la casa de gobierno. Un intelectual. De Frigerio me hice amigo, pero después de irme del MID. Frigerio tenía eso: te castigaba si estabas dentro, pero cuando te ibas eras su amigo. 

¿Había rivalidad entre Frondizi y Frigerio?

Entre ellos no. Se admiraban y respetaban mutuamente. Pero entre los grupos sí, totalmente. Estaban los radicales —ex UCRI— y estaban los desarrollistas, que venían de distintos lugares y menospreciaban al radicalismo. Los radicales tenían una sujeción a Frondizi que les impedía irse. [Raúl] Uranga fue uno de esos casos. Aguantó, pero como tenía vuelo propio, cuando se cansó de Frigerio, se abrió. Igual se quedó un buen tiempo en el MID.

Muchos de esos radicales no compartían las políticas que implementó Frondizi cuando llegó al Gobierno. ¿Por qué se mantuvieron leales?

Frondizi los sorprendió con sus medidas cuando asumió, pero lo apoyaron. El padre de Enrique Bulit Goñi fue a renunciar la misma noche de la asunción [por la conformación del Gabinete], pero Frondizi lo convenció para que se quedara. Un día, Frondizi le dijo a [su secretario privado, Eduardo] Tito González en la Casa de Gobierno: “Me tienen podrido”. ¿Quiénes?, le preguntó Tito. “¡Los radicales!”. Ah, ¿por Balbín? “No, los nuestros, que me vienen a preguntar todo el tiempo por qué hago una cosa o la otra”. 

¿Por qué se generó esa diferencia de criterio?

Frondizi cambió profundamente su pensamiento. Antes era lo más de izquierda que había dentro del radicalismo. Se había afiliado a la UCR para defender presos políticos. Era el presidente de la Liga de los Derechos del Hombre. Un criptocomunista. Tenía contactos con el socorro rojo. Y dio un giro total, en particular con el tema del petróleo.

¿Creés que fue todo por influencia de Frigerio o hubo una evolución propia?

Me parece que hubo algo interno en él, progresivo. El discurso de Radio Belgrano [en 1955] es un discurso industrialista radical, pero con algo más. Ya había dado ese paso. No es que Frigerio lo convenció en 1956 cuando se reunieron. Él ya estaba en ese camino. Pero al encontrarse se produjo una simbiosis. Frigerio tenía un pensamiento mucho más metódico que Frondizi, producto de su formación marxista. Rogelio, por su parte, tuvo que explicar a sus amigos de la revista Qué el tema de los contratos petroleros. No podían creerlo. [Arturo] Jauretche nunca se lo perdonó. [Raúl] Scalabrini Ortíz lo comprendió, pero le dijo que no lo hiciera porque lo iban a matar. Polak

EL FREJULI Y EL RETORNO DE LA DEMOCRACIA

El MID integró el FREJULI en 1973. ¿Qué lectura hacés de aquella alianza?

Fue de las experiencias políticas más insólitas que recuerde. Era delegado electoral [del Frente] y los peronistas no me pasaban los datos el día de la elección porque decían que no era compañero. Frondizi nos convocó el 9 de mayo [dos meses después de las elecciones] en una casa de calle Canning y nos ordenó que no aceptáramos un solo cargo del gobierno que iba a sumir. A mí ya me habían ofrecido la Cámara Federal de Mendoza y me parecía absurdo. Pero no lo era, al contrario. Primero, la posición del MID iba a ser de un apoyo crítico. Y segundo: nos protegieron, nos salvaron. A muchos de los tipos que estuvieron en ese gobierno, después los limpiaron.

¿Frondizi sabía que se iban a venir tiempos complicados?

