Asumir la historia tal como es constituye una obligación para la ciencia y la política. Las buenas y malas decisiones concurrieron a conformar la nación que somos; y proponer los cambios que conduzcan a afirmarla está muy lejos de negarla. No obstante, interesa estudiar las actitudes que fueron asumidas entonces. Estos cambios trascendentes que se registraron en el mundo de entonces plantean interrogantes sobre la Argentina. ¿Por qué no los incorporó? ¿Por qué se insertó, en el siglo XIX, en la economía mundial como proveedora de carnes y granos en el sistema de la división internacional del trabajo (modelo agroimportador)? ¿Y por qué no emprendió, pese a poseer recursos naturales e instituciones políticas semejantes, el camino proteccionista e industrialista emprendido por Estados Unidos a fines del siglo XVIII?
No es fácil dar una explicación unilateral. Puede, sí, incluirse entre las causas de la diversidad de los caminos seguidos por Estados Unidos y la Argentina el hecho de que hayamos tenido distinto colonizador. Pero no porque España trajera el feudalismo e Inglaterra el capitalismo. La diferencia está en la respuesta que las clases dirigentes de una y otra nación dieron al problema en la misma época.
Para romper la opresión del monopolio español Belgrano y Moreno propusieron el camino lógico que implicaba vincularse. a Inglaterra; era el camino más directo para la liberación de las fuerzas productivas y la consolidación de la Nación. En el norte, esa opción no existía y la ruptura de la opresión colonial implicaba el abroquelamiento y la protección de las propias actividades económicas. Eso explica y justifica la implantación aquí de una economía de base ganadera en la forma en que se lo hizo, con todas las implicaciones que se derivaron de ese proceso inicialmente necesario. Lo que no se explica ni justifica es la actitud posterior de nuestros núcleos dirigentes, que ahogaron las presiones por emerger de las industrias del interior del país, y de la Capital Federal, y que lo hicieron pese a que el debate librecambismo-proteccionismo pudo plantearse, pese a que hubo voceros del proteccionismo que advirtieron sobre los riesgos y pese a que la importancia alcanzada por la Argentina en el siglo XIX le daba libertad y opciones para seguir el camino industrialista.
En 1850 se cierra una etapa impulsada por la ganadería. En la década del 80, con la expansión de la frontera agropecuaria (la gran obra del general Julio Argentino Roca), con la expansión de las comunicaciones, con el auge de la inmigración y con la plena inserción de ia economía argentina en la división internacional del trabajo, se volvería a manifestar un nuevo dinamismo que colocaría al país, en la época del Centenario, entre las primeras naciones del mundo. Ya veremos los aspectos del 80, cómo por un lado se integra la geografía nacional y se consolida el Estado nacional y cómo por otro lado se conforma una estructura dependiente que nos ataría al subdesarrollo.
Y veremos los diferentes resultados con relación a Estados Unidos, que siguió el camino proteccionista. La Argentina alcanzaría un gran esplendor en el Centenario, pero sobre frágiles cimientos. Y de esa diferencia surgiría en un caso el salto a la condición de superpotencia y en el otro una progresiva declinación nacional. En sólo ocho años ( 1907/14) Estados Unidos agregó a su capacidad de fundición el equivalente del total que por entonces poseía Inglaterra ( 10 millones de toneladas), comenzó a explotar las minas de carbón con una capacidad equivalente a la que tenía Alemania en 1913 y construyó ferrocarriles (sólo en ese período), por una extensión equivalente a la que posee la Argentina
La etapa del lanar y el alambrado
Entre las décadas del 50 v el 80 la economía está dominada por el auge lanar. En 1840 nuestras exportaciones de lana fueron de sólo 1609 toneladas; en 1850 pasaron a 7681; en 1855 a 12.454 y en 1865 estaban en 54. 907. A comienzos de la década del 50 la exportación de productos ovinos era la cuarta parte de la correspondiente a la de vacunos, al comenzar la década del 70; el 60 3 de nuestras exportaciones eran de origen ovino. Según puede leerse en los Anales de la Sociedad Rural Argentina, en el decenio 1853/1863 el aumento de los precios de los vacunos fue del 80 % en tanto que el de los ovinos fue del 700%.
