Tarde noche del domingo 11 de agosto. La jornada de las PASO había transcurrido con cierta calma y con los típicos problemas que presenta los escrutinios presidenciales. En el búnker de Costa Salguero, casa insignia de las victorias del PRO en la Ciudad de Buenos Aires y de la coalición Cambiemos en el marco nacional, se percibía un clima de ansiedad y expectativa por saber los primeros resultados. Previamente, se hablaba de una diferencia de menos de 8 puntos; en algunos casos, empate técnico; y lo más optimistas, de un triunfo ajustado. Pero empezaron a llegar los números y lo esperado por todos no sucedió. La derrota por 15 puntos sorprendió a más de uno. El presidente Macri salió al escenario y confirmó el triunfo de la fórmula Fernández-Fernández y envió a todos a dormir.
Al otro día se disparó el dólar a 60 pesos. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, debió dejar su cargo. Macri, todavía dolido y sin obtener respuesta por lo acontecido el domingo brindó una pésima conferencia de prensa culpando a los votantes de lo ocurrido en la jornada negra económica.
La dura derrota puso entre las cuerdas a su jefe de gabinete y campaña, Marcos Peña. Acusado de no ver la realidad y a su vez de vender encuestas que no reflejaron para nada los números de la elección. La mayoría de su gabinete, Vidal y Larreta pedían su cabeza. Pero finalmente Macri lo banco en su puesto y dio una apertura al ala política de su gobierno y aliados. Entre ellos Rogelio Frigerio, Patricia Bullrich; Elisa Carrio, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, en menor medida el gobernador de Mendoza y jefe de la UCR, Alfrezo Cornejo y su candidato a vicepresidente, Miguel Ángel Pichetto.
Desde allí se elaboró un nuevo plan campaña en lo que termino siendo las convocatorias multitudinarias del “Si se Puede” alrededor de 30 ciudades a lo largo del país. El resto es historia conocida: Macri tuvo una digna derrota. Pero la verdadera derrota se empezó a cocinar antes…
El comienzo de la debacle
Tras el primer año de gestión, algunas voces venía manifestando la importancia de una ampliación del frente Cambiemos para fortalecer el espacio y reducir las opciones electorales del peronismo. Varias figuras del PJ pedían pista para ingresar a la coalición. Gobernadores y senadores estaban interesados.
El más energético defensor de la idea era el presidente de la Cámara de Diputados y jefe de la campaña presidencial del 2015, Emilio Monzó. Su pedido recorrió los pasillos de la Rosada y los medios de comunicación. La respuesta: un no rotundo y el posterior choque con el todopoderoso Marcos Peña. Su castigo: el alejamiento de la mesa de decisiones. Meses antes había pasado lo mismo con otro díscolo con pensamiento libre, Alfonso Prat Gay. También pasaría a la historia otra figura del oficialismo, el presidente del Banco Nación, Carlos Melconian.
Peña es implacable con el que piensa diferente. Uno por uno, fueron eyectados del Gobierno los disidentes internos. Por poco se salvó el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, de gran labor en la interlocución y generación de acuerdos con los gobernadores opositores.
Luego vino el triunfo de las elecciones de medio termino. Y la figura de Peña se agrandó aún más. Pero llegó el 2018, el año negro del gobierno. El principio del fin. La caída de los mercados, la devaluación de la moneda acompañada de una inflación sin fin y la vuelta al Fondo Monetario Internacional.
Cuando en un gobierno no hay política, la política misma se lo lleva puesto. Es un reflejo de la situación actual del gobierno saliente. Si bien hubo un cambio de actitud y se volvió al cara con la gente, la épica no alcanzó para llegar al balotaje. Reacción tardía de Macri. Pero como en el fútbol, la política da revancha. Se verá si Macri seguirá por este rumbo. La tarea no será fácil y tendrá que imponer su peso como jefe de la oposición en los próximos dos años. Pasan rápido y hay que saber mantenerse. Tarea difícil, pero no imposible.
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