Para mí, sí. La violencia era un instrumento político, una forma más de hacer política. El que no entiende esto, no entiende nada de la década del 70. El mundo era así. El peronismo se estaba dividiendo muy fuertemente. Se vio en Ezeiza. Yo sostenía que teníamos que apoyar a la Juventud Peronista, pero el Comité Nacional tomó posición en contra. Yo me enfurecí, pero después entendí que lo había hecho para protegernos. Nos sacó del medio de lo que iba a venir.

Habían pasado 10 años desde el derrocamiento de Frondizi, ¿se analizó la opción de que el desarrollismo compitiera solo, sin aliarse con el peronismo?

Claro. Si el MID hubiera ido solo, entraba segundo en esa elección. Le ganaba a [Ricardo] Balbín, claramente. Pero se creía en algo que hoy es más difícil de entender: el Movimiento Nacional. Entonces había una convicción de que no era posible gobernar sin las Fuerzas Armadas, los gremios, la iglesia y el peronismo. Por otro lado, Frondizi nunca aceptó un cargo desde que volvió de Tunquelén [el hotel de Bariloche donde estuvo preso tras de su derrocamiento]. El Frondizi que yo conocí, nunca jugó en política.  

¿Cuál era la estrategia política del MID?

Frigerio concebía un partido político pequeño, pero ideológicamente fuerte, que se pusiera a la cabeza de la revolución. Y hacer entrismo. Frigerio repitió esa estrategia con cada gobierno. Siempre creyó en eso. Me parece que la concepción ideológica de Frigerio encajaba mucho en el peronismo. Y creo que la derrota de 1957 marcó mucho a Frigerio. Aquel año, la UCRI sacó más convencionales para la Asamblea Constituyente que la UCRP, pero sacó menos votos. Y entonces escribió un artículo famoso en la revista Qué donde decía que detrás de la derrota estaba la victoria [se refería a la posibilidad de aliarse con el peronismo].

A pesar de esto, en el 83 el partido se presentó con lista propia. ¿Por qué?

Es cierto, el partido decidió hacer lo contrario. Me mandaron a mí a una reunión en la casa de [Vicente] Solano Lima en la que se iba a negociar un frente de partidos para apoyar a [Ítalo] Luder para la presidencia. Se elaboró un documento, pero yo no comprometí al partido en la alianza.  Porque no me habían dado ninguna instrucción, y eso era un mensaje. A la mañana siguiente fui a ver a Frondizi, le conté y me respondió: “Hizo muy bien”. Como yo ya entendía de política, me di cuenta de que si me mandaban a mí a la reunión, era para que no se firmara. Para mí fue un error. 

¿Creés que debería haber insistido con el entrismo?

El MID cometió dos errores. Fue en un frente en el 73, cuando debería haber ido solo. Y fue solo cuando era obvio que se estaba polarizando la elección entre el PJ y la UCR. 

¿Debería haber apoyado al peronismo, el aliado histórico?

No, a Alfonsín. Y se planteó la opción. Nadie lo contó, pero Alfonsín pudo ser el candidato del MID. Al principio de la campaña, Frigerio y Alfonsín daban señales en ese sentido.

¿Y qué pasó?

En una entrevista en televisión, con mucha mala leche, [Bernardo] Neustadt le preguntó a Alfonsín si él volvería a anular los contratos petroleros. Y él, en su rol de candidato de la UCR, defendió la postura histórica del partido. Ahí se fue todo al tacho. Alfonsín llamó para disculparse a la mañana siguiente. Frigerio lo atendió, pero ya no había nada que hacer. Alfonsín ya estaba trabajando en lo que iba a ser el Plan Houston [una política petrolera similar a la de Frondizi], pero no quería enfrentarse a su partido. Después de eso, Frigerio se lanzó fuerte como candidato y el tema quedó enterrado.

¿Cómo analizás el resultado electoral del MID en el 83?

Frigerio puso mucha plata. Las encuestas le daban ocho puntos. Esa era la expectativa. Además entonces existía el Colegio Electoral. Entonces, si había un empate entre el PJ y la UCR, tenían que negociar con un tercero. Pero sacamos el 1%, el MID quedó cuarto. Hubo una fuerte autocrítica. Jornadas de autocrítica con mucha gente. De todas maneras, el quiebre del desarrollismo como actor político se había dado antes, después de Malvinas.