Este cambio se explica, básicamente por modificaciones de la demanda externa: transformaciones de la industria textil europea, que incrementan la demandad e lanas de fibra larga; compras de lana de Estados Unidos y declinación total de la venta de tasajo sin que se encuentre solución para el transporte de carne fresca. Asimismo se produce un cambio importante en la estancia argentina con la aparición del alambrado. A partir de allí se difunda haciendo más racional la producción, ahorrando peones y haciendo desaparecer al gaucho nómada y no sujeto a la producción. Esta innovación técnica convenía a la ganadería lanar, que en ese estado requería mayor intensidad de mano de obra que la vacuna.
La agricultura también se desenvolvió lentamente en el período. Las montoneras eran el principal obstáculo. A fines de la década del 50 se instalan colonias de agricultores en Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, con lo que aparece una producción de cierta importancia: Pero la primera exportación, hecho reconocidamente simbólico, se realizará durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. Sólo el ´80 nos hará «granero del mundo».
El frigorífico y la agricultura
Comencemos por la influencia de la industria frigorífica, de la que ya algo hemos hablado Por de pronto, volvió a cambiar la producción ganadera. Así como la economía lanar se sobrepuso a la vacuna por la limitación de ésta en el aprovechamiento de la carne, también la lana tenía esa limitación. Y es la posibilidad de enviar carne congelada la que rompe esa barrera, a la que se complementa con avances en la calidad de la carne por la incorporación de nuevas razas.
La agricultura continuó el despegue ya señalado. La evolución puede verse en la composición de las exportaciones de productos agrícolas y ganaderos:
La Argentina iba adquiriendo así su perfil de exportadora de carne y granos e importadora de manufacturas. Y la agricultura no habría podido desarrollarse sin el ferrocarril, y a su vez éste asumió la conformación que le dictaba el esquema agroimportador. En 1880 temamos 2516 km de vías férreas, que pasaron a ser 9397 en 1890 y 16.500 en 1900.
El ferrocarril, como la industria frigorífica y otras actividades vinculadas al esquema descripto determinaron un masivo ingreso de capitales extranjeros, fundamentalmente procedentes de Inglaterra. En la década del 80 las inversiones fueron masivas, y no sólo en los ferrocarriles; según Ferns, en 1889 se registró un pico: entre el 40 y el 50 % de las inversiones realizadas por Gran Bretaña en el exterior fueron absorbidas por la Argentina.
El ferrocarril
La idea originaria respecto del trazado ele la red ferroviaria era hacer dos abanicos: con vértice en Rosario uno y el otro en Buenos Aires. La primera ciudad era considerada como sede del puerto agrícola y la segunda como sede del puerto ganadero. Ese esquema inicial se modificó, como todos sabemos. Asimismo, el Estado construyó ferrocarriles para intercomunicar las capitales de provincia y proliferaron las empresas provinciales, también orientadas a esa intercomunicación desvinculada del esquema económico agroimportador. Pero en 1886 el Estado abandonó esa participación, y necesidades de la estructura agroimportadora determinaron el rumbo que se siguió. Era lógico sostener que esas inversiones, en cuanto eran rentables, debía hacerlas el sector privado; pero, como éste las haría por inducción ele la actividad productiva existente, se abandonaron los trazados de intercomunicación y se formó el abanico con vértice en Buenos Aires. La construcción del puerto de Buenos Aires completaría esa infraestructura de transportes
La inmigración
La expansión del capitalismo, aunque limitada por la estructura agroimportadora, necesitaba brazos. Es en esta época, intensificándose después de 1880, cuando se desenvuelve el proceso inmigratorio que alcanzaría un pico más alto en la primera década del siglo xx. Las actividades agrícolas, un poco después el frigorífico, así como el comercio, los servicios y pequeñas manufacturas vinculadas al esquema agroimportador necesitaban de esa corriente poblacional. Y la conformaron. Hubo un aumento importante de la población global y una mayor concentración en Buenos Aires y el litoral. La inmigración, entre 1857 y 1914, aportaría 3.300.000 habitantes. El 90 % de ellos se radicó en la zona pampeana y de éstos el 75 % en las zonas urbanas. El foco de atracción era la estructura agroimportadora.
