Empecemos por decir que la llamada “teoría del derrame” no es una teoría, sino apenas una coartada ideológica para consuelo de quienes ven amenazadas sus rentas por el avance de una voracidad fiscal descarada que captura recursos y los esteriliza en gasto improductivo. Tiene una apariencia lógica cuyo núcleo reza más o menos así: “no se puede distribuir lo que no se ha previamente generado”, cuyo error es no considerar que el proceso de producción-distribución es un fenómeno dinámico, complejo y hasta a veces contradictorio donde las sincronías abundan tanto como las disfunciones. En la experiencia social no es en absoluto algo estático: cada sector disputa y pacta entre las contrapartes la porción de renta devengada, (y aún la proyectada), sobre el inmediato futuro que en cada instancia permite una determinada relación de fuerzas. La distribución de la renta, tomada como una fotografía, es el formato realmente existente del pacto social real que, en precario equilibrio, va estableciendo un sistema productivo nacional. Pero ese compromiso, en tiempos de alta inflación, está constantemente cuestionado y con ello las tensiones sociales se ven exacerbadas, como es muy fácil de entender. Por eso no sólo es poco feliz, como propone esta presunta teoría, postergar consumos en función de un futuro estadio de satisfacción, sino que básicamente es una necedad, un engaño, una estafa. Proponer nuevos sacrificios a una población que en su mayoría padece enormes carencias es también una burla, un insulto despreciable y, de paso, una torpeza política. Curiosamente, quienes sólo tienen como táctica la recomendación de “apretarse el cinturón” nunca lo hacen con sus propios beneficios que, por supuesto, evaporan de sus balances y fugan al oscuro rincón del atesoramiento donde, a la espera de una nueva oportunidad, se ausentan perjudicando al circuito económico. Tampoco resulta la extendida práctica de seguir castigando al empresario como si fuese una vaca lechera inagotable. Nadie come vidrio y con toda lógica quien produce contra todos los obstáculos evita que la exacción desmedida destruya su patrimonio. La racionalidad de las conductas individuales está completamente probada. Lo que falla es el contexto en el que una inversión rentable pueda obtener crecientes ganancias que reproduzcan y amplíen el núcleo original de capital aplicado a la acción multiplicadora de riqueza social. Es decir, falla el diseño donde el riesgo y la creatividad puedan desplegarse y, a escala nacional, amplíen sucesivamente el producto. La perspectiva de mejora, ganancias y éxito es algo que debiera convertirse en una meta del conjunto pero, mientras tanto, privar a los que ya sufren mucho de la mínima satisfacción de sus necesidades básicas es sencillamente criminal. En contrapartida se requiere una amplia convocatoria para participar desde el vamos dirigida a quienes aportarán su fuerza de trabajo al gigantesco esfuerzo colectivo que se requiere, favoreciendo de todas las formas posibles la incorporación masiva a labores socialmente útiles. El salario real crece cuando la tendencia hacia el pleno empleo se hace patente. En el estancamiento, obvio, se exacerba la “puja distributiva”, en la que cada cual cuida su propia baldosa. Sepan aquellos que se pretenden los más protegidos o fuertes que no están realmente a salvo. Ni los camioneros. Hoy más que nunca está claro que tenemos que “salvarnos todos” o los ganadores serán realmente pocos que, aunque obtengan una suculenta tajada, también estarán en riesgo de ser identificados como verdaderos enemigos del pueblo. Esto vale para especuladores de todos los pelajes y mañas, desde financistas hasta fingidos políticos y apoltronados magistrados.


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