La revolución tecnológica actual crea, destruye y transforma el trabajo, todo a la vez. A velocidad inusitada, la carrera de la Industria 4.0 está rediseñando las relaciones económicas entre los países. ¿Qué tenemos que hacer? En principio, direccionar cada decisión de política pública para potenciar nuestra capacidad de generar, mejorar y transformar el empleo.
El mundo desarrollado (y el que busca desarrollarse) no duda: los gobiernos tomaron la posta para impulsar la carrera junto al sector privado y al mundo del conocimiento. Manufacturing USA, Made in China 2025, UK’s Industrial Strategy, Piano Nazionale Impresa 4.0, Make in India… son algunos de los nombres de las políticas lanzadas en los últimos años.
Aunque cada uno con su particularidad, estos programas tienen algunos elementos comunes: adopción de tecnología, fuerte inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), formación laboral digital, inversión pública de alto riesgo, y sistemas de compras públicas preferenciales para los actores nacionales.
En el G20 de Buenos Aires – y en el B20 en el que me tocó actuar como sherpa – vimos con claridad cómo estas estrategias se reflejan en las posiciones de los gobiernos ante los problemas de la agenda multilateral. Hace unas semanas, en un manifiesto conjunto, Alemania y Francia pusieron el dilema en blanco sobre negro: “La elección es simple cuando se trata de política industrial: unimos nuestras fuerzas o permitimos que nuestra base industrial y su capacidad gradualmente desaparezcan”.
Por sí sola, la tecnología está revolucionando a la producción. Con el impulso explícito de los principales gobiernos del mundo, la velocidad se multiplica. Para países como Argentina, el dilema es aún más agudo: cerrarse no es una opción; pero prepararnos para competir con titanes que quieren mantenerse en el podio es una tarea mayúscula.
Si no queremos quedar (muy) atrás en este proceso, si queremos que el país tenga chances de superar la estructura primarizada que ha frenado históricamente el desarrollo de nuestra economía, tenemos que movernos rápido. Y hacerlo requiere acuerdos amplios sobre algunos puntos centrales, en términos de asignación de recursos, capacitación de nuestro capital humano y rediseño de la estructura crediticia e impositiva.
Invertir más y mejor en I+D es condición necesaria para este proceso. Hoy tenemos un presupuesto de apenas 0,53% del PBI, muy por debajo de países desarrollados (Alemania, por caso, invierte casi el 3%) y la mitad de lo que invierte Brasil.
Pero además es clave prepararnos en términos de capacitación, adaptación y entrenamiento para el nuevo mundo laboral. Nuestra estructura productiva heterogénea, con niveles muy desparejos de productividad, viene de la mano de un mercado laboral donde cuatro de cada 10 personas tienen problemas de desempleo o informalidad laboral. Y un número importante tiene problemas de empleabilidad, o sea que no cuentan con conocimientos o habilidades mínimas para desempeñarse en los puestos que existen o van a existir.
No necesariamente la robotización destruye empleo. Lo que vemos en muchas plantas es que la tecnología genera nuevos puestos, menos mecanizados pero que requieren más saberes. Y que el crecimiento que genera la mayor productividad puede aumentar la cantidad absoluta de puestos. Industria 4.0 Industria 4.0 Industria 4.0
Por ejemplo en Industrias Guidi, nuestra autopartista con casi seis décadas de historia, entre 2014 y 2018 casi duplicamos la producción en el área de soldadura, entre otras cosas, gracias a la automatización de casi el 100% del proceso con la incorporación de 49 robots. Pero al mismo tiempo incrementamos el empleo 50%, sumando además nuevos roles ligados al seguimiento y la supervisión en tiempo real de la producción.
Estos cambios requieren una modernización, no solo tecnológica sino también de nuestras prácticas, instituciones y relaciones económicas. Hay mucho por hacer, como el acceso al crédito para una inversión productiva que permita saltos cuánticos en productividad; o la mejora de los convenios marco que guían las relaciones laborales, que tienen en promedio medio siglo, y abarcan actividades genéricas que no contemplan la especificidad de cada sector ni dan lugar al dinamismo de las tareas productivas actuales.
Avanzar en esta agenda no es una opción para nuestra generación sino un mandato para superar las tensiones históricas del país. Todos los días vemos en nuestras plantas que la Argentina tiene dificultades, pero que parte desde una tradición industrial importante. Ese es un privilegio que solo tenemos un puñado de países: un fuerte bagaje técnico en los empresarios y trabajadores, y una voluntad de crecer, innovar y crear sobre esa tradición. Depende de nosotros convertirlo en una realidad de desarrollo.
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