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*) Por Ignacio Galmes.

La sorpresiva llegada de Donald Trump a la Casa Blanca reinstaura una visión americana que pone fin a la Doctrina Obama. Durante los últimos ocho años, el Partido Demócrata intentó defender al mundo del propio EE UU y trazó alianzas con naciones históricamente opuestas a Washington. El acercamiento a Cuba y la firma del pacto ambiental de París con el común acuerdo de China son ejemplos de ello. También las contribuciones al régimen iraní, al que la Casa Blanca aportó exorbitantes sumas en aviones privados y escandalosas maniobras financiera, que incluyeron entregas en efectivo.

Trump marca un paréntesis en la política internacional norteamericana, con una visión contrapuesta a la búsqueda del consenso internacional que había marcado los avances en la lucha contra el cambio climático y la no intervención del Consejo de Seguridad de la ONU en los conflictos internos de las naciones en todo el planeta durante la década pasada.

La desarticulada y fallida política exterior demócrata trajo consecuencias negativas para un mundo que parece no encontrar el rumbo. El retroceso militar norteamericano en Estados fallidos como Irak y Afganistán provocó el fin del unipolarismo. EEUU ya dejó de imponer sus intereses. Si bien distintos especialistas señalaron la era Obama como el inicio de un mundo multipolar, generó todo lo contrario: un no poder o poder cero.

Latinoamérica no fue la excepción. La retirada de los intereses de Washington comenzó con el rechazo del ALCA y la posterior conformación de la UNASUR, organismo imposible de imaginar años atrás, con el dedo de la Casa Blanca siempre presente. El propósito de UNASUR era crear una mesa que excluyera a EEUU de las decisiones que los países latinos debían coordinar para lograr su desarrollo. Creado al amparo del liderazgo de Hugo Chávez, la organización sudamericana quedo vacía de poder y representación ante el desastroso y predecible final del régimen venezolano.

La nueva presidencia de Trump traerá cambios en todos los escenarios. Estados Unidos se prepara para ser grande otra vez. Se ha legitimado a través de las urnas un proceso que se originó por fuera de la política tradicional. Trump supo exacerbar el malestar de una clase media que desde el crack financiero tras la quiebra de Lehman Brothers vio cómo menguaba su calidad de vida, se destruía el empleo y se arruinaban las ciudades más pujantes.

El caldo de cultivo para esta nueva administración republicana resurge en forma de estado de prepánico para el conjunto de las naciones. La comunidad internacional deberá sobrellevar un constante estado de alerta frente a los cambios que Trump y su gobierno buscarán en pos de un beneficio nacional. El magnate apuntará a recuperar trabajos perdidos en manos de los inmigrantes y países con mano de obra más barata, que hacen imposible la competencia en igualdad de condiciones. Y no le temblará el pulso si para ello tiene que eliminar acuerdos ambientales, poner en jaque la estructura militar de la OTAN o enemistarse con Wall Street. Millonario pero antiestablishment, no sería una sorpresa que busque reinstaurar una norma similar a la ley Glass-Steagal, que fue derogada durante el mandato de Bill Clinton.


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