Fetichistas y apocalípticos: falsas actitudes ante la tecnología (extracto del libro)
Idolatría y miedo son dos actitudes frecuentes en nuestra época frente al avance tecnológico. Ambas surgen de prejuicios antagónicos ante el espectacular progreso científico y sus infinitas aplicaciones.
Para algunos ese progreso acelerado es una suerte de pretexto a fin de no plantearse los desafíos concretos que es necesario asumir con el objeto de que efectivamente el extraordinario avance del conocimiento y su aplicación material se traduzcan en una elevación del nivel cultural y social del conjunto del género humano. Esos desafíos son ante todo de naturaleza política. Conciernen a las decisiones fundamentales que las naciones deben tomar para incorporarse a la corriente del desarrollo hoy afincada principalmente en los países altamente industrializados.
Cerrar los ojos y depositar ingenuamente la esperanza de que la ciencia y la técnica harán que como por arte de magia se solucionen todos los problemas que aun padecemos es una forma de alienación, aunque esté barnizada de apariencia progresista. Creemos que no basta con proyectar tendencias optimistas, profetizar mundos idílicos o practicar una suerte de futurología con apariencia científica para contribuir a iluminar la conciencia del porvenir y el camino que realmente conduce a él.
Por otra parte, como contrapartida de esta actitud nos encontramos con la posición de quienes niegan el avance tecnológico como instrumento de liberación humana de las tareas más difíciles y pesadas. El temor de que la tecnología deshumanice la cultura es una de las más frecuentes mistificaciones contemporáneas. Esta opinión ha sido expuesta por diversos intelectuales que dudan o se interrogan sobre si es legítimo y fundado el optimismo acerca de las perspectivas que se abren a la especie humana. De allí surgen oscuras advertencias sobre las amenazas reales que genera el dominio creciente de la naturaleza, tanto para la vida misma como para los valores y principios morales.
Albert Camus puede ser tomado como ejemplo de estas últimas actitudes. Decía el escritor francés en la inmediata posguerra: «El siglo XVII fue el de las matemáticas, el XVIII el de las ciencias físicas y el XIX el de la biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo. Se me dirá que el miedo no es una ciencia. Pero la ciencia tiene que haber intervenido de algún modo ya que sus progresos teóricos más recientes la han llevado hasta el punto de negarse a sí misma, al paso que su tecnología perfeccionada amenaza con destruir el mundo».
Fetichistas unos, apocalípticos otros, quienes adoptan dichas posiciones frente a este rasgo característico de la civilización contemporánea tienen en común la ignorancia respecto de qué es y, sobre todo, cómo se engendra el proceso tecnológico que en nuestros días adquiere una velocidad inusitada.
Más allá de su apariencia inocente, el fetichismo científico sirve de pantalla para ocultar los fenómenos estructurales de dominación de los que no está excluida la propia producción científica y tecnológica. La ciencia no vendrá a socorrernos si nosotros no tomamos las determinaciones que hagan necesaria su presencia y aplicación generalizada. Acceder a la condición de país desarrollado es, asimismo, la única forma de resolver los desafíos que nos plantea hoy agudamente el medio en que vivimos.
La actitud apocalíptica es, por contraste, una nueva forma de irracionalidad, paradójicamente surgida y difundida —como ideología— desde ambientes presuntamente formados y cultos.
Corresponde, pues, reclamar una postura madura —tal como predomina en las sociedades más avanzadas y. forma parte de la prédica de instituciones con autoridad moral como la Iglesia Católica— frente a las formidables conquistas que se están realizando en prácticamente todas las disciplinas del conocimiento. La ciencia y la tecnología son extraordinarias herramientas de las que dispone la humanidad. Su empleo y despliegue aplicados en gran escala no son, por supuesto, inocuos. Acarrea agravios al medio ambiente, modificaciones profundas del medio natural que plantean nuevos desafíos.
Piénsese en los daños que supone la contaminación del agua, del aire —producidos por desechos químicos, residuos de plomo, lluvia ácida, etcétera—; los efectos perniciosos sobre la población de ruidos vibraciones. los problemas que plantea el manejo y depósito de residuos radiactivos de las centrales nucleares; el agotamiento futuro de yacimientos de combustibles fósiles o de metales raros; o la desertización y pérdida de capa fértil por mal manejo de cultivos. Estos ejemplos, tomados entre los más conocidos, son problemas reales que enfrenta el género humano con manifestaciones comunes o diferentes a diversos países, según sea su grado de desenvolvimiento industrial, a los que deben sumarse los específicos del subdesarrollo como las poblaciones sumergidas. los asentamientos en bolsones urbanos carentes de servicios, el desempleo la degradación sanitaria y educacional, el hacinamiento, etcétera.
En todos estos casos hay una respuesta política que incluye para ser eficaz el uso de mejores y más modernas tecnologías en el contexto de una planificación del desarrollo que estipule decisivamente su incorporación.
Para decirlo sencillamente: los problemas que enfrenta la humanidad por efectos no deseados del desarrollo —también por la falta de— se corrigen mediante uso de nuevas y mejores tecnologías, cuya aplicación se generaliza cuando la decisión política que las promueve se toma en función de los intereses de cada país, atendiendo a las necesidades de su pueblo.
La respuesta es invariablemente el desarrollo. En el mundo de nuestros días no hay posibilidades de permanecer al margen de las corrientes dominantes en materia tecnológica y económica, so pena de acentuar el retroceso relativo que caracteriza al subdesarrollo, cuyas consecuencias negativas se harán sentir cada vez más. Se trata de corregir mediante acciones deliberadas el rezago creciente que provoca una estructura económica desintegrada y acoplada como apéndice sin capacidad de decisión a los centros de nivel mundial. Ello supone introducir conciencia en el proceso histórico: a partir de una concepción teórica capaz de determinar con precisión los obstáculos estructurales al desarrollo y diseñar el programa apto para modificarlos es posible aplicar la voluntad política necesaria para lograr ese cambio sustancial. Estas afirmaciones requieren una fundamentación histórica.
El desenvolvimiento de la ciencia y la técnica empezó de una manera rudimentaria, pero alcanzó su extraordinario ritmo actual en razón de condiciones económico-sociales que la evolución de las comunidades humanas hizo posibles. A ellas nos referiremos ahora.
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