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El presidente Mauricio Macri y la canciller alemana Angela Merkel, en Berlín. DyN

La idea prende. Gusta. Provoca: Macri tiene una visión equivocada del mundo. Desfasada. Incluso hay gente muy seria que defiende este planteamiento, como el investigador Mario Rapoport: “No leyó los cambios geopolíticos… La política aperturista, en el momento en que se registra un repliegue proteccionista en Estados Unidos y Europa, no puede ser más inoportuna”. La idea es que Macri venía con un discurso buena onda hacia las potencias occidentales —”vamos a insertar a Argentina al mundo”— y el mundo le dio la espalda. Los argumentos son archiconocidos: el triunfo de Trump, el Brexit, el ascenso de los populismos en Europa. ¿El fin de la globalización?

La discusión sobre el posible retroceso de la globalización está en boca de expertos y analistas. Esta semana, justamente, el Banco Internacional de Pagos —el banco de los bancos centrales— publicó su informe anual, en el que hace referencia al tema.  Y advierte de que los efectos de la globalización han dado aire a los movimientos populistas en EE UU y Europa. Los perdedores del sistema son, muchos de ellos son, los que han votado por el Brexit, por Donald Trump y, en Francia, por Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. ¿Quienes son esos perdedores? Los trabajadores poco cualificados de los países ricos, que han sufrido el impacto de las deslocalizaciones de las industrias hacia los emergentes, y las clases medias. Los ganadores han sido los trabajadores y clases medias de los países periféricos, además de las compañías que se han beneficiado de las ventajas comparativas y han invertido en ellos. Este razonamiento puede parecer una extravagancia en Argentina, que recibió pocas inversiones extranjeras en la década kirchnerista y sufrió las peores consecuencias del neoliberalismo en los noventa.

El riesgo político de un freno en la globalización, sin embargo, debe matizarse. El triunfo de Emmanuel Macron, el más europeísta y aperturista de los aspirantes al Elíseo, ha sido un revés para el movimiento antiglobalización. Y también lo sería la probable reelección de Angela Merkel este año. La exitosa derrota de Jeremy Corbyn en Reino Unido también pone en evidencia la verdadera consecuencia de la globalización: una sociedad fragmentada entre los ganadores — urbanos, jóvenes, cosmopolitas, profesionales— y los perdedores —rurales, mayores, menos cualificados. Claro, es una simplificación. Pero explica razonablemente bien la división social que se ha manifestado en las urnas en distintos países. Trump, por su parte, ganó las elecciones gracias a las peculiares características sistema electoral estadounidense, pero perdió la votación popular.

El mayor ataque contra la globalización, hasta ahora, ha sido más simbólico que real. Por no decir totalmente teatral: ¿Alguien recuerda cuando Trump presionó al fabricante de aires acondicionados Carrier para que no se trasladara a México? Fue un despliegue de retórica nacionalista fenomenal y efectista: el presidente salvó 1.100 puestos de trabajo. Pero no cambió la situación general del país. ¿Piensa negociar con cada empresa la radicación o deslocalización de fábricas en EE UU? Y, lo más importante: ¿El futuro del país más poderoso del mundo depende de que los aires acondicionados se produzcan en el territorio? Trump sí ordenó la salida del TTP, un acuerdo de librecomercio con once países del Pacífico, y del Acuerdo de París. Y amenaza con establecer aranceles a las importaciones y renegociar el NAFTA, el TLC entre EE UU, Canadá y México.  Pero hasta ahora son solo amenazas y se ha topado con fuertes resistencias internas. No está claro que vayan a concretarse las medidas aislacionistas de EE UU, ni a mantenerse estas posiciones en el tiempo.

El comercio global, en su máximo nivel histórico

En el plano económico, la globalización goza de una estupenda salud. El comercio mundial, la suma de exportaciones e importaciones, representó el 58% de la economía mundial en 2015, último dato registrado por el Banco Mundial. Tras una breve caída en la crisis de 2009, el comercio se ha recuperado y se mantiene en los niveles máximos de la serie histórica. Más del doble que en los 60, cuando gobernaba Frondizi y el proteccionismo aún marcaba el pulso de la economía mundial. En EE UU, a pesar de Trump, las importaciones crecieron entre enero y abril de este año un 7,3% con respecto al mismo periodo del año pasado, según datos de la Oficina de Censos de EE UU. Y las exportaciones un 6,7%.

Con la etapa más dura de la crisis global superada, el riesgo de una reversión de la globalización parece que se aleja. Quedan pendientes las discusiones sobre cómo atemperar las consecuencias negativas, que aumentan la desigualdad económica y la tensión política en todo el mundo. No serán discusiones menores. La política exterior de Macri, por lo tanto, sí es acertada. Aunque el Gobierno ha tratado de mantener el equilibrio entre Trump y Merkel, la apuesta por un acercamiento hacia la posición de la Unión Europea parece más razonable a largo plazo. O a la de China, a la que las ironías de la era Trump han convertido en el paladín del librecomercio.

Una visión abierta hacia el resto del mundo es clave para una inserción inteligente de Argentina en el mercado global. Pero ni un TLC entre el Mercosur y la Unión Europea, ni un acercamiento a la Alianza del Pacífico, ni un centenar de visitas de Estado a países donde el presidente Macri recibe aplausos por las reformas económicas emprendidas y promesas de inversiones, van a resolver los problemas internos del país. La falta de claridad del Gobierno sobre el proyecto de desarrollo y qué papel quiere jugar Argentina en el mundo y los desequilibros macroeconómicos son la principal traba para la llegada de inversiones que el país necesita para despegar. Macri promete que las inversiones van a llegar… si gana en octubre.


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