¿Por qué?

Primero, porque el partido criticó la guerra, pero no supo aprovechar esa bandera. Y segundo, porque tenía muchos jóvenes y no los contuvo. Yo me disfrazaba de joven y los coordinaba. El 16 de diciembre del 82 llevamos una columna muy fuerte a la marcha de la democracia en Plaza de Mayo. Pero después muchos jóvenes se fueron con Alfonsín. Salvo Mercedes Marcó del Pont, no quedó nadie.

¿Por qué se alejó tanta gente?

Hubo muchos errores. El MID tenía cosas del PC [el Partido Comunista]. Como el Tribunal de Conducta. A Melchor Posse se lo había expulsado, pero quiso volver. Me pidió que lo ayudara y fui a hablar con Frigerio. Melchor podía ganar él solo la primera [sección de la Provincia de Buenos Aires]. Pero Frigerio no quiso saber nada. Al final, el hermano de Melchor habló con Alfonsín. El hermano fue electo diputado y Melchor, intendente. Carlos Sylvestre Begnis y Raúl Uranga eran tipos que Frigerio no admitía. Porque eran radicales. Tenían el folclore radical. Pero eran caudillos en sus provincias.

 ¿Y Frondizi no era un radical?

Sí lo era, pero dejó de serlo. No en la escisión [entre la UCRI y la UCRP], pero con el tiempo dejó de ser radical. Dejó de ser un tipo del partido, tomó otra dimensión.

¿No se podía combinar el partido de cuadros puros con los políticos del interior?

Es que no llegás sin ellos [por los caudillos]. Paradójicamente, en el gobierno actual [el de Macri], es un Frigerio el único que entiende eso. Habla con los gobernadores, acuerda, pero el resto no acompaña.

¿Había una desconexión entre el partido y la realidad de los territorios?

Totalmente. Me acuerdo que una vez fuimos a un barrio de emergencia a hacer campaña y yo iba vestido con un sobretodo de piel de camello. La gente me puteó. No mal, pero me putearon. Y tenían razón, era un ridículo. Lo peor es que había una base popular en el desarrollismo, pero se fue perdiendo.

Estuviste vinculado con los organismos de derechos humanos. ¿Cuál era la posición de Frondizi y Frigerio sobre el tema?

Estuve en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH) antes de la dictadura. Fue una decisión de Frondizi y Frigerio, no fui solo. Querían tener a un tipo adentro. Y me nombraron porque era el más de izquierda. Al final de la elección del 83, me dieron toda una tapa de El Nacional [el periódico partidario del MID]. Pero hasta entonces no se habían dado cuenta de que ese era el tema del momento. Frigerio tenía una composición del método político muy buena. Su consigna de “desarrollo o hambre” era la que tenía que prevalecer. Y sigue siéndolo. Pero no en ese momento. Entonces el tema estaba entre la vida y la muerte, pero él no se dio cuenta.

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EL GOBIERNO DE ALFONSÍN
¿Esperabas que ganara Alfonsín?

No, nadie podía creer que el peronismo perdiera una elección. Nunca había perdido. Estaba convencido de dos cosas: de que el peronismo no podía perder, y perdió; y de que en derechos humanos no se iba a poder hacer mucho, independientemente de quién ganara. Por eso, cuando el 12 de diciembre [Carlos] Alconada Aramburú me dijo que habían firmado un decreto de enjuiciamiento a los militares, no lo podía creer. Si hay una promesa de campaña que cumplió, fue esa. Puso todos los huevos.

¿Por qué crees que ganó?

