Industria
Vista de una planta industrial. Pixabay

“En ninguno de nuestros países, ni en el resto del mundo subdesarrollado, se ha elaborado con mayor precisión y rigor científico una doctrina de dicha transición (la del subdesarrollo al desarrollo), como en la Argentina. Doctrina que ha sido formulada y difundida por el Movimiento que dirigen Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Esta amplia teoría del tránsito hacia el desarrollo se fija las mismas metas que son comunes en la doctrina económica del crecimiento y que se resumen en un solo concepto: industrialización” (1) industria nacional

Isidro J. Odena

Industria
Vista de una planta industrial. Pixabay

Inevitablemente, al hablar de desarrollismo hablamos de industrialización. No en vano, la profecía frondizista  auguraba que el desarrollo integral de nuestra industria  nos haría superar el subdesarrollo y la dependencia.   

Aun así, lo primero a tener en cuenta es que la industrialización es un medio y no un fin en sí mismo. Su imperiosa concreción no se sustenta de argumentos “sui generis” sino que es el resultado del análisis de los procesos históricos en el devenir de las grandes naciones del orbe, una de las herramientas fundamentales del método desarrollista. En palabras del propio Arturo Frondizi “la Argentina posee todo lo necesario para ser un país grande y próspero, que asegure a su pueblo un muy alto nivel de vida. Podemos alcanzar lo que lograron Estados Unidos y Canadá con recursos naturales como los nuestros y lo que Gran Bretaña, Suiza o Japón, con menos territorio y menos recursos naturales que nosotros, supieron también lograr. Es fundamental tener presente la realidad histórica. Esa realidad nos dice que el proceso de la transformación económica, técnica y social conocida bajo el nombre de “revolución industrial”, no ha concluido” (2). Porque ese es el fin del desarrollismo,  seguir la traza de esas grandes naciones, ser también una Nación en pleno sentido y uso de las potencialidades económicas, culturales y espirituales que nos caben. Y precisamente la industrialización el instrumento que han utilizado aquellas para alcanzar dicho anhelado nivel de desarrollo y bienestar. ¿Por qué entonces no imitarlas? Ya es evidente que  la “no industrialización” es la dependencia de los commodities, es la condena al subdesarrollo. Vivir solamente del campo no es una alternativa viable pues, ya no caben dudas, además de hacernos depender totalmente de la coyuntura externa, “el sector primario no puede dar trabajo a todos los argentinos” (3).

Consecuentemente evidenciaré las falacias más utilizadas en contra de la industrialización, demostrando a la vez lo imperioso de  forjar una estructura productiva capaz de generar mejores condiciones para el perfeccionamiento espiritual y material de los argentinos de una manera sostenida. Por último, esbozaré en qué condiciones tiene sentido llevar adelante el postergado proceso industrializador.

ALGUNAS FALACIAS SOBRE LA INDUSTRIA NACIONAL

Falacia N°1: La antinomia campo e industria

El argumento liberal que se ha impuesto en la historia económica y política de nuestro país es que la industria es un desperdicio, que no somos buenos para eso, y que, en cambio, debemos enfocarnos en nuestra producción agropecuaria, dadas nuestras ventajas comparativas. Lo justifican incluso con la más perniciosa antinomia que existió en la historia de nuestro país: el falaz antagonismo entre campo e industria ( sí, sin duda, más que unitarios y federales, que peronistas y antiperonistas, que bilardistas y menottistas y tantas otras). Sus impulsores, pretenden negar que el país más desarrollado del mundo, Estados Unidos, es aquel que ha sabido potenciar e integrar sus grandes condiciones para la producción agropecuaria con el desarrollo industrial. Frondizi lo vio y proclamó “los grandes exportadores agropecuarios son hoy aquellos países que, al mismo tiempo, son los grandes productores industriales del mundo. Tales naciones son las que han alcanzado los más elevados niveles de industrialización (Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, en primer término). No hay, pues, antinomia alguna entre campo e industria. Nuestro futuro desarrollo agropecuario exige un mercado interno expansivo, con gran poder adquisitivo, capaz de pagar altos precios por bienes de origen agropecuarios; esto sólo puede generarse a partir de la industrialización. La misma industrialización permitirá dar al agro el necesario respaldo de insumos y tecnología que multiplique su productividad”(3). No fueron solo palabras. En su gobierno, y dentro del marco  de su programa de desarrollo, el sector agropecuario fue protagonista de un proceso de tecnificación y  rentabilidad basado en inversiones y beneficios fiscales sin antecedentes en nuestro país.

