*) Por Sebastián Ibarra.

El vicepresidente de EE UU, Mike Pence, visitó Argentina. Una semana después, el Departamento de Comercio norteamericano decidió aplicar desorbiantes aranceles de hasta el 64% al biodiésel argentino. ¿Casualidad o represalia porque EE UU no consiguió el apoyo de Mauricio Macri para una intervención armada en Venezuela?

El biodiésel ocupaba un lugar destacado en la agenda que llevó Macri a su reunión en abril con Donald Trump. La industria aceitera norteamericana había denunciado en marzo a los productores argentinos, a los que acusa de hacer dumping porque reciben subsidios internos. Los otros dos temas calientes eran la exportación de limones y Venezuela.

Cuatro meses después de aquella visita, y en plena crisis institucional venezolana, el vicepresidente norteamericano llegó a Buenos Aires, dentro de una gira que también lo llevó a Panamá, Colombia y Chile. No se trataba de una visita de cortesía y el momento elegido tampoco era casual. Tres días antes que llegara a Argentina, el mismo Donald Trump se había encargado de mandar un mensaje marcó el recorrido de Pence por Latinoamérica.“Tenemos muchas opciones para Venezuela”, dijo Trump. “Tenemos soldados en todo el mundo, muy lejos de aquí. Venezuela no está tan lejos. La gente está sufriendo, está muriendo”. El presidente norteamericano afirmó que no descartaba aplicar una opción militar en el país sudamericano. Con esas palabras encabezando los titulares del todo el mundo, Pence iniciaba su gira.

En busca de un cómplice

El objetivo de Pence era consolidar las relaciones con los países que ve más cercanos a EE UU, cerrar acuerdos comerciales pendientes y buscar apoyos para la posición norteamericana sobre Venezuela. Casi inmediatamente después de bajar del avión cerró el acuerdo que permite la exportación de limones argentinos a EE UU. También firmó otro que habilita la exportación de carne vacuna sin hueso. A cambio, el Gobierno argentino autorizó la importación de carne de cerdo tras 25 años. EE UU es el mayor exportador mundial de carne porcina; nada es gratis. Muchos creyeron que este era el menú completo, pero todavía faltaba el plato principal. Pence se marchó y el tema del biodiésel seguía pendiente.

La situación venezolana sobrevoló la visita de Pence. “Venezuela se está convirtiendo en una dictadura y, como dijo el presidente Donald Trump, EE UU no va a quedarse de brazos cruzados mientras Venezuela se derrumba”, afirmó en su discurso en la sede de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Y acá el eje de la cuestión: Una intervención en Venezuela “en nombre de la democracia” es una gran oportunidad para EE UU y Trump: puede mostrar liderazgo, generar negocios con el petróleo y ganar popularidad a nivel regional y mundial. Además, y tal vez lo que más le importe, le permitiría ganar apoyos entre los residentes latinos en EE UU.

Aclaro algo fundamental: para que ese plan funcione, y sea una oportunidad y no un problema geopolítico, la intervención militar de ninguna manera puede  ser vista como una invasión o una acción unilateral. Para eso EE UU necesita ser llamado, tener una justificación para intervenir. Ante decisiones así, el gobierno necesita tener interna y externamente consigo la opinión pública. Lo hizo en Irak con el argumento de las armas químicas, pero también en la Primera Guerra Mundial con el Lusitania y la Segunda Guerra Mundial con Pearl Harbour. La gira de Pence por Latinoamérica parece un recorrido en busca de cómplices. No es raro que lo haga, es el modus operandis nortamericano para controlar la opinión pública: buscan aliados que legitimasen sus operaciones militares. Fue lo que hizo Bush con Aznar y Blair en 2003.

Pero Pence no encontró esos apoyos en Argentina. El presidente Macri no se prestó a este juego. Se mantiene firme como uno de los líderes regionales más críticos del régimen venezolano, denuncia los atropellos a los derechos humanos, promovió la suspensión del país en el Mercosur y quitó la Orden del General San Martín a Maduro. Pero se mantiene dentro de la vía diplomática y el respeto del principio de autodeterminación de los pueblos. Condena el régimen y sus atrocidades, pero no interviene en lo que es una cuestión que deben resolver internamente  los venezolanos.

La posición argentina tiene dos precedentes recientes fundamentales. Por un lado, la Declaración de Lima de principios de agosto, que afirma que cualquier decisión que tome la Constituyente venezolana será desconocida y que reconoce como a la Asamblea Nacional como el único poder legislativo legítimo del país. Por otro, la declaración de los miembros del Mercosur que rechaza el uso de la fuerza para “restablecer el orden democrático” en Venezuela y considera que los únicos instrumentos “aceptables” son el diálogo y la diplomacia.

El costo de las convicciones

Nada es gratis. Y las represalias por la posición argentina no tardaron en llegar. Una semana después, el Departamento de Comercio de EE UU anunció los aranceles prohibitivos sobre la importación de biodiésel de origen argentino. Es un golpe duro ya que el mercado estadounidense representa el 90% de las exportaciones del sector. EE UU reemplazó a Europa, que era el principal destino hasta que también trabó el ingreso.

Un día después del anuncio de la medida sobre el biodiésel, Mike Pence, ya de vuelta en su país, viajó a Miami para hablar con los exiliados venezolanos. Es un grupo antichavista acérrimo y esperaba recibir un mensaje contundente del vicepresidente. Pero no pudo dárselo. Pence enfatizó el compromiso de EE UU con la situación de Venezuela, pero el tono del discurso era muy distinto al que tenía cuando salió de gira: “Trabajando junto a nuestros aliados de Latinoamérica lograremos una salida pacífica para la crisis”. Ya no mencionó la opción militar con la que especuló Trump. Había quedado descartada, al menos por ahora, por la falta de apoyo de sus potenciales aliados. De todas maneras, ese mismo día, mandarían un mensaje directo al gobierno argentino: el susodicho, prohibitivo aumento del arancel a nuestro biodiésel .

No fue casualidad. Ese fue el costo que el Gobierno pagó por haber decidido mantener los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos. Dos pilares históricos de la política exterior argentina. Arturo Frondizi explicó la importancia de estos principios en el discurso de Paraná, en 1962, para algunos un tratado sobre política exterior argentina: “Los estados que no tienen suficientes cañones para oponerse a la superioridad material de las grandes potencias, no tienen otra arma que la fuerza ética del derecho para reclamar la solidaridad internacional. Consideramos que los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos son los únicos capaces de resguardar la soberanía de los estados, especialmente de las naciones pequeñas del hemisferio“. La oposición argentina a una intervención militar es una muestra del compromiso con la institucionalidad en Latinoamérica, que más allá de la drámatica situación del pueblo venezolano, es la única garantía del respeto de la soberanía y la autodeterminación de los países de la región. Sólo respetando estos principios Venezuela podrá iniciar el camino a la resolución de sus problematicas nacionales, al costo y tiempo que demande sí, pero bajo su propia determinación y la responsabilidad de encontrar un proyecto de convivencia para todos los venezolanos.


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