Frondizi

Carta el presidente de la UCRI, Alfredo Garcia el 29 de marzo de 1962. Ultimo mensaje del presidente Frondizi antes de su derrocamiento.

“Tengo la firme decisión de enfrentar todo lo que pueda sobrevenir. No me suicidaré, no me iré del país, ni cederé. Permaneceré en mi puesto en esta lucha que no es mía ni sólo del pueblo argentino. Se está librando en nuestra América; la están librando a lo largo y a lo ancho de todo el mundo los pueblos que se levantan contra la opresión y el privilegio y combaten por la libertad, la justicia y el progreso del género humano.

En momentos en que la crisis política que vivimos llega a su máxima gravedad, quiero ratificar ante usted y demás integrantes de ese comité nacional partidario mi irrevoca­ble determinación de no renunciar y de permanecer en el gobierno hasta que me derroquen por la fuerza.

Nuestros enemigos —los enemigos del pueblo argentino— ­quieren mi renuncia. Con mi renuncia se prepara una parodia institucional, sobre las bases de una democracia restringida que excluya todos los sectores populares y, como consecuencia ineludible, una despiadada represión contra el pueblo, con la que me han amenazado continuamente. Esta es, por lo tanto y, lo digo aquí con tanta solemnidad, la razón fundamental de mi obstinada y tenaz negativa a renunciar a mi cargo o terminar con mi vida.  Quienes se atrevan a sacarme del gobierno por la fuerza o eliminarme físicamente deberán asumir ante la historia la responsabilidad de haber desatado en la Argentina la represión popular y su inevitable consecuencia: la guerra social.

Este episodio de hoy es la culminación de un largo proceso a través de cuyo desarrollo se libró un incesante combate entre la legalidad y el despotismo, entre la paz social y el caos, entre el desarrollo y el colonialismo.

En casi cuatro años de gobierno informé en forma permanente al pueblo del sentido de esta lucha.  Una y otra vez denuncié qué fuerzas y con qué medios se oponían a un programa de legalidad, paz social y desarrollo económico.  Si esta lucha no derivó en forma cruenta ha sido por la vocación de paz que anima a nuestro pueblo y por el tesonero esfuerzo pacificador de nuestro gobierno.

Si esta crisis no se superara, se hace necesario que el pueblo sepa cómo han sucedido los hechos, quiénes son los responsables de la situación a que se ha llegado, qué consecuencias se derivan de las mismas y cuáles son los métodos de lucha que el pueblo tiene que llevar adelante para lograr sus objetivos.  Para que esta experiencia no se pierda y fructifique en victorias próximas es necesario el análisis serenos de nuestra reciente historia, con cabal conocimiento de la verdad. derrocamiento

Por lo pronto, del análisis de las circunstancias actuales del país, surge con claridad que por mucho que hoy se imponga una solución violenta la derrota del pueblo es solamente transitoria. Tengo absoluta fe en su triunfo final y sé que nada ni nadie podrá evitarlo si se actúa conforme a las enseñanzas que proporcionan los episodios vívidos. El pueblo ha comprendido, definitivamente, que su fuerza reside en el número de voluntades que representa, es decir, en la fuerza de la democracia. Está, asimismo, en la uni­dad y la coincidencia, es decir, en la comprensión de los objetivos comunes.

Cuando el 23 de febrero de 1958 encontramos ese ca­mino común, la victoria correspondió a la causa de la Na­ción y del pueblo. La ciudadanía asimiló así la experiencia que surgía de los comicios anteriores de convencionales constituyentes, cuando el enemigo pudo dividirnos y re­sultamos vencidos. derrocamiento

El triunfo del pueblo

El 23 de febrero de 1958 no triunfó ni un partido ni un hombre; triunfó el pueblo, triunfó la idea de lanzar a la Nación a su destino irrenunciable de desarrollo, bienestar y libertad. Este programa necesitaba para realizarse que se procediera rápida y eficazmente. Entrañaba una revo­lución tan pacífica como profunda. Debíamos terminar con el colonialismo y, en consecuencia, afectar los intereses locales ligados a esa estructura económica.