Alfonsín se puso del lado de la vida. Fue el que mejor entendió que los argentinos necesitaban eso en aquel momento. Solo había que escucharlo hablar. Frondizi me mandó una vez con otro abogado del MID a una reunión donde estaba Alfonsín. Durante el postre, Alfonsín empezó a hablar y el otro me dijo: “Rajemos”. Le contesté que era una falta de respeto. Alfonsín era nuestro adversario en ese momento. Y me respondió: “No, rajemos porque nos convence”. Esa era la oratoria de Alfonsín. Frondizi también era un buen orador. Era distinto, pero conmovía. Alfonsín era el más peronista de los radicales. Frondizi, en cambio, era el tipo al que Perón miraba con respeto. Pero de peronista no tenía un pelo. 

Además del juicio a las juntas, ¿qué otra política destacás?

Tuvo una estrategia país. La podemos discutir, pero la tuvo. En Parque Norte [por el discurso de Alfonsín de 1985] planteó una estrategia de país. El creía que era un discurso socialdemócrata, yo siempre dije que tenía un fuerte contenido desarrollista. Alfonsín siempre miró a Frondizi, era su espejo, para lo bueno y para lo malo.

¿En qué medida influyó Frondizi en Alfonsín?

Alfonsín siempre decía, un poco en serio y un poco en broma, que le debía la presidencia a Frondizi. Porque cuando se escindió la UCR en 1956, todos los jóvenes progresistas y talentosos se fueron de la UCRP [con Frondizi]. Él quedó solo y cuando llegó 1983, no tenía rivales de su generación. Frondizi presidió la Liga por los Derechos del Hombre, Alfonsín fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en 1975. Frondizi dio inicio al más formidable proyecto de desarrollo económico de Argentina, una de cuyas patas era el petróleo. Alfonsín también tuvo una estrategia para el país, y reivindicó a Frondizi con el Plan Houston

¿En qué políticas del gobierno de Alfonsín ves un contenido desarrollista?

En la idea de trasladar la Capital hacia el sur. En rescatar la política petrolera que había hecho Frondizi con los contratos. El Plan Houston estuvo inspirado en la Batalla del Petróleo. Lo planteó Rodolfo Terragno, que surgió del MID

¿En el concepto del Tercer Movimiento Histórico, había algo de la idea del Movimiento Nacional de Frondizi?

Sí, aspiraba a la confluencia con el peronismo. Alfonsín me dijo años después: “Siempre lamenté haber ganado por una diferencia tan grande. Si hubiera ganado por poco, habría hecho un gobierno de coalición”.

Muchos políticos dicen eso, pero cuando llegan al poder no lo instrumentan

Es muy difícil. Los mismo radicales no lo dejaban. Cuando nombró a Juan Sourrouille, se le rebelaron [fue ministro de Economía de Alfonsín, pero no era radical]. Era una UCR muy fuerte. Sacó el 38% en medio de la híper. No es el radicalismo de ahora.

El principal fracaso de Alfonsín fue la economía. ¿Qué creés fue lo que falló?

Con Bernardo Grinspun tuvo una inflación alta. No había un plan económico. En febrero de 1985, lo reemplazó Sourrouille. Viajó a Washington y se reunió con el Secretario del Tesoro y la Reserva Federal. Armaron un plan económico que iba a solventar EEUU: el Plan Austral. Empezó a marchar muy bien, el dólar estaba controlado y la inflación también. Pero de golpe la LIBOR [tasa de interés de referencia] empezó a subir y alcanzó el 17%. Para que tengan un parámetro: hoy es del 0,1%. El equipo económico viajó a EEUU y le respondieron: “Mala leche”. Ellos necesitaban subir la tasa, le dijeron. A estas condiciones internacionales se las conoce en América Latina como “la década perdida”. En estas condiciones, era imposible hacer el desarrollo.

¿Qué actitud adoptó el MID cuando asumió Alfonsín?

