Hace exactamente un año pocos creían que el presidente de Rusia, Vladimir Putin iba a iniciar una invasión a Ucrania. Sólo los servicios de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido y el general Kyrylo Budanov, jefe de la inteligencia militar ucraniana, predijeron el ataque ruso. En cambio, sus homólogos europeos inclusive el gobierno ucraniano descartaron semejante posibilidad. Pero lo impensado sucedió: unos 3000 tanques rusos invadieron un país libre generando un cambio profundo en el mundo que cambió las reglas de la diplomacia y un desafío latente para la humanidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La insensatez se convirtió en una habitualidad en Vladimir Putin.
Indómito y testarudo, la aventura bélica del líder ruso dejó un saldo mortífero de miles de muertos, millones de desplazados de sus hogares, destrucción por doquier de ciudades, grandes pérdidas económicas y una feroz crisis humanitaria. Con la excusa de apoderarse de la región del Donbás en defensa de su población de origen ruso, invadía una Ucrania que siempre anhelo conquistar pero que de alguna manera le hizo acelerar, y concretar, su amenaza, frente al avance de las negociaciones ucranianas para ingresar en la OTAN (algo que rompía los compromisos asumidos en 1991 de no incorporar a los ex miembros del Pacto de Varsovia a cambio de que Moscú aceptara la reunificación de Alemania). Otros de los postulados que alegó Putin para justificar la acción bélica fue la necesidad de “desnazificar” Ucrania, un discurso que se apoya en la exageración de la importancia que tienen determinados grupos de extrema derecha dentro de las Fuerzas Armadas ucranianas, como el Batallón Azov y Pravy Sector.
Si bien al no ser miembro Ucrania de la OTAN está no podía actuar formal y explícitamente, de ahí la celeridad de Putin, la invasión desembocó en un explícito desafió a Occidente que se unió de forma inmediata para la defensa del más débil contra el Goliat ruso. De hecho sirvió para ratificar la unidad de la OTAN tras los torbellinos que generó el expresidente estadounidense Donald Trump y se consolidaron nuevas alianzas. Además, el latente conflicto mantiene al mundo en una expectativa angustiante y con un futuro incierto de cómo puede finalizar el conflicto.
El tablero geopolítico ha cambiado. La amenaza al uso de armas nucleares que reiteradas oportunidades manifestaron jerarcas rusos genera un pánico sin precedentes desde el final de la Guerra Fría. En un nuevo paso hacia ese camino tenebroso Putin decidió retirar a Rusia del tratado de desarme nuclear START III que estaba vigente entre Washington y Moscú. Cabe destacar que en la mentalidad de Putin si existiera una ventaja al uso de armar nucleares es probable que las hubiera usado lo cual sería un camino sin retorno. La respuesta no se hizo de esperar el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, calificó la decisión rusa de “inaceptable”. La tensión aumenta a cada hora. Y las provocaciones desde el Kremlin no cesan. En un nuevo movimiento desafiante a Occidente, Moscú decidió revocar el decreto de 2012 por el que reconocía a Moldavia la soberanía sobre su territorio.
Putin en su sueño de reconstruir el imperio ruso y recuperar el estatus de potencia mundial ha tomado decisiones inequívocas. Sus constantes desafíos a Occidente culpable, según él, del actual conflicto se encontró contra un muro inquebrantable que no va a renunciar en la ayuda económica y militar a Kiev para frenar la locura bélica del líder ruso. La actitud de los lideres occidentales en ese sentido quedó plasmada en la última Conferencia de Seguridad de Múnich. Allí el presidente de Francia, Emmanuel Macron, que al principio del conflicto intento mediar para lograr un acuerdo que frenara la invasión rusa, pero que chocó contra la intransigencia de Putin, ahora ve como única salida la derrota total de Rusia.
Hasta el momento la aventura bélica de Putin ha sido un verdadero dolor de cabeza. Desde la diplomacia y las operaciones militares: en lo táctico, estratégico y operacional se siente una sensación de derrota. La esperada superioridad militar rusa hasta el momento no fue eficaz para nada. Rusia aspiraba a una victoria relámpago que iba a doblegar al gobierno ucraniano a rendirse para dejar riendas sueltas a la idea de Putin de colocar un gobierno títere pro ruso.
Los números muestran unas cifras desastrosas en pérdidas en el campo de batalla para los rusos que alcanzan los 200.000 soldados. La leva impuesta por Putin en septiembre de 2022 reclutó a unos 300.000 reservistas que nada han podido hacer en el teatro de operaciones en Ucrania, sólo mantener en algunas ocasiones, el territorio ocupado. El lento avance de las fuerzas rusas contrarrestado por los ucranianos con la recuperación de territorios trae a la retina a las estrategias efectuadas en la Gran Guerra. Las pérdidas rusas fueron múltiples y reina en la tropa una preocupante desmoralización. En palabras del secretario de Defensa del Reino Unido, Ben Wallace: “Estimamos que el 97% del ejército ruso, todo el ejército ruso, está en Ucrania”. Además, explicó que “las tropas rusas sufren casi a los niveles de desgaste de la Primera Guerra Mundial y con tasas de éxito que suponen una ganancia de metros en lugar de kilómetros”. El británico avisó de que el mayor riesgo es enfrentarse a unos líderes rusos que tienen “una brecha con la realidad” o “no tienen en cuenta la vida humana propia de sus propias gentes”.