La Conquista del Desierto
Un tema de esta época que merece ser destacado, como se dijo, es el de la Conquista del Desierto, sin duda uno de los hechos más trascendentes desde el punto de vista nacional Esa trascendente obra de Roca además de que incorporó a la explotación agraria 15.000 leguas de tierra, implicó la ocupación efectiva del territorio nacional, afianzó nuestra soberanía en la Patagonia y creó condiciones de seguridad que antes no existían para las actividades productivas y para todo el desenvolvimiento de la condición nacional.
El tema de la soberanía argentina en la Patagonia era decisivo cuando en esa época Chile terminaba la guerra del Pacífico, y sin una ocupación efectiva nuestro país habría tenido serias dificultades frente a las pretensiones chilenas; sobre ese apoyo matenal de la ocupacion, años más tarde, como presidente, Roca pudo firmar un tratado con Chile en el cual la posición argentina estaba respaldada no sólo por el derecho sino por los hechos que para el orden jurídico internacional resultan decisivos.
Hay allí una concepción militar y política que concibe el territorio como la apoyatura material de una nación; a diferencia del criterio de la conquista, está la idea de la nación como tutora del progreso y hay una ubicación correcta y nacional del problema de la Patagonia. Sumamente actual, pues esa ocupación de la Patagonia debe ser completada promoviendo la explotación de sus riquezas e integrándola económicamente a la Nación.
Roca en perspectiva
Esa concepción nacional de Roca fue completada, en su larga vida política, con el afianzamiento de la Nación en el interior del país desde un punto de vista político. Los vínculos de Buenos Aires con las provincias anudados por este provinciano que gobernó al país completaron un proceso sólo formalmente resuelto con el acuerdo entre Buenos Aires y la Confederación. Ese es el legado nacional de este prócer (Roca), sobre el cual nunca será suficiente el reconocimiento de los argentinos.
Por cierto que la otra cara de la moneda de la política roquista fue el libre cambio. Bajo su influencia, la política trazada por Mitre, Sarmiento y Avellaneda adquirió un dinamismo que antes no tenía, pero el signo de su inserción en el sistema de la división internacional del trabajo fue el mismo. Roca era un hombre de pensamiento nacional, sin embargo no comprendió cuál debía ser la base económica de la Nación. Basta citar un párrafo de su mensaje al Congreso en 1899: »El país debe esforzarse en mejorar en cantidad, calidad y precio la producción que tiene fácil acceso a los mercados extranjeros, absteniéndose de proteger industrias efímeras de irremediable inferioridad, con menoscabo de nuestras grandes y verdaderas industrias -la ganadería y la agricultura-, tan susceptibles todavía de adquirir un inmenso desenvolvimiento». De allí que el análisis de la generación del 80, en la que Roca fue figura clave, no pueda simplificárselo como suele hacerse; así como no puede considerarse como homogéneo el pensamiento de los hombres de esa generación.
De allí que merezca también un tratamiento especíal el debate librecambismo-proteccionismo. Ya la Nación estaba afianzada en su territorio y en sus instituciones políticas y ya no había que romper el monopolio de la metrópoli española. Había ya condiciones para que arraigara una política proteccionista como la que originó la impetuosa expansión de las ex colonias inglesas de América del Norte. Hubo aquí quienes lo comprendieron y quienes no.
El proteccionismo. López, Pellegrini, Hernández y otros
En 1855 la legislatura bonaerense recibió un petitorio en favor de la protección aduanera, pero ni siquiera lo trató. En 1855 se fundó un Club de Artesanos, para sostener el mismo pedido, pero sus dirigentes fueron perseguidos y en algunos casos hasta golpeados para que desistiesen de sus proyectos. La crisis ganadera de 1866 rompió algunos esquemas y hubo quienes comenzaron a pensar en la industria. Así se fue formando un grupo industrialista que, si bien no logró imponerse, dejó su huella en esta etapa y dejó un testimonio del curso que pudieron haber tomado los acontecimientos.