Falacia N°2: El país ya fracasó en industrializarse

La falacia no es que la industrialización fracasó, sino que nunca se intentó real y seriamente. Sólo durante el gobierno del Dr. Frondizi existió la convicción, la intención y la acción de un programa estratégico. Fue aquél el único proceso que priorizó la industrialización, diseñándola en base al ritmo y prioridades necesarias para las inversiones. En tan solo cuatro años, jaqueado por todos los frentes, impulsó modificaciones profundas en la estructura productiva que lamentablemente quedaron inconclusas. Hubo otros procesos de industrialización “por sustitución de importaciones”, pero carecieron de convicción, estrategia y visión. Esta sola experiencia contra décadas de liberalismo y populismo que negaron la industrialización o la hicieron a medias tintas y subordinada a necesidades populistas. Y, aun así, su impacto y legado perdura en el tiempo. Es historia conocida que desde 1976 hasta nuestros días operó un importante retroceso en la industrialización y un retorno hacia un modelo agroexportador fuertemente importador de bienes industriales. De más está decir que en la última década no hubo un proceso de industrialización de la magnitud y seriedad que requiere nuestra situación. Se trató de una recuperación de la capacidad ociosa instalada antes de la crisis del 2001, junto con algunos programas industriales aislados sin impacto estructural. El hecho de que el  modelo pseudo industrial kirchnerista será recordado fundamentalmente por los celulares ensamblados en Tierra del Fuego, lo dice todo. Que quede claro, entonces, que la industria que tenemos es la que supimos conseguir, aún con tantos impedimentos y obstáculos. Un proceso de industrialización sistémico y estratégico continúa aún pendiente desde 1962.

Falacia N°3: Argentina “no es buena” para la producción industrial (anti proteccionismo)

El argumento de que no somos buenos para producir productos industriales pudo haberse aplicado a todos los países que ahora lo son. Nadie nació sabiendo producir circuitos y microchips. Incuestionablemente, esa competitividad se fue forjando con el tiempo y con el empleo de  estudiadas medidas de protección. Suene lindo o no, el proteccionismo en torno a industrias estratégicamente seleccionadas  es un eje programático fundamental: “Para desarrollar la economía no es indiferente fabricar caramelos o acero. Además, hay que decir que, si la industria tiene que estar protegida de la competencia externa, desde el punto de vista interno debe haber libertad de empresa y se debe asegurar el funcionamiento de la competencia, evitando el intervencionismo del gobierno, las trabas burocráticas y la acción de los monopolios estatales o privados, pues la empresa privada eficiente, es rentable”(3).  El proteccionismo no es bueno o malo en sí mismo sino en relación al uso y al enfoque sistémico que se le da al mismo, ya que tiene inmensas repercusiones e impactos que también hay que prever. Pero, por sobre todo, es una herramienta para fomentar y potenciar la producción nacional. Para saber si un sistema es o no proteccionista, conviene ver los hechos, más allá de las declaraciones. En un sistema proteccionista se debe alentarla formación de capital y su consecuente inversión reproductiva. Mal se puede decir que un sistema es proteccionista si desestimula la producción” (3).

