En estos cuarenta años de vida institucional democrática la polarización de 1983 –absoluta– fue dando paso, mientras la vida partidaria perdía vitalidad, a la construcción de coaliciones que caracterizan las últimas instancias electorales. Estas coaliciones tienen una vaga referencia al más elemental espectro ideológico derecha-centro-izquierda (definidos siempre desde la contradicción, puesto que las identidades se construyen más por antagonismo con el contrario que por la sustancia y/o identidad de la propuesta propia), pero no van mucho más allá de formulaciones generales que principalmente apelan a los prejuicios socialmente instalados, más que a doctrinas o visiones de largo aliento, antiguas o renovadas.
Profundizando la crisis de representatividad
Como se dice frecuentemente, los grandes relatos han muerto, pero no se insiste mucho en que ese vacío ha sido ocupado por historias de vuelo bajo, deshilachadas y con poca consistencia textual.
Con la crisis de representatividad que apareció en toda la línea en los noventa pero se instaló como el principal dato político de las democracias contemporáneas del siglo XXI, se desdibujaron los programas que constituían opciones de base sobre las que la ciudadanía tenía la opción de informarse, comparar, debatir. Y esto empezó a ocurrir mucho antes de que el marketing igualara todo y nunca más desde entonces se pasara del nivel de eslóganes en la competencia electoral, donde los colores, las fotos y la imagen fueran el principal “contenido” para convocar el voto.
Ahora nos anuncian que, tras la inscripción de las listas de contendientes, viene el “debate de ideas”. Y no hay muchos datos para suponer que ello ocurrirá, más bien por lo que ya se está viendo se sustituirá y escamoteará el debate necesario para acomodarlo a la necesidad de perpetuación del modelo bicoalicional conservador.
Tampoco el que los debates políticos en los últimos años del siglo pasado fuesen extraordinariamente ricos, pero todavía se destacaban algunos notables oradores en el Congreso Nacional y una abundante bibliografía nutría la formación de los cuadros políticos que se fogueaban en los cruces verbales de comités, unidades básicas, centros de cultura socialista y asociaciones varias. Hasta los años sesenta, los órganos periodísticos de los partidos aportaban los conceptos, análisis y réplicas a los contrarios con que se constituía la identidad de los contendientes. Fue la última era del logos político y la sepultaron los operadores que reemplazaron a los “cuerpos orgánicos” (delicioso eufemismo nunca del todo cumplido) con que funcionaban los partidos en convenciones, congresos, asambleas…
Cuando la política se hizo más brutal y más cruda de lo que ya era (no sólo aquí, en todas partes) la cuestión del contenido pasó de ser central a meramente instrumental, es decir oropel, maquillaje, mero relato publicitario. La rendición de los políticos a los “comunicadores” y “asesores de imagen” no es una mera claudicación oportunista, es una entrega lisa y llana a los factores de poder que son quienes en definitiva financian toda la operación de mantenimiento y reproducción del poder, horadado por el fracaso casi sistemático de las sucesivas gestiones gubernativas.
Esa formidable trasmutación de la vida pública debió generar en la ciudadanía un reclamo sustancial que aún no se constata, sin que perdamos la esperanza. Quienes debían captar y expresar las nuevas demandas, en primer lugar los partidos políticos, pero también las organizaciones sectoriales, las entidades ciudadanas de derechos civiles y defensa de los consumidores y, por qué no (tal vez) los sindicatos ya habían perdido vínculo con lo fundamental: la defensa de la vida, la educación para el ejercicio responsable de la libertad, la genuinidad de cada demanda que llevara a una mejor calidad de convivencia ampliando en todas las direcciones las oportunidades laborales y creativas… Por ese camino de claudicaciones, los burócratas (autodefinidos como profesionales) reemplazaron a los políticos, que poéticamente podíamos clasificar como juglares, apóstoles y/o pastores y se sometieron sin lucha a los dictados del poder financiero. Y así andamos, en manos de plutócratas descarados que cada vez disimulan menos sus groseras pretensiones.
Eso representan estas coaliciones tan híbridas que son prácticamente indistinguibles unas de otras. Las diferencias generalmente sobreactuadas son aparentes, porque a la hora de enfrentar los problemas (de los que se prefiere huir siempre y sólo se “atienden” cuando no hay más remedio) el abanico de soluciones posibles es en general pobrísimo, con opciones entre malas y muy malas, a las que se viste de apuro con una presunta sensatez que se desarma en la primera instancia de aplicación.