Vicente Fidel López fue uno de los principales dirigentes de ese grupo, sostuvo la tesis proteccionista en la cátedra universitaria, en el periodismo y en la banca parlamentaria. En 1873 presentó un proyecto de ley y al fundamentarlo expuso con bastante resonancia sus ideas. Sería el prólogo del famoso debate sobre el proteccionismo que tendría lugar en 1875. Acompañaban a López el joven Carlos Pellegrini, Dardo Rocha y Miguel Cané. Luego, Pellegrini sería el expositor más sistemático del proteccionismo, aunque su paso por el gobierno, en medio de la incontrastable influencia de Roca, no implicó un cambio de la política básica del 80; y sería muy interesante la prédica de los hermanos José y Rafael Hernández
En 1873 decía López: «Hasta ahora ha sido principio absoluto entre nosotros el de la libertad del comercio exterior, sin que esa libertad absoluta haya producido en la campaña o en las provincias apartadas ningún género de ventajas, sino más bien una degeneración completa de nuestras fuerzas productivas y del adelanto social». Encomiaba el proteccionismo y advertía sobre el propósito del librecambismo sostenido desde Inglaterra. «El libre cambio -decía- no es más que una teoría propia de los países que producen materias elaboradas», y explicaba que al promoverlo persigue que los países productores de «materia prima» nunca «fabriquen o manufacturen» las que ellos producen. Defendía el papel de la producción manufacturera diciendo: «estamos haciendo en el mundo el papel de los pueblos bárbaros de la época», y agregaba que son civilizados aquellos que a los bienes «con la inteligencia y con los trabajos del espíritu les dan el verdadero valor de cambio como objetos de la industria». Criticaba la decadencia de nuestras producciones y recordaba una experiencia propia de 1840: «Residía yo entonces en Córdoba y lleno de gusto al ver los tejidos de lana que allí se hacían me he vestido perfectamente bien y hasta con elegancia con las telas que mandaba · hacer a mi gusto. . . Estoy informado que hoy ya no se puede hacer esto». Y contraponía el caso norteamericano relatando que «cuando Franklin se presentaba en las. más lujosas cortes de Europa vestido de paño burdo tenía el mayor orgullo en decir: ‘es fabricado en mi país y todos los americanos nos vestimos con él’.»
En el debate de 1875 las ideas librecambistas son defendidas por el ministro de Hacienda, Norberto de la Riestra. A ellas se opone López y hace sus primeras armas Pellegrini. Los proteccionistas apoyados en esa época por los representantes de la ganadería ovina y el naciente Club Industrial (después daría origen a la Unión Industrial Argentina.) logran imponerse. Allí el proyecto del Poder Ejecutivo sobre importación y exportación proponía un aumento del 5 % en las mercaderías importadas y una rebaja del 3 % en las de exportación.
Los proteccionistas obtienen un arancel general para la importación del 20 %, gue en algunos rubros ascendía al 40 % . Sería la única y última victoria de ese grupo en esta época embriagada por el librecambismo que exportaba Inglaterra. Interesa también destacar la posición sustentada por Pellegrini, tanto en ese debate como en documentos políticos y en actuaciones parlamentarias posteriores. Pellegrini conocía de cerca la experiencia norteamericana, porgue había visitado ese país, y expuso aquí sus ideas cuantas veces pudo. En el mismo debate de 1875 lanzó su crítica al trasplante ideológico librecambista: «Los que han defendido ciegamente teorías sostenidas en otras partes no se han apercibido que apoyaban intereses contrarios a los propios. Cuando esta cuestión se debatía en el Parlamento inglés, uno de los más ilustrados defensores del librecambio decía que él quería, sosteniendo su doctrina, ‘hacer de Inglaterra la fábrica del mundo y de la América la granja de Inglaterra’; y decía una gran verdad, que en parte se ha realizado, porgue en efecto nosotros somos y seremos por mucho tiempo, si no ponemos remedio al mal, la granja de las grandes naciones manufactureras.»
Contestaba también, en 1902, en una carta, al argumento librecambista de las industrias artificiales (efímeras, había dicho Roca), que desafortunadamente ahora en las últimas décadas del siglo xx volvemos a oír en la Argentina, y decía: «¿Cuáles son industrias artificiales y cuáles son industrias naturales? Se verían sin duda en un serio aprieto para determinarlas. Algunos entienden por industrias naturales aquellas en las que el elemento principal de la producción es la naturaleza y en las que el trabajo del hombre· es sólo factor secundario, y comprenden, principalmente, la agricultura y la ganadería. Son indudablemente, las dos industrias fundamentales, las mamás que dan alimento a toda nación joven. Pero el período ele lactancia de una nación no puede durar indefinidamente y la agricultura y la ganadería no pueden bastar para el desarrollo económico de un pueblo que desea alcanzar una posición expectable».