Sin embargo, el programa de desarrollo había de bene­ficiar a todos los argentinos, a todos los sectores sociales y a todas las regiones geográficas. Era por lo menos un pro­grama inevitable si no queríamos sucumbir en la desocu­pación y la miseria, que la vieja estructura no podía sostener ni alimentar a veinte millones de argentinos. Si los sectores ligados al Colonialismo hubieran comprendido ello y hubieran tenido fe en el país habrían facilitado el cambio, incluso para  trabar su propio futuro. Pero no fue así. Pudo más el interés sórdido por lo inmediato.  Y entonces comenzó la lucha, que se inauguró el 1° de mayo de 1958. Continuistas y quedantistas deliberaron sobre si debían o no entregar el poder a la inmensa mayoría triunfante en los comicios.  Acepté, entonces, recibir el poder en forma condicionada.  Debí optar entre la frustración de la victoria, con que se abría ya el camino a la dictadura o a la guerra civil, o a un punto de partida que permitiera ir construyendo las bases de una legalidad cada vez más extensa, de una paz social cada día más firme y de un desarrollo en acelerado crecimiento.  El pueblo conoce bien cuán larga y difícil ha sido esta lucha.  A cada avance por el camino propuesto correspondió una reacción, que se fue haciendo cada día más violenta.  Desde la tentativa de sustituir al Presidente mediante un mecanismo aparentemente legal, como la utilización del entonces vicepresidente, hasta la provocación de huelgas como la de enero de 1959 y la proyección al primer plano de los protagonistas de la crisis de setiembre de 1959.  A ello debe sumarse el terrorismo y el sabotaje.  No se dejó de lado ningún medio que pudiera conducir a la caída del poder, sostenido por el pueblo para un plan de progreso económico y bienestar social, utilizándose para ello aun a sectores del mismo pueblo. derrocamiento

Levantamiento de proscripciones

Con el caso de la conducción surgida de la crisis de setiembre de 1959 se cierra un ciclo. Pero ya entonces sabíamos que sus titulares y la reacción, acorralados y resentidos por su derrota, asumirían formas más peligrosas.

En la tentativa de ensanchar las bases de la legalidad, levantamos las proscripciones.  Al mismo tiempo tratamos de hacer entender a las fuerzas en pugna, dentro de la línea nacional, que debían buscar la forma de presentar un frente unido. Personalmente llevé a mi partido la idea de abrir las listas de candidatos para dar cabida en ellas a todos los sectores de opinión radicales, conservadores, peronis­tas, sin más exigencia que la honradez y la inteligencia y que estuvieran dispuestos a luchar por la convivencia y el desarrollo. Infortunadamente, mi iniciativa no fue com­prendida ni aceptada en toda su extensión y llegamos a los comicios de marzo en posiciones aparentemente antagóni­cas. Que este enfrentamiento era puramente formal y pro­ducto de las pasiones de la hora, surge claramente ahora, al constatar la consternación que invade los sectores que pudieron unificar sus fuerzas y no lo hicieron. Ahora, con la legalidad a punto de perecer comprueban con angustia que su fortaleza estaba en la unidad. La masividad del voto hubiera hecho imposible la tentativa de burlar la opinión popular.

Conocidos los resultados electorales y enfrentado a una grave situación de hecho, acepté las intervenciones como un recurso heroico destinado a preservar una parte de la legalidad. Desde esa plataforma podríamos lanzarnos de nuevo a la tarea de su ampliación. Sin tiempo para una consulta profunda, pero sabiendo que interpretaba la voca­ción legalista y pacifista de mi pueblo, adopté, en su nom­bre, esa decisión. No creo haberme equivocado al proce­der así. No hay duda de que ahora todo el pueblo sabe que era el mal menor. Ustedes como correligionarios com­prenderán mejor que nadie lo doloroso que fue para mi espíritu firmar esos decretos. Pero de la misma manera en que soporté con humildad y con paciencia la calumnia y la infamia, así como también sucesivas lesiones a mi inves­tidura presidencial, no vacilé un instante en ese nuevo renunciamiento en defensa de la paz de mi pueblo. Sobre el orgullo personal y la jerarquía de presidente de la Na­ción, privó siempre mi responsabilidad suprema de evitar la quiebra de La legalidad y la lucha entre hermanos. Un estadista argentino dijo alguna vez que el hombre público carga su cruz y bebe su vinagre. Ustedes saben bien qué pesada ha sido mi cruz y qué amargo ha sido mi vinagre.