Por esto “huir hacia adelante” (expresión recuperada por Borges para definir a la cúpula militar invadiendo las islas Malvinas) se ha convertido en la principal gimnasia del estamento político argentino. La principal debilidad de la dirigencia que tenemos (política, social, intelectual, religiosa, deportiva, etc.) es ir detrás de los acontecimientos. Surfeando, esquivando el bulto, poniendo el huevo en un lado y cacareando en otro. Tiene que ver con su escasa formación, por supuesto, pero sobre todo con las magras exigencias de la ciudadanía y la ausencia de una retaguardia orgánica, que reporte a una visión sólida de nuestra historia y proyección de tareas necesarias para limitar el daño ya acontecido y el que sobreviene, expresado en términos de fragmentación social y cultural.
Coaliciones híbridas
¿Peligra el sistema bicoalicional con los remezones y pujas por las candidaturas, donde al final del día queda a la vista quien tiene con qué y el resto es un tendal de frustraciones y heridas? No lo sabemos a ciencia cierta, pero podemos tentar algunas hipótesis. El que Massa irrumpiera de un día para otro y se quedara con la candidatura presidencial pone en evidencia que tiene respaldos (¿no sólo locales?) que se terminan imponiendo en el caotizado ex Frente de Todos. La debilidad intrínseca (oportunismo, carencia de programa, bajísima representatividad y altísimo rechazo) está largamente compensada por el visto bueno del Departamento de Estado estadounidense y Wall Street, el acompañamiento del sector sindical más instalado, el acuerdo explícito o tácito de los gobernadores y, en última instancia, el nihil obstat al que se ve obligada CFK por una combinación de fuerzas que no puede modificar, siendo las suyas propias cada vez más débiles.
Pensada tal vez como una picardía, el dejarlo anotarse como jugador en ese mismo brete, la candidatura de Juan Grabois no parece una amenaza a la hegemonía de una convergencia de fuerzas como cuenta Massa. Por lo pronto, no modifica las representaciones legislativas que definen las listas en cada distrito para el Congreso Nacional. Aun cuando obtuviera un porcentaje interesante, no tendrá los diputados y senadores que corresponderían a esa proporción. Adhirió a las listas unificadas en esos andariveles y tal vez –lo ignoramos, aunque sería lógico– mechó alguna gente propia en los cargos “a salir” (los que proporcionalmente resultan electos) con lo cual su voz principal seguirá siendo él mismo, de allí su fuerza y también su debilidad.
Con todo eso en contra, sin embargo, puede ser una opción para expresar el descontento profundo que con toda seguridad existe en el seno del ex frente y ahora “Unión por la Patria” (¡Cuanta malversación de sentido!). Y si ello constituyese una tendencia relevante, se le abriría un camino de construcción política que hasta ahora ha estado restringido a las reivindicaciones sociales que se expresan en las diversas organizaciones que convergen bajo su liderazgo, con notables éxitos en conquistas legales y materiales que siempre es necesario ampliar para que no decaigan por la inercia del estancamiento económico y la ineptitud del sector público para establecer mejoras duraderas.
Desde el ángulo analítico que inspira estas reflexiones esto supondría, para Grabois y lo que él representa, el paso de lo sectorial a la política general, de signo nacional si fuese del caso y ello depende ante todo de su contenido programático. En ese territorio, sus propuestas más conocidas no han pasado de generalidades como la reforma agraria (en rigor un plan de colonización sobre tierras fiscales) y la ligera declaración sobre que “la plata está” y que hay que repartirla mejor. No es que sea un absoluto disparate, puesto que la captura de la renta es una compleja construcción histórica en la que se enfrentan y esmeran todos los factores de poder, siempre, y que en la Argentina actual resulta amplísimamente favorable al sector financiero a través de mecanismos de captación que tienen al dispositivo fiscal como una afinada herramienta siempre en mejora continua. Lo que es muy precario, y hasta ingenuo, es su formulación, puesto que cuando cambia la relación de fuerzas que dio lugar a esta distribución la plata deja de estar. Desaparece como por arte de magia y se abre una nueva instancia de lucha por su captura. Esta dificultad suele resolverse aplicando impuestos de emergencia que se vuelven permanentes.
Fuera de estas conjeturas, basta esperar pocas semanas para ir viendo las tendencias. El voto popular sigue siendo una herramienta extraordinaria para orientar los cambios necesarios, algo que no es ningún descubrimiento teórico y está en la esencia de la democracia y por eso el constante empeño para someterlo a opciones no peligrosas para el statu quo.