No es evidente que Pellegrini hubiese conocido a fondo la teoría económica en cuanto a que el valor de los bienes está determinado por el trabajo humano que tienen incorporado, pero ese párrafo se hace eco de la teoría del valor, seguramente tomada de Adam Smith y David Ricardo, y también la recoge otro de su intervención en el debate de. 1875, más preciso que la alusión de López al «trabajo del espíritu»; allí Pellegrini decía: «Es necesario economizar hasta donde nos sea posible el valor en trabajo que hoy pagamos al extranjero, porque esa economía aumenta en otro tanto nuestra riqueza».
Esto no podía entenderlo el ‘internacionalismo» de Juan B. Justo, como veremos más adelante. Justo, un defensor ele los obreros, como también veremos, no vio la ventaja del proteccionismo para éstos. Pellegrini, observando la situación norteamericana en 1902, decía: «Las altas tarifas son las que han permitido elevar los salarios del obrero americano a un tipo superior al de todo otro obrero en el mundo».
Y para completar la visión nacional del planteo de Pellegrini, vale la pena citar un párrafo en el cual relaciona el agro con la industria. Es un criterio que conviene recordar hoy cuando se defiende entre nosotros la óptica estrecha de las agroindustrias. Decía Pellegrini en 1902: «No hay hoy ni puede haber gran nación si no se es nación industrial, que sepa transformar la inteligencia y la actividad de su población en valores y riquezas por medio de las artes mecánicas».
En todos estos años, Pellegríni expuso esas ideas, aun cuando no las impuso. En el ejercicio de la presidencia (completó el mandato de Miguel Juárez Celman) estaba condicionado por la influencia de Roca; y si bien elevó los aranceles al dejar el cargo, la reforma monetaria de 1899 «borró» el avance proteccionista.
Hubo otros exponentes del pensamiento proteccionista. Entre ellos Rafael Hernández, hermano del autor del Martín Fierro, que libró ardientes combates en favor de la protección. Defendía la industria en la Tribuna Nacianal y escribió en 188 5 un folleto titulado En barro inglés diez millones. En él criticaba la importación de caños de barro cocido y decía: «Con el fino limo que se extrae del Riachuelo se pueden fabricar hermosas baldosas coloradas, tan buenas como las de Marsella. El empleo de nuestras cales, piedras, arenas, aguas, etc. como la mano de obra de nuestros jornaleros (tan capaces como los de Europa si se los somete al adiestramiento adecuado) mejoraría notablemente el estado de nuestra población. Los diez millones de pesos que se van a invertir en la compra de caños para desagües podrían emplearse en la fundación de cíen colonias en el desierto». No pedía construir altos hornos y acerías, sino fabricar caños y baldosas. Pero no tuvo éxito.
Este grupo de hombres, con las armas teóricas de las que disponía y frente a la marea librecambista, propuso la industrialización aun cuando no avanzara en definiciones más complejas sobre la estructura productiva, sobre el papel de la industria pesada, etc. Se les opuso siempre el argumento de la antieconomicidad de la instalación de la industria. Es más barato importar las manufacturas que fabricarlas, se les decía. No se comprendía que ése es el precio que deben pagar los países que desean acceder a un nivel superior de independencia económica, con un aparato productivo plenamente integrado. Lo pagó en su hora Estados Unidos y luego Canadá que integraron sus economías al amparo de la protección industrial. El precio que la Argentina se negó a pagar entonces lo ha pagado con creces más tarde en sus crisis que tienen como común denominador la insuficiencia de la estructura productiva.
Luces y sombras del Centenario
Cabe ahora analizar el momento cumbre en la evolución del modelo agroimportador. Es posible ubicarlo en la época del Centenario. La Argentina celebraba un siglo de vida independiente y a la vez un presente, brillante. La cornucopia de »los ganados y las mieses parecía inagotable. En su mensaje al Congreso, en 1910, el presidente José Figueroa Alcorta decia del páis: «Labra con vigor extraordinario y con resultados equivalentes el vasto campo de su poder económico»._ Y no se equivocaba al señalar: »Su índice de prosperidad se halla a la altura relativa del mayor coeficiente entre las naciones». Efectivamente, por aquella época se nos consideraba la quinta nación del mundo en cuanto a su importancia económica. Alejandro Bunge ubicaría en dos años antes el pico: «Después de 1908 la Argentina, es un país estancado, desde el punto de vista de su organización económica». Era cierto que había llegado a un nivel muy alto, pero lo era también la endeblez estructural de ese ascenso.
