Desarrollismo, la nueva utopía argentina

Distintas voces evocan la política económica de Arturo Frondizi como guía y espejo para el nuevo gobierno. ¿Reivindicación histórica o corrección política?

Quizás el chiste de Perón que más se ha repetido durante décadas sea aquel en el que el general enumera las variantes de la política argentina. Perón menciona a los socialistas, los radicales, los conservadores y, cuando se le pregunta por qué no incluye a los peronistas, dice con su proverbial voz socarrona: “Ah, no, peronistas somos todos”.

En 1972, el general hacía alarde de la impregnación del peronismo en la vida argentina. Pero hoy tal vez cabría pensar en una adaptación de su frase, ya no por la cultura política sino por la escala de valores vigente: ahora desarrollistas somos todos. En un país supuestamente desgarrado por posturas ideológicas irreconciliables, sometido a una feroz confrontación -se asegura- de “modelos” antagónicos, el presidente Arturo Frondizi es reivindicado, fenómeno curioso, por protagonistas de toda cepa.

Lo han elogiado tanto los dos Kirchner como en su momento Carlos Menem o Ricardo López Murphy, Eduardo Duhalde, Roberto Lavagna y también Elisa Carrió. Este año, por fin, el nombre de Frondizi salió de las bocas de Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa cuando se quiso saber qué presidentes inspiraban a cada uno de los tres principales candidatos.

Llamar estadista a Frondizi, “el mejor presidente que hubo”, y encomiar su brillantez personal se volvió algo políticamente correcto, junto con una vaporosa veneración de sus ideas desarrollistas, cosa por demás llamativa si se considera que no hay ningún partido que hoy enarbole esas ideas en forma precisa y junte votos.

Es cierto, la primera singularidad de Frondizi es que se lo considera un intelectual, condición que compartía con dos de sus trece hermanos, Risieri (filósofo, rector de la Universidad de Buenos Aires) y Silvio (trotskista, asesinado por la Triple A en 1974). A su vez, el presidente a quien John Kennedy y el Che Guevara le reconocieron estatura y originalidad para negociar “el problema cubano” mientras planteaba su propio modelo nacional de desarrollo quedó inscripto en el imaginario colectivo, tal vez, como la quintaesencia del “no lo dejaron”.

Macri fue uno de los evocadores de Frondizi más tempraneros y enfáticos, tal vez el más pertinaz. Y ahora le toca un desafío que en varios aspectos -unir a una sociedad partida en dos, metabolizar los odios, superar la tentación de otro revanchismo, asimilar al peronismo opositor sin practicar el antiperonismo, imponer la legalidad y, desde luego, ir hacia un desarrollo equitativo- ya empezó a ser comparado con el de 1958.

Primer político ni radical ni peronista que llega a la presidencia en 75 años, a Macri lo encumbra un partido novel, Pro, sin próceres propios ni dogma ni ideología explícita, lo cual también explicaría parte de la ansiedad por hacerse de un retrato para colgar.

Para los argentinos mayores que vivieron aquellos agitados cuatro años seguramente no pasó inadvertido el sonido del nombre del ministro del Interior que Macri designó la semana pasada. Se llama igual que el abuelo, Rogelio Frigerio, mano derecha de Frondizi. Aunque en verdad el término derecha no congenia mucho con la cuna del viejo Frigerio, cuya formación marxista, que él trastocaría en los años cincuenta por una mentalidad pragmática arrimada a Maquiavelo, quedó petrificada para los militares anticomunistas de la época en la estampa de un economista revolucionario que anda todo el día con El Capital bajo el brazo. El “marxismo” de Frigerio fue uno de los fantasmas que animaron la inestabilidad y el derrocamiento de aquel gobierno.

Frondizi tampoco tuvo nada que ver con el neoliberalismo que los kirchneristas furibundos le atribuyen hoy a Macri. Venía de un radicalismo de centroizquierda, como abogado y diputado se había ocupado de defender presos políticos, se opuso férreamente a la Revolución Libertadora (a diferencia de su rival y anterior compañero de fórmula Ricardo Balbín) y, cuando llegó al poder, buscó imponer una visión largoplacista, menos aldeana, basada en un modelo de desarrollo nacional, sin importarle revertir las posiciones que, en materia petrolera, había sostenido como opositor a Perón.

¿Ideario subyacente?

Ahora bien, la admiración de Macri por Frondizi, ¿forma parte de la ola de reivindicación histórica, es el emergente de una moda política o tiene mayor profundidad y vale la pena prestarle atención para descifrar la cabeza del nuevo gobierno? ¿Constituye el desarrollismo un ideario subyacente en la alianza Cambiemos, donde conviven socialdemócratas de cuño radical -ortodoxos o díscolos- y sectores de Pro de extracción conservadora?