No fue la mejor. Creía que no terminaba el año de gobierno, que los militares lo iban a sacar del poder. Yo estaba a favor de apoyar al gobierno ganador, pero otros no. Encima Carlos Alconada Aramburú me ofreció que fuera su Jefe de Gabinete en el Ministerio de Educación y Justicia.

¿Por qué te convocó, si el MID no apoyaba?

Trabajábamos juntos y él creía que yo era un genio. Tenía una percepción equivocada de mi inteligencia. Me nombró en Papel Prensa y también Secretario de Justicia. Pero Alfonsín no firmó mi designación. “Muchos desarrollistas”, decía. 

¿Ya conocías a Alfonsín?

No, solo lo había visto en la jura [del cargo]. Ese día hice el peor chiste de mi vida. Estábamos esperando al presidente y cuando llegó, me dijo: “Federico Polak: escuché mucho hablar de usted”. Y le respondí: “Y yo de usted también”. Alfonsín me miró con cara de “este tipo es un tarado”.

¿Cómo llegaste de ese momento a te convertirte en el portavoz de Alfonsín?

Mucho después, ya fuera del gobierno. Un día me vino a ver al estudio Jorge Carretoni. Él era frondizista y se había acercado a Alfonsín. Me preguntó si me interesaba ser el vocero de prensa [del expresidente]: “Si usted me da el ok, yo se lo propongo”.  Era la previa a la campaña del 97. Alfonsín no quería saber nada sobre tener voceros, pero cuando Carretoni le dijo mi nombre, le replicó: “No va a aceptar”. 

¿Por qué pensaba eso?

De alguna, me sobrevaloraba. Ya éramos amigos, andábamos mucho juntos. Ya lo había ayudado en política en la campaña de 1993. Pero creía que no iba aceptar un puesto de portavoz. Así empecé. Y nos llevamos perfecto. Nunca tuvimos inconvenientes, hablaba casi de memoria, sin consultarlo.

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DE LA ALIANZA A CAMBIEMOS 
¿Participaste en las negociaciones de la Alianza de 1999?

La reunión donde se cerró la Alianza se hizo en mi casa. Fue un 2 de agosto a la noche. Vinieron el FREPASO y las distintas líneas radicales. No vino solo Alfonsín, también De la Rúa, Terragno y Storani. Alfonsín era el patriarca, pero cada uno tenía su propio juego. Insólitamente, con el FREPASO vino [Dante] Caputo, [Alberto] Flamarique, Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide. Fue un acuerdo duro, pero se constituyó un formidable instrumento electoral. No tuvo nada que ver con lo que después fue Cambiemos. Fue una alianza de gobierno, no solo electoral.

¿Qué falló?

Fracasó porque no salió de inmediato del uno a uno. Pero los tres candidatos —De la Rúa, Duhalde y Cavallo— habían firmado un compromiso de mantener la convertibilidad. Podría haberse mantenido la convertibilidad, pero cambiar la relación a la de uno con veinte a uno. Eso hubiera solucionado el déficit que dejó Menem.

¿Cómo evaluás el rol de Chacho Álvarez en el gobierno?

Chacho Álvarez fue el que más se opuso a salir del uno a uno. Cuando renunció a la vicepresidencia, destruyó el poder de su propio gobierno. Después quiso volver como Jefe de Gabinete y trajo a Cavallo. Un desastre que se pudo haber evitado institucionalmente designando un Jefe de Gabinete peronista. Una cohabitación a la francesa. 

¿Creés que el gobierno podría haber evitado la crisis de 2001?

En 2001, yo decía frases como “disfrazar a De la Rúa como un dirigente de centroizquierda fue un error”, o “tenemos que nombrar a un jefe de Gabinete peronista”. Ricardo López Murphy, de quien soy muy amigo, me decía: “Cuando lleguen los indios y los chinos, esto levanta y no nos vamos más”. Y sí, había que esperar un poco más. De la Rúa hubiera permanecido hasta el 2003 y recibido la época de la suba de los productos primarios que heredó Néstor Kirchner. Cualquier era un estadista con esa soja. Pero no llegamos.