Del lado contrario (difícil de encasillar con precisión porque no es suficientemente liberal, ni pragmatista, ni brutalmente reaccionario –a pesar del efecto Milei sobre Macri y la vieja guardia PRO, expuesta por Bullrich en versión simplista– puesto que también allí hay una intencionalidad abarcativa, al menos en lo que se expresa) y en consecuencia deberíamos interrogarnos sobre si en su seno hay también tendencias que pueden llegar a cuestionar, en términos de futuro, lo que ha caracterizado hasta ahora el espacio cambiemita para avanzar hacia una gestión política integradora, tan necesaria como lejana.
El activismo de Lilita Carrió, en nombre del humanismo cristiano, y el de Miguel Pichetto con la chapa del peronismo republicano, alejándose de la radicalización macrista y reivindicando el funcionamiento institucional como acuerdos amplios en políticas y leyes movilizadoras, estarían dando una pauta de esa apertura hacia una ampliación de este espacio, al que su líder y expresidente se empeña en dinamitar al punto de recordar a Menem perjudicando todo lo posible la candidatura de Duhalde.
¿Tendrá receptividad ese aperturismo que cuenta con el apoyo de una mayoría aparente del radicalismo? A juzgar por el empeño con que se abortó la mano tendida hacia Schiaretti parece bastante difícil. Pero ¿hay otra manera de encontrar un camino de superación del estancamiento actual? Es un bloqueo de sucesivas zancadillas y caminos sin salida, casi siempre con réditos apropiados de pasada, que hasta ahora resulta decepcionante.
Si en el ex “frente de todos” lo que está ausente es el programa nacional de desarrollo (a pesar de la repetición con que se lo proclama) en Juntos para el Cambio lo que se advierte es que no hay replanteo de la política económica que llevó la gestión de Macri al fracaso electoral. Sigue siendo un pragmatismo monetarista que no logra despegarse de la tara ajustadora, la que sólo promete más sufrimiento a quienes ya sufren mucho. A esta altura de la experiencia universal y nacional, ¿no es evidente que no hay ajuste exitoso posible sobre un cuerpo social exhausto? ¿Qué engañosa ilusión les hace suponer, una y otra vez, que hacen falta salarios más bajos y rentabilidades negativas en las empresas que constituyen el tejido productivo argentino, la inmensa mayoría pymes?
El engaño del Pacto Social
Ahora que parece instalarse sospechosamente como muletilla algo que entraña una verdad absoluta: que un vigoroso proceso de expansión, por una parte, y la administración frugal de los recursos públicos combinada con una sustancial mejora en la eficiencia de los servicios estatales, por la otra, son indispensables factores concurrentes puede venir a cuento recordar que el gobierno de Frondizi empezó por las equiparaciones salariales y la puesta en marcha de la política petrolera (además de establecer un régimen muy atractivo para las inversiones extranjeras) antes de lanzar, en diciembre del ‘58 el Plan de Desarrollo y Estabilización que algunos pícaros, (léase Alsogaray), pretendieron presentar como de su autoría cuando este señor recién llegó al ministerio de Economía medio año más tarde para evitar que ciertos sectores militares adelantaran el golpe de estado con que los intereses que se oponían al programa de desarrollo estaban dispuestos a frenarlo con los medios que fuera.
Esos primeros meses fueron sustanciales (caóticos si se mira la epidermis comunicacional de entonces) para poner el país en marcha, con un claro sinceramiento de precios que destapó la inflación existente, y que a poco andar, ya en 1959, todos los indicadores empezaron a normalizarse, restableciéndose un cuadro normal de equilibrios cambiarios y monetarios. Ese momento crucial de la vida argentina dejó lecciones hoy ineludibles, a pesar del empeño puesto por los detractores durante años y años para que no sea correctamente estudiado y asimilado.
En otro momento de nuestra historia cercana tenemos el ejemplo inverso: el Pacto Social que se impuso al país en 1973, años tormentosos cruzados por la violencia política. Gelbard y un equipo de la CGE, bajo la conducción del ingeniero forestal Orlando D’Adamo, habían preparado un plan de política económica que ofrecieron primero al General Alejandro Lanusse (y su malogrado GAN, Gran Acuerdo Nacional) y terminó siendo el plan que aplicaron Cámpora y Perón. No hay porqué dudar que había gente patriota en esos equipos, pero adherían a la errónea noción de que debía suspenderse por un tiempo la puja distributiva que, entendían, era la raíz de todos los males. Esa visión, que tan compatible ha sido en los años posteriores con las formulaciones de la CEPAL para nuestro país, no ha sido revisada en términos críticos por la mayoría de los estudiosos posteriores. Ese enfoque de base, ahistórico y hasta antihistórico, los llevó al fracaso.
