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La invasión a Ucrania es la última aplicación de la Doctrina Brezhnév en la zona de influencia rusa. / Twitter (@KremlinRussia_E)

Pasaron casi tres meses desde el inicio de la invasión rusa al territorio ucraniano. Aquel 24 de febrero parecía que comenzaba una operación militar letal y que solo era cuestión de horas para que cayera el gobierno de Kiev. Pero el ejército ruso avanza a un ritmo extremadamente lento y el presidente ucraniani, Volodímir Zelenski, resiste. Las mejores unidades militares rusas quedaron dañadas por el intento de tomar un país con base en una planificación antigua y tácticas obsoletas. Las imágenes de Mariupol en ruinas y la masacre de Bucha traen a la memoria los años más oscuros del siglo XX. A nivel geopolítico, sin embargo, el ataque recuerda a otro momento: la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. En el discurso de Putin resuenan los ecos de la Doctrina Brézhnev.

Leónidas Breznev fue secretario general del Partido Comunista de la URSS desde 1964 hasta su muerte en 1982. Según sus lineamientos, las naciones que formaban parte del área de influencia de Moscú tenían una soberanía limitada y no podían alejarse de los lineamientos políticos del Kremlin. Esta doctrina de la soberanía limitada se llevó a la práctica tras la llamada Primavera de Praga de 1968. En enero de aquel año, un gobierno aperturista había llegado al poder en Checoslovaquia, con un programa político heterodoxo desde la perspectiva de la URSS. Duró hasta agosto, cuando los tanques soviéticos, con el apoyo de otros miembros del Pacto de Varsovia, invadieron el país y tomaron la capital.

Una década después volvió a aplicarse la Doctrina Brézhnev. Esta vez en Afganistán. En 1979, el gobierno de Kabul intentó acercarse a Washington y la URSS invadió el país para evitarlo. La Operación Tormenta-333 inició en diciembre de aquel año con el asesinato del dictador Hafizullah Amín e instauró una ocupación militar brutal que duró 10 años y causó un millón de muertes.

Dos décadas de intervenciones

Aunque la Guerra Fría terminó hace tres décadas y la URSS ya no existe, Putin tiene la Doctrina Brézhnev en la cabeza. Y sigue considerando vital para la seguridad de Rusia que el Kremlin controle políticamente su área de influencia. Llevaba solo unos meses en el poder cuando inició la segunda guerra de Chechenia, que se había independizado de facto a mediados de los noventa. En 2008 arrebató a Georgia el territorio de Osetia del Sur. En 2014 anexionó Crimea y la región del Donbás. Visto con dos décadas de perspectiva, la invasión a Ucrania en febrero de este año es la última aplicación de la política intervencionista de Putin en la que considera su zona de influencia.

El antecedente a la invasión de febrero de 2022 es el giro político que experimentó el país en 2014, cuando cayó el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich en medio de una ola de protestas a favor de la incorporación de Ucrania a la Unión Europea, conocidas como el Euromaidán. Pero el desencadenante más inmediato fueron los pedidos del gobierno de Kiev para que Ucrania ingresara a la OTAN. Putin ve ahí una línea roja: si Ucrania formara parte de la OTAN, quedaría excluida la posibilidad de una intervención de Moscú sin desatar un enfrentamiento directo con Occidente.

La invasión a Ucrania siguió el modelo de los ataques de la URSS a Checoslovaquia y Afganistán, con un ataque aerotransportado a la capital con el objetivo de decapitar al gobierno y tomar la ciudad. Los paracaidistas rusos cayeron sobre Kiev como los soviéticos sobre Kabul en 1979, pero esta vez encontraron una fiera resistencia y no pudieron conquistar la ciudad y eliminar al presidente para reemplazarlo por un títere del Kremlin. Tras el fracaso de esta operación, Rusia retiró las tropas derrotadas y abandonó el cerco de Kiev, para asegurar el control de la región del Donbás. El ejército ruso está en la actualidad en condiciones de mayor debilidad que al comienzo de la guerra. No solo fue incapaz de tomar la capital, sino que aún no ha logrado estabilizar la situación en Mariupol, donde tropas ucranianas continúan con la resistencia en una gran desventaja numérica y de equipamiento.

Rusia no es en el siglo XXI la superpotencia que fue la URSS en el siglo XX. Aunque posee un importante poder bélico, solo una parte del material y equipamiento es sofisticada a la altura de Occidente. Si aspira a redoblar la apuesta, la única opción que tiene es sumar miles de soldados al frente de batalla. Muchos de ellos, con mínima experiencia y armamentos anticuados. En ese escenario, la guerra puede extenderse durante meses o años, donde el factor moral tendrá un peso especial. Y en ese sentido, Rusia tiene una desventaja: a diferencia de los ucranianos, los rusos no pelean por sus casas, sus familias, su estilo de vida y su propia identidad. Este es un gran factor en los conflictos de largo alcance, como dan testimonio las experiencias afgana y vietnamita.


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