Arturo Frondizi

*) Por José Amiune.

Las modernas corrientes de la Psicología han verificado la influencia de la información en los cambios cognitivos y la forma en que estos obligan a la adecuación de los supuestos científicos, las conductas políticas y las visiones ideológicas. Una vieja verdad que la ciencia contemporánea incorpora y sistematiza para poder explicar como funciona la “Sociedad de la Información”.

Según estas teorías, el acceso a la información y su elaboración producen cambios cognitivos que nos obligan, con humildad, a reformular paradigmas que hasta ayer parecían inconmovibles. En otros términos, estamos condenados a revisar permanentemente las ideas bajo el riesgo de que si nos aferramos a las viejas certidumbres terminemos traicionando a la verdad.

Johannes Kepler descubrió hace 400 años leyes que explican como se mueven los planetas y que cambiaron para siempre nuestra visión del Universo. Pero también dejó una lección de honestidad intelectual que sigue igualmente viva.

El astrónomo alemán se había autoimpuesto una misión: encontrar las pruebas científicas de la explicación religiosa del cosmos. La Iglesia había hecho suya la idea de que la Tierra estaba rodeada por esferas que transportaban a la Luna, al Sol y a los planetas. Los cielos eran un mundo perfecto: no podía ser de otra manera, porque eran la morada de Dios.

Kepler consiguió las mediciones sobre Marte del mejor astrónomo de la época. No había otra forma de estudiar los astros que con la propia vista.

Como la órbita de Marte es casi circular, Kepler creyó que había logrado su objetivo. Pero encontró nuevos cálculos que invalidaban los anteriores. Si los hubiese ignorado, habría logrado prestigio y fortuna. Pero en lugar de triunfar mediante un autoengaño,  Kepler revisó todo su trabajo. Murió en la pobreza e ignorado. Pero creó la astrofísica moderna.

Arturo Frondizi fue un intelectual prestado a la política. De haber vivido en un país desarrollado e institucionalmente estable, hubiera sido un académico consagrado a la investigación como, en buena medida, lo fueron sus hermanos Risieri y Silvio en el campo de la Filosofía y de la Ciencia Política. Era, sin duda, dueño de una vigorosa personalidad intelectual que puso al servicio de la política, pero a la que jamás renunció.

Hace unos 25 años encontré en la Biblioteca Central de la Universidad de Harvard un interesante ensayo titulado: “Information and Ideology : A case study of Arturo Frondizi”. El autor analizaba la correlación entre información e ideología, su interacción, y los modelos de cambio ideológico que la incorporación y elaboración de nueva información provocaba. El ejemplo paradigmático elegido por el autor era Arturo Frondizi. La conclusión que emergía del estudio, tipificaba a Arturo Frondizi como un actor político permanentemente comprometido con la evaluación y revisión de su propia ideología, lo que le servía para entender las aceleradas transiciones del mundo de la posguerra y usarlas como guía para la acción.

Los significativos cambios operados en su ideología, durante los 40 años analizados por el autor, aparecían determinados por la información que derivaba primariamente de su propio accionar político y, al mismo tiempo, de su vocación intelectual por entender y procesar los cambios políticos y sociales. Sin embargo ese proceso era complejo y contradictorio porque la información entraba en conflicto con la ideología preexistente y ésta, a su vez, servía para interpretar la nueva información. Ello generaba una dinámica de cambio cognitivo donde el actor aprendía de su propia experiencia, procesaba los cambios y alcanzaba un considerable nivel de eficiencia predictiva.

Frondizi como Kepler revisó sus ideas y se responsabilizó integramente de los cambios que introdujo, con una convicción y tenacidad ejemplar. Pagó por ello un alto costo. La “intelligentzia” de su tiempo lo congeló en el estereotipo que estigmatizó su figura como un ejemplo de oportunismo político, capaz de sacrificar los principios y cultivar una vocación de poder por encima de toda norma moral. Como un táctico, frío y calculador, que subordinó los fines a los medios. Murió casi sólo, sin fortuna y sin partido. Hoy, 10 años después de su muerte, no hay una calle en Buenos Aires que evoque su nombre.

Espero que las nuevas generaciones no se conformen con el estereotipo que les dejó la ideología preexistente y se cuestionen, como Kepler, como Frondizi, hasta encontrar su propia interpretación del personaje y su tiempo.

El ejemplo de esos hombres debiera mover a los dirigentes actuales a aplicar el mismo método. ¿Qué pasaría si revisaran sus posiciones a la luz de los resultados y abandonasen lo que dan por cierto y resulta invalidado por nuevas ideas y comprobaciones? No se trata de que renuncien a sus convicciones. Sólo se trata de que no se aferren a la superstición ni hagan de sus posiciones dogma de fe.

La ciencia política tiene una metodología del pensar. Nos obliga a un riguroso escrutinio de todo. No traiciona quien abandona una idea, sino el que se aferra a ella cuando se verifica equivocada. Si los dirigentes se mirasen en Kepler y Frondizi, quedarían menos a la zaga de la realidad.

Fuente: https://www.joseamiune.com/


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