Tras el colapso de la Alianza, el radicalismo tuvo que esperar 14 años para volver a formar una alianza ganadora. Y lo hizo con Macri. ¿Qué balance hacés del gobierno de Cambiemos?

Macri ya desde chico quería abrirse camino con el fútbol para los negocios y la política. En el fútbol dejó un inigualado legado deportivo y el desarrollo de la marca Boca. Como Jefe de Gobierno no gestionó, para eso estaba Horacio Rodríguez Larreta, que ahora cumplirá su cuarto período de gestión real. Como presidente, no gobernó, no tuvo una estrategia. Endeudó, desindustrializó, aumentó la desigualdad y la pobreza. Condujo —exceptuando a la dictadura— el peor gobierno de la historia. Un gobierno sin política, además, salvo un par de excepciones.

¿Y qué expectativas tenés sobre el futuro gobierno de Alberto Fernández?

Fernández recibe una herencia nada envidiable. Es clave que pueda aumentar el consumo, dar de comer  y reestructurar la deuda en los primeros meses. De lo contrario, el estallido social que no tuvo Macri, le explotará a él. Fue un buen candidato, ganó con facilidad, pero lidera un frente variopinto que deberá ampliar para sostenerse. Integrar a otras fuerzas políticas y figuras prestigiosas de distintas disciplinas. No le va a ser fácil. 

¿Creés que puede ampliar la alianza y reeditar la transversalidad?

Es probable que se quede con retazos radicales y socialdemócratas, pero lo que necesita no es eso, sino es el diseño de una estrategia para el desarrollo —una vez que supere la coyuntura— desde una raíz muy complicada, un país partido, fuertemente feudal en algunos territorios. Deberá recrear el capitalismo. Argentina algunas veces se asemeja el medioevo por su feudalismo, justamente el sistema que fue reemplazado por el capitalismo.  

EL DESARROLLISMO Y LAS NUEVAS FORMAS SOCIALES
El desarrollo es un concepto en discusión. ¿Qué entendés vos por desarrollo?

Es un concepto con muchas interpretaciones. En Argentina es una idea más de derecha, nunca fue una bandera de la izquierda. Y, sin embargo, es una de las banderas más progresistas y revolucionarias que hay. Con el desarrollo conseguís igualdad real. La síntesis que planteaba Frondizi era: desarrollo más nuevas formas sociales. Desarrollo que incluye. No fue lo que hizo Frondizi en el gobierno. Entonces hizo lo que pudo, que fue un montón: prendió la luz, se metió, avanzó y transformó. Pero no era un modelo puro de desarrollo inclusivo.

¿Qué significa desarrollo más nuevas formas sociales?

A mí me ponían el mote de izquierda porque siempre me gustó lo social. No creo en el desarrollo económico puro. Eso es crecimiento. La gran politóloga cubana exiliada Marifeli Pérez-Stable definió el desarrollo inclusivo como aquel en el que los costos y los beneficios del desarrollo se comparten con todas y cada una de las clases sociales en la medida proporcional. Frondizi nunca lo desarrolló por escrito, pero es eso lo que yo entendía cuando él hablaba de “desarrollo más nuevas formas sociales”. El otro gran desarrollista, además de Frondizi, fue Juscelino Kubitschek

¿Qué cambió en Brasil con Kubitschek?