Paradójicamente, quienes me instaban a intervenir todas las provincias en que triunfó el peronismo, quienes lanzan proclamas incendiarias advirtiendo a los peronistas qué género de represión intentarán contra ellos, aducen que la legalidad fue quebrantada por el presidente de la Nación al decretar estas intervenciones.  Esto constituye el símbolo de la contradicción de quienes sostiene sin rubor la tesis de una democracia de selectas y reducidas minorías que se arrogan el derecho de tutelar al pueblo todo.  Son los mismos a quienes debí ofrecer la banda y el bastón presidencia cuando exigían mi firma para un decreto que interviniera la CGT y que posibilitara los fusilamientos en la Argentina.  Su objetivo es dividir al pueblo para que prevalezca su interés particular.

Se aproximan horas difíciles para el país.  Si no se supera esta crisis, los serán mucho más aún.  Por mi parte, trato de evitar esta perspectiva de sangre y encono para mi patria.

No renuncio para no abrir el cauce a la anarquía, pero su pasan por encima de mi voluntad, si me arrojan del gobierno y me eliminan físicamente, quiero que el pueblo todo conozca la realidad de lo ocurrido para que pueda aprender la lección de la historia.  Los últimos comicios señalan que más del 70% del electorado se ha pronunciado por el desarrollo económico, la justicia social y la convivencia democrática.  Las bases de la expansión están logradas en forma irreversible y por lo tanto es más claro el derecho del pueblo a gozar de los beneficios que de esta situación derivan.  La lucha que se abre ahora lo es por la legalidad y la paz.  Y la legalidad y la paz sólo se pueden asegurar por la unificación de todos los sectores populares.

Pero si los enemigos de la Nación y del pueblo lanzan sobre los argentinos la calamidad sombría de la dictadura y la lucha fratricida habrá que enfrentar con decisión in­quebrantable todas las contingencias. Sería ése un camino más doloroso, que no ha dependido de nosotros, pero que conduciría igualmente a la victoria final del pueblo. Tanto para ese camino, que nos puedan imponer, como para el democrático y pacífico que estamos sosteniendo hasta sus últimas consecuencias, importa fundamentalmente preser­var la unidad de los acores populares como condición indispensable de su triunfo. El método es alcanzar un frente unido, indisolublemente unido, por encima de dife­rencias ocasionales que el enemigo tratará de ahondar. derrocamiento

Cualesquiera sean las características de la lucha, nuestra concepción cristiana y democrática debe estar íntimamente unida a nuestra acción Sólo así se evitaría que alguna fuerza antinacional capitalice la lucha histórica del pueblo argentino por su autodeterminación. derrocamiento

El drama de Hipólito Yrigoyen

En estas horas sombrías de la República puedo compren­der cabalmente, con honda emoción republicana, el drama de ese gran argentino que fue Hipólito Yrigoyen, cuando solo, enfermo y abandonado fue derrocado por las fuerzas antinacionales. Felizmente Dios ha querido liberarme de esa dolorosa experiencia porque mi partido y mis amigos de lucha de toda una vida me han acompañado con una conmovedora solidaridad que obliga a mi emocionada gratitud y que me ha recompensado de la soledad y las pe­nurias del poder. Cualquiera fuere mi destino sé que he contado con la lealtad de mis amigos y de mi partido y con la comprensión de mi pueblo. No necesito más. derrocamiento

De esta carta envío copias autenticadas a un grupo de amigos comunes. Quiero que ello sirva como único y veraz testimonio de las razones de mi decisión, de mi estado de ánimo y del programa de acción que propongo a mis con­ciudadanos. Ella sólo debe hacerse pública en el caso de que se me eliminara físicamente o se me hiciera prisionero. Espero de usted y de mis correligionarios que sigan, como he seguido yo, hasta sus últimas consecuencias esta lucha por la liberación de la Argentina, por su desarrollo eco­nómico, por su soberanía, por la unidad de nuestro pueblo y por sus derechos a un nivel de vida cada día mejor. Esto es la expresión auténtica de la democracia.

Invoco para mi patria la protección de Dios.

Con un gran abrazo,

ARTURO FRONDIZI

Presidente de la Nación Argentina

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