Mieli
Ramiro Marra, Javier Milei y Victoria Villarruel en el búnker de La Libertad Avanza tras las PASO / Twitter (@RAMIROMARRA)

Treinta por ciento del electorado que concurrió a votar en las primarias lo hizo por el candidato anarcocapitalista. Aunque no lo celebre nadie a la izquierda del siempre engañoso espectro de la ideología, donde más bien le temen con justificadas razones, dado que el triunfador acusa de socialistas y comunistas a conspicuos aspirantes centristas y pragmáticos. Un tercio del padrón no fue a votar, este es el punto de partida del análisis. El hartazgo fue la motivación principal registrada entre los votantes de Milei, quien acertó publicitariamente al definir a la clase política como una casta que atiende sus propios intereses por delante de los del conjunto de la sociedad. Los integrantes de la bicoalición conservadora que se han alternado en el poder durante los cuarenta años del sistema democrático se distrajeron en su pulseada mientras intentaban disciplinar a sus propios adherentes. La especulación de que el voto de Milei y el de Bullrich se compensaban resultó errónea. El sistema electoral argentino, como en tantos otros países, está diseñado para polarizar las opciones a votar. Ahora, con el jugador inesperado, todo parece patas arriba. El dispositivo de bicoaliciones considerado muy estable ha recibido un zamarreo no menor, por lo que está en cuestión si va a poder contener de modo productivo en la primera y eventual segunda vuelta este hartazgo social que ha encontrado una contundente vía de expresión, más allá de la abstención y el voto en blanco. Se ha señalado (Ignacio Zuleta dixit) que el programa de Milei es el que alienta desde siempre la ideología dominante de los sectores empresariales que, hasta hoy, resolvían sus diferencias con las políticas realmente aplicadas por la vía putativa (fuese por el lobby o por mecanismos non sanctos de adaptación).  Podemos agregar que este economista iconoclasta ingresado en escena por la ventana televisiva amplió el campo de batalla (ya que no el debate) imponiendo un corrimiento hacia un programa conservador (fiscalista y monetarista) más extremo aún que el que se ha venido practicando. Descripción que pone a la luz la evidencia de que la Argentina en retroceso no se ha planteado aún un programa expansivo e inclusivo de desarrollo aunque lo invocara todo el tiempo. Ahora la baza está mucho más lejos: si este candidato logra llegar al podio habrá que lidiar con una provocación gigantesca, desmanteladora de la institucionalidad socioeconómica vigente (muy maltrecha ya por sus reiterados fracasos). Un sacudón que no estaba en los planes de ninguno de los protagonistas establecidos que se han negado a avanzar en verdaderas reformas estructurales hablando todo el tiempo de ellas, aunque lo hacen en la versión de los organismos internacionales de crédito con recetas universales de escasa y dañina aplicabilidad local. Dentro del dispositivo principal un solo contendiente, Juan Grabois, se animó a hablar de un programa alternativo con una visión humanística socialcristiana. Pero su acto simbólico de entregárselo en público a Massa la noche de la derrota pareció una verdadera claudicación no exenta de soberbia, correspondida por el candidato oficialista al pasarlo de inmediato en una gestualidad que dejaba en claro su destino de archivo. Si la voz del pueblo es la voz de Dios, esta vez “el Uno” como gusta decir Milei, impuso una verdadera Babel instalando, más allá de multiplicar las lenguas, la confusión en las mentes y los corazones de los argentinos.


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