Ahora bien, es cierto que la competencia con países con mano de obra barata desajusta totalmente la cuestión y no hay proteccionismo que aguante, pues no tiene sentido competir con ellos. Aun así. no debemos olvidarnos que detrás de la lógica económica está la lógica primaria de la política como medio para mejorar la vida a los ciudadanos. Ese es el sentido de las fábricas textiles, por ejemplo, donde ciertamente no somos los más competitivos, pero el eje de su existencia es que en base a ellas trabajan y viven con dignidad miles de familias que de otra manera no tendrían como ganarse su sustento. También vale esto para las automotrices, donde, además, sí somos competitivos. Si cerramos estas fábricas ya instaladas ¿qué les ofrecemos a todos sus trabajadores?, ¿a qué se van a dedicar? No estoy justificando el ensamblado o las maquilas, que son característicos de los enclaves económicos, sino la producción industrial genuina ya instalada y, sobre todo, promotora de empleo. En este sentido, el fomento de las pymes es fundamental más allá de su poca competitividad inicial.

Falacia N°4: La industria de base ya es algo obsoleto

Otro argumento apunta que la industrialización requerida para el siglo XXI es muy distinta a la del siglo XX. Efectivamente, el mundo cambió y evolucionaron los procesos productivos. Pero lo que no cambió fue la estructura productiva argentina. Y por más que queramos saltar etapas y concentrarnos en las industrias de punta, esto no es viable sin antes haber resuelto la cuestión de la industria pesada. “Comparadas hoy, siderurgia y electrónica parecen pertenecer a dos etapas distintas de la civilización. Sin embargo, una precede a la otra y sirve de fundamento a la aceleración que hoy vemos desplegarse ante nuestros ojos” (4). Se requerirá otros sistemas, otros procesos, otro tipo de infraestructuras, pero el sustento de la industria base debe concretarse. No será tan prioritario como era en aquél entonces, pero es un eslabón inevitable del proceso industrial que no podemos saltearnos para tener a largo plazo esa competitividad.  “Se ha propuesto desde algunos foros internacionales que nuestros países salteen el desarrollo industrial básico y se apliquen a estas modernísimas tecnologías. Esta podría, quizás, ser la meta de un enclave orientado a la exportación. Una economía nacional, en cambio, necesita generar empleo, salarios, bienes de consumo e infraestructura material y cultural para, en nuestro caso, treinta millones de compatriotas y tres millones de kilómetros cuadrados. Tal objetivo no puede prescindir de una industrialización integrada desde las industrias básicas” (4).

Falacia N°5: Industria ya no es desarrollo

Un argumento interesante es que hay países con alto nivel de industrialización que no son desarrollados.  Azerbaiyán, Gabón, Angola, Trinidad y Tobago, Argelia, Turkmenistán, Indonesia y Mauritania son países en los que las manufacturas de origen industrial representan entre el 46% y el 63% de su PIB, sin embargo sus habitantes no gozan del anhelado bienestar que, y es la base de nuestro argumento, la industrialización garantizaría. En cambio, Estados Unidos, que es el país con mayor PIB, el aporte industrial apenas supera el 20 por ciento y en Japón significa el 26 por ciento. Pero, ¡alto!. ¿Esto significa que no son industriales? No, para nada. La industria sigue siendo el pilar de sus economías, pero se trata de industrias integradas, competitivas y de alto nivel tecnológico. El punto es que, además, producen bienes no industriales y muchos servicios. Es decir, su economía es diversificada. Pero eso no implica que no sea industrial. Se puede decir que, de alguna manera, los países más desarrollados son los que tienen las industrias más complejas y han transferido a los países de ingresos más bajos la industria convencional, no muy exigente en tecnología, como la textil, la del calzado y la fabricación de muebles, que exportan a todo el mundo. Aun así, también está el caso de Alemania donde la producción industrial genera aproximadamente el 40% del PIB, destacándose decenas de miles de pymes industriales que representan más de 25 millones de trabajadores.

Falacia N°6: No vale la pena el Mercado Interno

Se argumenta, también, que no tiene sentido desarrollar una industria orientada al mercado interno, ya que será siempre de baja calidad y con poca competitividad. Esto ocurre bajo el auspicio del populismo cuando el objetivo es simplemente generar puestos de trabajo y mayor consumo en el corto plazo. Ahora bien, dentro  el enfoque desarrollista, el mercado interno es como la incubadora de las industrias, preparándolas para su competitividad en el mundo globalizado. A tal punto que para Frondizi “el factor dinámico por excelencia de nuestra economía debe ser nuestro mercado interno. Es el único modo de exportar productos industriales a costos variables, a partir que el mercado interno cubra los costos fijos” (3).  Es clave considerar además que hoy el mercado interno, al no tener barreras arancelarias, es el Mercosur con sus 300 millones de habitantes. Además, generar un mercado interno (o ampliado al Mercosur) fuerte es un elemento clave para el propósito ulterior de ser Nación, ya que brinda mayor estabilidad e independencia del ciclo de la economía global y  significa un mayor nivel de vida de la población.