Pro es un gran usuario de la palabra desarrollo, pero no se define específicamente como desarrollista. Si lo fuera se hablaría de la continuidad del MID, la casi olvidada sigla del Movimiento de Integración y Desarrollo que nació tras el derrocamiento de Frondizi como una escisión de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) y funcionó para sellar la condición de aliado de reparto del peronismo, por ejemplo en el Frejuli, que llevó a Héctor Cámpora a la Casa Rosada. Esa fuerza residual actuó este año integrada al frente UNA de Sergio Massa, dato que para la mayoría pasó desapercibido. El desarrollismo, en otras palabras, nunca recobró vigor partidario después del derrocamiento de 1962. Más bien se precipitó con estruendo a la llanura.

Aquel jueves 29 de marzo a Frondizi lo llevaron detenido de la residencia de Olivos en un Chrysler con dos autos de custodia rumbo a la isla Martín García, mientras la esposa del presidente, solitaria, lo despedía entre sollozos: “Arturo, estoy orgullosa, estoy muy orgullosa”. ¿Y los argentinos qué pensaban? Hugo Gambini, en su biografía Frondizi, el estadista acorralado, dice que en ese momento la sociedad no pensaba en nada. “Ni en el autoabastecimiento petrolero, ni en la siderurgia, ni en hacer el Chocón, ni en el oleoducto Campo Durán-San Lorenzo, ni en los caminos ni aeropuertos en construcción, ni en la política exterior independiente, ni en los claros signos de industrialización ni en el plan energético en marcha, ni en la posibilidad de que el peronismo dejara de ser un quejoso violento para integrarse a la vida democrática en forma pacífica”. Que Frondizi fue uno de los pocos presidentes con pensamiento estratégico (honduras espinosas: ¿cuántos más hubo?) es un axioma que sólo se expandió después de 1995, cuando Frondizi murió. Tenía 86 años y había pasado los últimos 33 como un ex presidente, aunque respetado, de baja influencia pública, en parte debido a un inesperado proceso de derechización de su pensamiento que incluyó, justo en él, un acercamiento al poder militar, su verdugo.

Si bien el desarrollismo, que había obtenido casi la mitad de los votos, no renovó el suceso ni mucho menos, perpetuó una gravitación no convencional, especialmente en sectores de la burguesía industrial. Durante dos décadas se reencarnó en Clarín. Frigerio llevó al diario como secretarios de Redacción a su hijo Octavio y a otros desarrollistas destacados, como Oscar Camilión y Carlos Zaffore. Esa asociación, que había sido concebida por el fundador Roberto Noble y marcó fuertemente la cultura empresarial de Clarín, se terminó a comienzos de los años ochenta. Imposible no pensar en la aparente paradoja de que el diario que llegó a tener alma desarrollista haya sido declarado enemigo número uno por los Kirchner, supuestos simpatizantes de esa corriente, que además siempre actuó engarzada con el peronismo.

El peronismo proscripto aplicado al triunfo fue el pecado original del desarrollismo, porque sus votantes se volcaron a la fórmula Frondizi-Gómez luego del pacto de Frigerio con el exiliado Perón -cobijado entonces por una cadena de dictadores latinoamericanos-, quien buscaba legalizar su movimiento en pocas cuotas.

Altas expectativas

Una parte del problema -lección para Macri- estuvo en la extraordinaria expectativa del arranque, que las dificultades convirtieron rápido en desilusión e hicieron que la euforia electoral se licuase. En las elecciones del 23 de febrero de 1958, las más concurridas de la historia (hubo 90,9% de presentismo), la UCRI conquistó todas las gobernaciones, la totalidad del Senado y dos tercios de Diputados, triunfo que nadie igualaría.

Frondizi había fogoneado durante la campaña la sensación de que las expectativas serían cumplidas cuando se alcanzase el desarrollo pleno, pero los programas desarrollistas eran de largo plazo. Los militares no querían que Frondizi deshiciera las estructuras dejadas por la Revolucion Libertadora. Los partidos opositores mostraban una impaciencia impiadosa. Y en particular el peronismo, actor coprotagónico, presionaba con huelgas violentas y acciones de sabotaje a Frondizi sobre la base de que se había traicionado el pacto originario, cuya existencia el presidente no reconocía para no irritar más al tutelaje militar. La anulación de las elecciones en 1962, en vísperas del final, demostró que Frondizi no había podido reincorporar el peronismo a la vida legal.

Aquel gobierno tuvo de todo. Desde una irrepetible claridad sobre el papel del petróleo y del acero hasta un ajuste clásico acordado con el FMI, desde la industrialización y la apertura a la inversión extranjera hasta la represión del plan Conintes, de la jerarquización del Estado como motor de la economía a la ruptura del monopolio estatal en educación, de Frigerio manejando la política económica a Álvaro Alsogaray y Roberto Alemann como ministros.

¿Cuál Frondizi es el admirado? Probablemente, el que se abstrajo de las antinomias en boga y con pragmatismo y audacia quiso ejecutar un camino al desarrollo mucho más concreto que el que jamás hubo.

 

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Pablo Mendelevich

Periodista de La Nación

Fuente: lanacion.com

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