El Pacto Social fue en política económica lo que el acuerdo Perón-Balbín expresó en el plano político con enorme éxito de aceptación general. Sin duda era indispensable una profunda reconciliación y dar vuelta la página de los desencuentros argentinos, pero la política que debía llevar a la vida real ese paso trascendente no estuvo a la altura, porque ignoró los déficits estructurales de la economía nacional y confió sólo en una administración prudente y racional de los recursos existentes, que ya por entonces habían mostrado largamente su insuficiencia. Esa racionalidad (ingenua) buscada se evaporó rápidamente con la más práctica, tentadora y falaz acción de control de precios a la que se ha recurrido muchas veces desde entonces, en fracaso continuo, y no por ello menos pertinaz y grotescamente aplicada.
La propia dinámica económica y social, en un marco creciente de intolerancia y violencia interna, se encargó de poner esta situación en evidencia, lo cual ocurrió tras la muerte de Perón. La olla podrida que destapó el Rodrigazo había empezado a cocinarse en el 73. Esto es duro de tragar, aún hoy medio siglo después, y difícil de pensar desde las categorías tradicionales o usuales del pensamiento político.
¿Qué acuerdo hoy?
El acuerdo indispensable no es cualquier acuerdo. Al contrario, cualquier acuerdo (ha habido muchos) es la garantía de un nuevo fracaso. Se requiere un acuerdo que lleve en sus entrañas en futuro de una sociedad integrada, que garantice el despliegue de capacidades personales, grupales, culturales de todo tipo. Y es aquí donde la indigencia teórica que lamentaba Rogelio Frigerio en la mayor parte de nuestras dirigencias. Se necesita como condición previa predisposición al cambio integrador, humildad (nadie tiene la absoluta verdad) y mucha creatividad para combinar la potente inversión que hay que convocar con medidas a favor articuladas con formas innovadoras de articulación y participación social.
O sea, se requiere decisión, voluntad, energía política, aplicada con inteligencia y toda la flexibilidad del mundo para corregir rumbos si no se ven resultados en el empleo, en la producción, en la convivencia y paz social. Imposible que una coalición (los partidos tienen existencia casi nominal) sola pueda hacerlo. La condición conservadora que imputamos a la bicoalición dominante se debe ante todo a la ausencia de una voluntad real de ir al encuentro de los problemas principales que hoy por hoy están en la cruel fragmentación social. No tiene sentido atascarse en discutir si las condiciones de pobreza están bien o mal medidas, cada instituto o agencia tiene su armadura procedimental, porque ello nos lleva a postergar lo que es primerísimo: encarar como prioridad la expansión del empleo y la producción.
Liberar a las Pyme del riesgo de la industria del juicio (un hueso duro de roer, porque todos los implicados no van a soltar así nomás su espuria fuente de ingresos) es tan importante como abrir opciones organizativas en la economía social, donde la liberación de impuestos mientras los emprendimientos maduran es absolutamente necesario y su monitoreo ineludible. Impensable es seguir ensanchando el empleo público, que hay que bajar en un contexto favorable al empleo privado y el que surge de otras formas asociativas, sin miedo al error y voluntad de mejora ante cada obstáculo, que con toda seguridad van a surgir en el camino. Como cantaba Patxi Andión: “habría que pensar sin miedo”, asumiendo los temas que hoy son tabúes y nunca se ponen sobre la mesa.
Las coaliciones en su formato actual no están armonizando dinámicamente las diversas voluntades sociales. Ese era el sentido del Frente Nacional tal como el desarrollismo lo formuló en los setenta, con relativo éxito mientras vivió Perón y nulo avance después, cuando la maldita partidocracia se adueñó del PJ. Y hoy tenemos el fenómeno regresivo de sumar peras con mariposas, juntar, no reunir, no articular, no integrar. Coalicionar como caricatura del acuerdo imprescindible.
Inmensa la deuda del sindicalismo, que no luchó para proteger a sus compañeros que se quedaban sin trabajo en los noventa y, más grave aún, en la crisis social enorme de principios de siglo. Pero esa carga ya la asimilarán, como puedan (si pueden) sus dirigencias, ahora es indispensable que aporten su nivel de organización al conjunto del movimiento nacional, que no es sólo el peronismo (ombligoperonismo) sino la convergencia de las clases y sectores que tienen todo para ganar en la construcción de una nación integrada, acogedora, con sus particularidades en despliegue y con una fuertísima impronta que lleve los impulsos del desarrollo a todos los rincones de la Patria.
¿Valorás nuestro contenido?
Somos un medio de comunicación independiente y tu apoyo económico es fundamental para que que este proyecto sea sostenible y siga creciendo. Hacete socio y construyamos juntos Visión Desarrollista.
,Hacete socio
xx