La semana pasada publicamos un artículo que generó polémica. Se titulaba La prohibición de la cría de salmones en Tierra del Fuego: nada que festejar y estaba basado en un hilo de Twitter del sociólogo Daniel Schteingart. El argumento principal de Schteingart es que existen mejores alternativas que «prohibir de cuajo» una actividad productiva y destaca que Chile genera el doble de divisas con la exportación de salmón que Argentina con la carne bovina. Pensábamos que era un tema de nicho, por eso nos sorprendió la reacción intensa que provocó la publicación.
Primero, la aclaración: es un artículo, no una toma de posición. Publicamos las ideas de Schteingart para exponer un debate que consideramos interesante. Algunos lectores criticaron a VD, como si nosotros objetáramos la ley que prohíbe la salmonicultura. No la cuestionamos. De hecho, también entrevistamos al secretario de Pesca de Tierra del Fuego para que explicara los fundamentos de la ley. Nuestra propuesta es abrir este debate.
El tema generó tensiones incluso dentro del Gobierno Nacional. A tal punto, que el ministro de Producción calificó la sanción de la ley como «una decisión equivocada» mientras que el de Ambiente la celebró y destacó que esta política posiciona a Argentina como «líderes en el mundo». Es el primer país que prohíbe esta actividad.
¿Todos somos desarrollistas?
Cuando lanzamos VD, hace seis años, el clima de época era «todos somos desarrollistas». El desafío principal de este proyecto era indagar sobre qué había sido y qué se entendía hoy por desarrollismo. Un terreno minado de sobreentendidos y confusiones, sobre todo entre la dirigencia política. En ese momento eran raras las críticas al desarrollismo: la mayoría lo veía como una etiqueta que daba prestigio. Algo de eso cambió en este último tiempo.
Por un lado, hubo una avanzada fuerte del liberalismo. Ganó visibilidad mediática y en las redes sociales. Uno de los candidatos a presidente en 2019 se presentó en público como liberal. El liberalismo es tradicionalmente antidesarrollista y plantea impugnaciones sobre esta concepción, desde el rol del Estado hasta la importancia de la industria. Pero la crítica más punzante vino de la mano del ambientalismo con la calificación del desarrollismo como «extractivista». ¿Es así?
El término «desarrollismo» es ambiguo por muchas razones. Una es que tiene diferente significado en cada país. En Ecuador, por ejemplo, está fuertemente asociado a las producciones petrolera, minera y agrícola que crecieron con fuerza durante los gobiernos de Rafael Correa, en especial en los años del boom de los commodities. El desarrollismo es planteado como sinónimo de extractivismo en Ecuador, donde no solo estuvo muy vinculado con la explotación de recursos naturales, sino que tuvo efectos ambientales desastrosos en la selva y en los territorios de los pueblos indígenas. Es una concepción diferente al desarrollismo en Argentina, en especial el planteado por Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi, que se enfocó en la industrialización, el cambio de matriz productiva y el mercado interno más que en la exportación de materias primas.
La cuestión ambiental tenía poca relevancia en el debate público a finales de los cincuenta, cuando Frondizi llegó a la presidencia. La formulación original del desarrollismo no menciona el concepto de sustentabilidad ni cambio climático. Son ideas posteriores. ¿Son incompatibles el desarrollismo y el ambientalismo? Creemos que no, pero existe una tensión.
El mayor conflicto gira en torno a la concepción del futuro. El desarrollismo está impregnado de la ideología del progreso: una confianza absoluta en que existe un camino hacia un futuro mejor. El ambientalismo, en cambio, advierte sobre un futuro amenazante. El cambio climático es el horizonte apocalíptico a evitar y la razón por la que la humanidad debe transformar sus economías y sociedades. Ese choque ideológico es real y cortocircuita el diálogo.
Un buen comienzo para acercar las posiciones es reconocer que existen modelos insostenibles de desarrollo. La salmonicultura en el Beagle es un ejemplo: la contaminación y el elevado impacto ambiental es motivo suficiente para prohibir esta práctica. Que no es una decisión drástica, sino un modo válido de regular la actividad. También subrayar que el desarrollismo no se fundamenta en el extractivismo, sino todo lo contrario: en el agregado de valor, la tecnología y la innovación. Fue así durante el gobierno de Frondizi y sigue siendo así ahora.
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