Falacia N°7: Mejor servicios y no industria

Los detractores de la industria, aquellos que la ven más como un estorbo que como el motor del desarrollo, argumentan que su era ya pasó y que las economías modernas están dominadas por los servicios. Los servicios son, sin duda, un elemento clave hoy día en las economías nacionales. Mucho más que en la época de Frondizi. Pero entendamos que el auge de las empresas de servicios se justifica en virtud de su correlación con la producción tangible, ya que, de alguna manera, son estas  empresas industriales las que terciarizan  actividades administrativas, financieras  y todo tipo de consultoría y soporte. Generar una economía basada en los servicios, sin ese sustento productivo es algo suicida que solo pudimos haber hecho los argentinos en la década del 90. En ese entonces, de las 10 empresas privadas de mayor tamaño, únicamente Siderar pertenecía al sector industrial y ocupaba el noveno lugar en el ranking entre los 1000 empleadores privados más grandes. El número de ocupados en empresas de servicios duplicaba el de quienes trabajaban en firmas industriales.  Pero el sustento de todo ese esquema no era una estructura productiva solida ni capaz de generar riqueza tangible, sino el artilugio de la convertibilidad llevado más allá de lo aconsejable. No es necesario aclarar como terminamos. Entonces, servicios sí, pero como complemento de actividades productivas como el campo y la industria.

Falacia N°8: Sólo debe importarnos la agroindustria

En la agroindustria encontramos amalgamados la alta competitiva de la producción agropecuaria argentina con la necesidad imperiosa de industrialización. Ya decía Frondizi que ”Nuestras exportaciones deben contener mayor valor agregado. No debemos exportar trigo sino harina o productos manufacturados. No hay que exportar semillas oleaginosas sino aceites. Con un mercado interno que las respalde y un tipo de cambio adecuado, nuestras exportaciones industriales pueden crecer aceleradamente” (3). Aun aceptando que la agroindustria puede ser un factor clave para nuestro desarrollo, vale a bien preguntarnos: ¿alcanza con eso? Es decir, ¿con ella le daríamos trabajo, bienestar (económico, salud, educación, etc.) y perfeccionamiento a todos los habitantes y regiones? La experiencia histórica demuestra que no. Qué es un eje industrial, quizás el más obvio y fácil para empezar, de los varios que hay que desarrollar, pero no el único. Los países desarrollados que tienen un alto nivel de agroindustria (como, por ejemplo, Estados Unidos, Canadá, Países Bajos) tienen además otros ejes industriales de alto desarrollo tecnológico.

ESBOZO DE LOS DESAFÍOS Y OPORTUNIDADES PARA LA INDUSTRIA NACIONAL

Lo primero que debemos preguntarnos es cuáles son los requisitos básicos para llevar adelante un proceso de industrialización. Para Rogelio Frigerio (5) los factores favorables para el concurso de la industria son:

  1. Mercado local en ascenso;
  2. Efectiva protección contra la competencia extranjera
  3. Maquinarias a precios económicos ;
  4. Financiación ;
  5. Materias primas y condiciones técnicas (capital humano);
  6. Seguridad jurídica y efectiva protección que no dependa del capricho de un funcionario, ni del cambio intempestivo de disposiciones administrativas, régimen impositivo, aduanero y cambiario.

Notése como aún con un contexto tan diverso al de 1958, con otras necesidades y prioridades, en la vigencia y sensatez de la doctrina se ve claramente su función de método, o receta, para el desarrollo.