En Argentina lo veíamos como un tipo de derecha, pero hizo crecer a Brasil 50 años en un solo mandato. Un día estaba con Alfonsín en Brasilia, teníamos un hueco en la agenda y fuimos a al museo Kubitschek. Alfonsín no quería, yo admiraba a Juscelino. Dentro del museo hay una foto en la que está Kubitschek en una tienda de campaña, arrodillado, y abajo dice: “Fundación de Brasilia”. Se instaló en ese lugar cuando no existía nada. Alfonsín me dijo: “Eso tendría que haber hecho yo. Eso es lo yo que no hice”. Se refería a mudar la capital a Viedma. Pero en Argentina ya existía la ciudad, era más fácil [se ríe]. Brasil nunca volvió a ser igual después de 1956. Cuando yo era chico, Brasil era cinco veces menor que Argentina. Y hasta hace poco era cinco veces más grande. Eso fue Kubitschek. Y los militares mantuvieron algo del sistema desarrollista. 

¿Por qué no se logró lo mismo en Argentina?

Los factores de desarrollo son el Estado y las empresas. Eso es EEUU. Pero acá el Estado nunca fue protagonista del desarrollo. Sí fue protagonista de la institucionalización del país en el siglo XIX, pero no había otro proyecto más allá. El único proyecto era vender los productos agropecuarios, que funcionaban bien. Carlos Pellegrini intentó fomentar la industrialización, pero no tuvo apoyo. Por eso Frondizi tenía un retrato de Pellegrini en su despacho. Los radicales lo puteaban, porque era un dirigente conservador. Peor era un industrialista, como Vicente Fidel López.

¿Cuál creés que es el principal desafío para el desarrollo de Argentina hoy?

Existen dos pilares republicanos: la libertad y la igualdad. La libertad se logró, empezó con el gobierno de Alfonsín y se consolidó. Pero la igualdad, no. ¿Por qué existe el peronismo? Algunos ponen a nuestros vecinos, como Uruguay y Chile, como ejemplos de países que funcionan bien. Yo digo una cosa: acá las clases populares quieren participar del producto y en esos países que se dan como ejemplo no existe una fuerza popular con peso político real. No tienen esa tradición política. Acá existió el peronismo y no fue sustituido por algo superador. Creo que el único intento que hubo fue el desarrollismo y quedó trabado porque nunca pudo volver a disputar el poder en las urnas.

Dijiste que Frondizi con el tiempo dejó de ser radical. ¿Vos dejaste de ser desarrollista?

No. Siempre fui desarrollista porque somos como los comunistas: es un credo. No lo podés dejar. Estoy exagerando, pero no se pone en duda la doctrina.

¿Nunca te sentiste radical?

No. Y hubo situaciones ridículas, porque en muchos lugares era el representante del radicalismo. Por ejemplo cuando me presentaron como interventor del PAMI [durante el gobierno de De la Rúa], dijeron: “Acá viene el interventor radical del PAMI”. Y los dirigentes del interior venían a pedirme nombramientos para el partido [UCR].¿Por qué seguís reivindicando el desarrollismo?

Hubo dos momentos en los que el país parecía que iba a levantar. Uno fue Frondizi. Yo digo que fue el que vino y prendió la luz. Hizo cosas inauditas. No solo el petróleo. Transfirió empleados públicos al sector privado, generó la siderurgia, la automotriz, creó las escuelas de educación técnica. El impacto de su gobierno se vio en todo lo que vino después. Frondizi representaba las banderas de América Latina. Hay que releer su carta de despedida. Fue el que hizo el mayor esfuerzo para que Cuba no se fuera hacia el comunismo. El segundo momento fue con Alfonsín.

Pero Argentina sigue sin desarrollo, ¿por qué?

Frondizi aprovechó la oportunidad, pero lo voltearon cuando quiso terminar con la proscripción del peronismo. Se ganó el odio de los militares sin ganar la adhesión de los peronistas. Alfonsín resumió bien lo que pasó en su gobierno cuando dijo: “Yo debería haberme dedicado a la transición, pero me dediqué a reprochar a los militares lo que habían hecho. Tendría que haber generado un proyecto de desarrollo. Yo tendría que haber sido Adolfo Suárez” [por el presidente español de la transición]. Porque Frondizi era un líder, un hacedor.

Alfonsín, querrás decir

Los dos.


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