Un round más se vivió la semana pasada en la guerra comercial entre EEUU y China. El gigante asiático devaluó su moneda como respuesta al anuncio de la Casa Blanca de la imposición de nuevos aranceles a importaciones chinas que suman un valor de 300.000 millones de dólares. Dados los desequilibrios macroeconómicos de Argentina, la guerra de aranceles y monedas que llevan adelante las dos superpotencias impactan de manera directa y sacan a la luz las inconsistencias del país.
La llegada de Donald Trump al poder marcó un giro con respecto a la relación con China. El presidente Obama había priorizado la cooperación con la República Popular e incluso había alcanzado importantes consensos, por ejemplo, en la lucha contra el cambio climático.
Tras la asunción, Trump pateó el tablero y tensó la relación comercial y de inversión entre ambos países. La raíz de su reclamo está relacionada con el enorme déficit comercial de EEUU con China, que se disparó tras la integración del país asiático al comercio mundial y crece cada vez más debido a sus ventajas competitivas.
La guerra comercial y la tasa de interés
La adopción de la política proteccionista por parte de Trump provocó que la economía de EEUU entrara en sendero de crecimiento y generación de empleo. Esto sembró la semilla de la crisis argentina. Hasta 2018 el mundo contó con liquidez y Argentina fue un tomador neto de deuda, que usaba para financiar los desequilibrios e impulsar la economía. La fortaleza económica norteamericana y el riesgo del recalentamiento llevó a la Reserva Federal (FED) a una suba de la tasa de interés, lo que generó la salida de capitales desde los países emergentes. Esto impactó en Argentina más que en ninguna otra parte del mundo.
El país tenía una alta dependencia del financiamiento externo. Por eso la fuga de capitales causó una devaluación del 100% del peso argentino. Las devaluaciones siempre son recesivas en nuestro país porque la caída del consumo supera el efecto del aumento de las exportaciones y las inversiones. Podría considerarse este hecho como el primer golpe directo de la guerra comercial para Argentina.
El panorama financiero se tornó aún más complicado a partir de esta situación. Por las inconsistencias en el balance de pago, Argentina quedó imposibilitada de acceder a los mercados internacionales de crédito, debido a la disparada del riesgo país.
Argentina y el déficit con las potencias.
En los primeros seis meses de 2019, Argentina exportó bienes y servicios por 30.752 millones de dólares e importó por 25.163 millones. El país tiene déficits comerciales tanto con China como con EEUU, y la tendencia se agrava a medida que se agudizan los enfrentamientos. Ambos países cumplen un rol fundamental en el flujo de bienes y servicios de Argentina. Son el origen del 30% de nuestras importaciones y el destino del 15% de nuestras exportaciones. Brasil es, sin embargo, nuestro mayor socio comercial.
Como consecuencia de la guerra de aranceles, se han modificado los precios de los bienes y servicios que Argentina importa y exporta. El índice de los términos del intercambio, que mide la relación entre los índices de precios de exportación e importación, registró en el segundo trimestre de 2019 un deterioro de 5,5%, respecto al mismo período del año anterior.
La reciente devaluación del yuan tiene dos efectos contrapuestos para la economía argentina. En primera instancia, la pérdida de poder adquisitivo de la moneda china en el mercado mundial genera una caída de la demanda de nuestros productos. La mayor parte de las exportaciones de Argentina a China son commodities, por lo que tienen un precio internacional y no se abaratan como consecuencia de las depreciaciones del peso argentino. El efecto beneficioso es el abaratamiento de los insumos chinos, en muchos casos usados para para la industria nacional. Este efecto, sin embargo, se esfumó tras la subida del dólar posterior a las PASO del domingo.
Argentina vende a EEUU productos químicos, petróleo, aluminio y frutas secas, entre otros productos. La política proteccionista de Trump es una amenaza para estos sectores, que ven disminuida la capacidad de exportación. Y esto resiente la generación de divisas genuinas necesarias para alimentar la balanza comercial.
No son momentos fáciles para lograr el objetivo de la integración responsable al mundo. El cisne negro que representó Trump para el comercio mundial, sin embargo, no debe ser un freno ni un desvío de nuestras intenciones. Más preocupantes son las impericias propias y los desequilibrios macroeconómicos, verdaderos obstáculos para avanzar en la agenda del desarrollo.
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