Se registraban cifras espectaculares en materia de comercio exterior, de inversiones (especialmente en construcciones) y de crecimiento poblacional. En cuanto al índice de crecimiento, la OCEI consigna gue el Producto Bruto Interno entre 1900 y 1929 creció a una tasa anual promedio de 4,83 % . El período incluye los años de la guerra y la pérdida de dinamismo del crecimiento en la década de los años 20, por lo cual tiene gue haber sido mayor en los primeros tres lustros. Con todo, ese porcentaje está en el nivel de los países más avanzados de la época.
En el último quinquenio, ese comercio significaba una participación del 2,5 % del total del comercio mundial. Cifra importante y significativa, si se tiene en cuenta gue actualmente (1972) ha descendido al 0,53% (NOTA: Para 2016 esa cifra era de 0,3%) . La relación entre la inversión bruta fija y el PBI en el guinquenio 1905/1909 era exactamente el doble de la actual (1972); fue el 48,2 %, correspondiendo 10,2 % a maquinaria y equipo y 38% a construcción.
El crecimiento poblacional registró una tasa de 4,53 por ciento en 1910 (2,06 % fue el crecimiento vegetativo) y fue importante, aunque en descenso, hasta 1929 en gue la tasa fue del 2,5 %. Entre el censo de 1895 y el de 1914 se registró una tasa promedio de crecimiento de la población total del 3,5 %. El año record fue 1912, con un 5,1 %. Solamente la tasa de crecimiento vegetativo apuntada supera la tasa actual del 1,55 %, según el censo de 1970.
El ingreso de extranjeros fue importante: eran el 12,1 % de la población en 1895 y llegaron a ser el 30,3 % . en 1914. A partir de esa fecha comenzó el descenso de esa participación. El 25,2 % de la población, en 1914, estaba radicada en el Gran Buenos Aires, continuándose el proceso de concentración poblacional. La participación de la población urbana ascendió desde el 37 % a comienzos de siglo al 5 3 % en 1914.
En cuanto a los rasgos del proceso productivo, se observa, en este período, un nuevo cambio en favor de la ganadería. Entre 1900 y los comienzos de la guerra ésta desplaza a la agricultura y el ímpetu ganadero se mantendría hasta 1930 (32,3 millones de cabezas de vacunos). El factor dinámico es el frigorífico. En 1908 se inicia el proceso de enfriado, con el cual las carnes argentinas no tendrían competidoras en los mercados de ultramar ( chilled beef) . En la época, en el sector frigorífico, se registra la guerra de las carnes: la disputa por el control de los embarques entre las firmas norteamericanas e inglesas, las cuales llegan a sucesivos acuerdos de distribución en 1911 (norteamericanas 41,35 %; inglesas: 40,15 %·; argentinas: 18,50 %); en 1915 (58,5; 29,64 y 11,86) y en 1927 (60,90; 29,10 y 10). El desprecio que las clases dirigentes argentinas sintieron por la industrialización ya surtía efectos en una industria (frigorífica) que no podía ser calificada de «artificial».
Estábamos en la época del máximo esplendor del crecimiento cuantitativo de la Argentina, pero a la vez del máximo de las posibilidades del esquema implantado en el siglo pasado. El contraste es elocuente. Para constatar la debilidad de ese crecimiento basta con recordar los datos consignados en la página 53 de este trabajo sobre la expansión de los sectores clave de la economía norteamericana durante esos mismos años. Si Figueroa Alcorta hubiese distinguido cantidad de calidad, no habría hablado en los términos en que lo hizo en su mensaje del año del Centenario.
Extracto de: Frigerio, Rogelio. Síntesis de la historia crítica de la economía argentina. Hachette 1979. Capitulo Tercero. El auge y la declinación de la economía agroimportadora.
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