Expuestas las falacias contra la industrialización y determinados cuales son los requisitos básicos para su concreción debemos ahora definir cuáles serían las prioridades yen qué rubros debemos especializarnos. Este es, sin duda, el gran interrogante desarrollista del siglo XXI, siendo un objetivo que amerita realizar profundas investigaciones al respecto. Aquí solo esbozaré la idea general que creo debe orientar la industrialización hoy día. A fines de los ’50, las prioridades eran la siderúrgica, la petroquímica y las industrias de base.  Hoy,  para poder realizar un proceso industrial de punta, sigue siendo necesario desarrollar las industrias básicas que les den sustento: por un lado, insumos industriales que nos permitan evitar que aparezcan nuevos problemas de balance de pagos, por otro los recursos humanos apropiados, y, por supuesto, las inversiones para concretarlo. Consecuentemente,  tanto la industria pesada (adaptada y relativa al siglo XXI), la reforma educativa y atraer inversiones (de los argentinos, complementados con inversiones foráneas),  son los primeros pasos. Lo estratégico del programa tiene que ver con desarrollar polos industriales a lo largo de todo el país, seleccionado por criterios como materias primas disponibles, costes de producción, infraestructura disponible y necesaria, demanda de los mercados , potencialidad de especialización, mano de obra disponible, posibilidades de formar clústeres productivos, etc.  Industrias como la farmacéutica, el turismo y  la del software son ejemplos de dos ramas de alto valor agregando donde Argentina puede tiene un gran potencial para su desarrollo.  Por supuesto, las economías regionales son clave para una integración profunda y real de toda la estructura productiva argentina. Otro eje son las pymes que no sólo son las mayores generadoras de empleo sino que, sin obstáculos gubernamentales, son fundamento de la innovación y la creatividad, dos elementos claves para redefinir la industrialización en el siglo XXI, donde el diseño es el valor agregado por excelencia.

SER MÁS NACIÓN

La industrialización no es un capricho, ni mucho menos un resabio ideológico. Es una necesidad, una herramienta para construir un país que pueda garantizar, a largo plazo y de manera sustentable, el bienestar, la dignidad y la realización de sus habitantes. Sin industria no hay Nación, hay enclave. El asunto trata entonces de planear y lograr una industria competitiva y diversificada. La competitividad es el factor clave en el mundo globalizado donde ni siquiera se puede plantear cerrarse al mercado. Ahora bien, la evidencia histórica y comparada pone de relieve que el proteccionismo es la manera de lograrla, al menos en instancias iniciales. Luego es donde entra en juego la educación, mediante la innovación tecnológica, pues “para sustentar los cambios de la estructura productiva, tal como lo proclamó Carlos Pellegriní, el país necesita incentivar la enseñanza técnica en todas sus formas”(3). Diversificar significa “no poner todos los huevos en una canasta”.  Pero no sólo la industria ha de ser diversificada, sino el mismo PIB, dándole relevancia también a los servicios e incluso a los commodities, como el caso de nuestro enorme potencial minero. Esta es la visión de una gran Nación, integrada, diversificada y en pleno uso de su potencial. Frondizi lo expresó así: “Nuestra economía debe estar integrada verticalmente, desde la industria pesada a la liviana. De la energía y la minería al agro moderno. Servida por una adecuada infraestructura de comunicaciones y transportes.”(3)

¿Qué es entonces la industrialización para el desarrollismo? Un instrumento, un elemento clave en ese rompecabezas inconcluso que al armarse nos definirá como la gran Nación Argentina que tanto anhelamos. Ni más ni menos.

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(1) Isidro Ódena, "Entrevista con el mundo en transición", 2da edición, 1976-

(2) Arturo Frondizi, “Industria argentina y desarrollo nacional”, Ediciones Qué, 1957, pp. 19-23.

(3)Arturo Frondizi, "Carlos Pellegrini Industrialista", Editorial Jockey Club, 1987.

(4) Rogelio Frigrio, “Ciencia, tecnología y futuro”, Editorial Sielp, 2da edición, 1990-

(5) Rogelio Frigerio, "Las Condiciones de la Victoria", Buenos Aires,1959.

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