Sus perdidas armamentísticas son descomunales. En el campo de batalla Rusia perdió casi la mitad de sus principales tanques de guerra. El desabastecimiento del arsenal militar es preocupante. Por eso, se comenzó a recurrir al inventario de armas de la época soviética. Las municiones empiezan a escasear para los rusos, aunque también para Ucrania.
A diferencia del ejército ruso, las fuerzas ucranianas han demostrado un coraje honorifico en la defensa de su patria. También cabe destacar al heroico pueblo ucraniano que viene soportando bombardeos constantes y todo tipo de artimañas que muestran el lado oscuro y miserable del ser humano. Del heroísmo ucraniano al otro lado de la frontera hay voces en contra de la guerra de Putin. Hubo un éxodo masivo de rusos para evitar el reclutamiento forzoso. Se calcula casi un millón de emigrantes y muchos más que desean abandonar Rusia. La guerra no es sólo impopular en el mundo sino también en suelo ruso.
Encima la realidad de la guerra muestra que varias ciudades fueron recuperadas por los ucranianos que defendieron a uñas y dientes el intento de las tropas rusas de tomar Kiev. Fuimos testigos de imágenes de soldados rusos abandonando sus posiciones. Por supuesto es fundamental, y esencial, la ayuda militar de la OTAN y otros países de Occidente para la defensa del territorio ucraniano para recuperar zonas ocupadas por las tropas rusas. El pedido del presidente Volodímir Zelenski que demostró liderazgo y ser un gran orador en tiempos de guerra en cada Parlamento europeo y de otros países que visitó o habló vía web para solicitar apoyos diplomáticos, económicos y principalmente el armamento necesario para hacer frente a la amenaza rusa. Los tan ansiados tanques alemanes Leopard 2, los suministrados por los británicos y los carros de combate Abrams norteamericanos serán fundamentales para la ofensiva ucraniana que tiene la intención de recuperar el terreno perdido. Incluso surge la iniciativa de recuperar la península de Crimea, en el mar Negro, que Rusia anexionó en 2014.
El ejército ruso podrá continuar con la movilización masiva de nuevos reclutas, pero habría que entrenarlos, alimentarlos y equiparlos lo cual quedó en evidencia que hasta el momento lo han hecho muy mal a diferencia de los ucranianos que se han tomado los tiempos necesarios para entrenar y equipar a sus efectivos.
Los roces de Putin con sus generales fueron constantes con reemplazos en tres ocasiones del alto mando que no fueron eficaces. Encima existe el resquemor de los oficiales rusos con el grupo mercenario Wagner que presume de moverse con mayor habilidad que el propio ejército a pesar de sus considerables perdidas.
Si bien hay presiones de occidente para la paz, la guerra avizora prolongarse al largo plazo. La propuesta de paz de 10 puntos de Zelenski que incluye reconocimiento por parte de Rusia de la integridad territorial de Ucrania y la retirada de sus tropas, difícilmente sea aceptado por Putin. Los últimos movimientos y sus desafiantes palabras muestran un futuro sombrío.
Hasta el momento Putin ha dejado en claro que no cede a ningún precio. Su liderazgo parece inquebrantable, sin embargo, se vieron ciertos movimientos de disidencia interna en Rusia. Putin, que manifestó que “Rusia jamás será vencida en el campo de batalla”, debería repasar la historia de su país que las guerras impopulares terminaron en revueltas, cambios estructurales o revoluciones como fueron los casos en la guerra Ruso Japonés, la Primera Guerra Mundial o la invasión a Afganistán. Raro en Putin no ver lo acontecido en el pasado, se sabe que es un admirador y nostálgico de la historia de su país y de allí nace esa idea de volver a los tiempos de gloria del imperio ruso. Pero Occidente ya dejó en claro en palabras del presidente de los EE. UU., Joe Biden, en sus visitas recientes a Kiev y Varsovia que la guerra: “Nunca será una victoria para Rusia”.
Serán clave las próximas citas electorales que influencia puede tener a futuro en la guerra, entre ellas las legislativas en Ucrania en octubre y las presidenciales del año próximo en EE. UU. Sin dejar de lado que puede pasar en los gobiernos europeos, Occidente no va a ceder a la actitud agresiva rusa. Hace un tiempo el presidente estadounidense George Bush padre, en el marco de la invasión del dictador iraquí Saddam Hussein a su vecino Kuwait sentenció con firmeza que “El mundo no permitirá que el fuerte se trague al débil”. Como dicen algunos la historia se repite. Por ahora, ni Moscú ni Kiev quieren negociar la paz, pero en Occidente crece la presión para lograr un acuerdo. Por lo pronto, la guerra continúa en un laberinto sin salida.
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