Definirse por la oposición a algo o alguien reduce la propia entidad a la imagen que, como diría Borges, deforma el espejo. Tal cual si fuera un enigma supérstite en el tiempo, el antiperonismo sigue funcionando como una de las dimensiones ideológicas virales que caracterizan la ideología en la Argentina. Más sorprendente aun cuando el peronismo, (el fenómeno reflejado), ha sufrido profundas mutaciones que lo vuelven hoy diferente de su pasado, que ha atravesado fases sucesivas –también harto extrañas– desde su nacimiento oficial, en 1945.
El antiperonismo se ha mantenido casi intacto, como una esfera que no tiene aristas y rueda en las sombras del prejuicio sin desgaste, puesto que no sufre los avatares de su confrontación con la aridez de los hechos en el trajín de la vida social. Décadas de prohibiciones, regresos, alianzas, entrismos, fragmentación y colonización ideológica de derecha e izquierda, más sucesivos fracasos en la gestión de la cosa pública, han desdibujado completamente a lo que llamamos primer peronismo, que ya no fue el mismo, incluso, después de la muerte de Evita. Ella misma, objeto de odio y ocultamiento, también sufrió manipulación obscena (“si viviera sería…”). Lo único que ha permanecido y constituye un enorme potencial es el sentimiento popular, que se rige por motivos ajenos al cálculo y más cercanos de la devoción religiosa. Sobre ese genuino sentimiento, absolutamente respetable y base de inspiración para la reconstrucción nacional, han operado legiones de oportunistas, predadores y bienintencionados, de esos que pavimentan el camino del infierno.
La crisis dirigencial es transversal y se corresponde con la estructural. No concierne sólo al peronismo y por lo tanto cada reducción a este segmento exculpa al resto. Para eso sirve también el antiperonismo, pues deja afuera de la evaluación crítica a quienes incumplieron el mandato popular de cualquier signo que fueren. Y por ello desnudar la falacia del antiperonismo es indispensable para construir una alternativa de superación de la crisis del subdesarrollo argentino. Crisis estructural, en la cual se registran picos de caos y mesetas de aletargamiento y decadencia alternados con calmas y mejoras poco duraderas, que recorre las últimas seis décadas de la historia argentina.
Los postulantes a la renovación presidencial de este año invocan como necesaria una construcción en común –lugar obligado– pero inmediatamente después comienzan a deslindar posiciones para excluir y denostar a aquellos con los que, necesariamente, deberían acordar. Incongruencia que todavía no es registrada como debiera, y por lo tanto aún no es castigada por el electorado, debido al abroquelamiento de las posiciones en la muy rentable grieta de perpetuación del statu quo.
Salir de esta espiral de decadencia requiere asumirnos como una comunidad con todas sus diferencias como potencialidades y sobre todo valorando positivamente lo que tenemos en común. El camino reaccionario del “anti”nos lleva al abismo.
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