Industrialización
Rogelio Frigerio en 1993

El crecimiento de algunos sectores industriales oculta parcialmente las dificultades severas por las que atraviesan las ramas fabriles directamente afectadas por la actual orientación de la política económica. Ello se debe a que está en curso de aplicación una profunda metamorfosis del perfil industrial argentino, el que cada vez más se unilateraliza en la dirección de su ensamble con el exterior debido a que no sólo importa crecientemente bienes de consumo sino también intermedios y de capital, trayendo estos últimos gravísimos problemas de competencia a sus similares locales por contar con un subsidio importante con el dólar barato. La deseable ampliación de nuestro intercambio con el resto del mundo sería más y más frondosa conforme se ensanchara la plataforma económica nacional y no al revés.

Ni la extraordinaria expansión de los enclaves exportadores del sudeste asiático modifica el hecho de que quienes intercambian entre sí son precisamente los países más integrados e industrializados. La espectacularidad con que aquellos enclaves han multiplicado sus ventas hacia afuera —aplicando nítidas medidas intervencionistas para favorecerlo— no oculta la expulsión de población que tal modelo promueve pues no incorpora la mayoría de los habitantes al propio mercado.

Nuestro caso es aún más preocupante, puesto que tampoco se expande una fuerte industria exportadora, que crezca agresivamente. Conspira contra ello, desde luego, el retraso cambiario. La imposibilidad  de corregirlo ahora, puesto que provocaría una estampida inflacionaria, obliga a pensar en un plan alternativo que vuelva a generar condiciones de expansión para el conjunto de la economía argentina.

Cuando está ya definitivamente en claro que un país que no se industrializa es un país que retrocede, nos encontramos con la realidad de un inocultable repliegue de nuestra producción. Los sectores que más sufren son los que fabrican bienes de capital y productos intermedios —celulosa y papel, petroquímica y otros derivados del petróleo, insumos químicos de origen mineral, industria metalúrgica— y finales, entre los cuales la caída de la venta de tractores —50% en un año— merece un capitulo especial porque ilustra tanto al crisis del campo como de la industria.

Las ramas que han registrado altas cifras tienen explicación, como es el caso de la industria automotriz, donde la incorporación de autopartes de origen extranjero ha alcanzado porcentajes mayoritarios. Desde luego es bueno que se vendan autos, lavarropas y heladeras, pero su elaboración no es movilizando al conjunto de la industrias proveedoras como sería deseable. Esa es justamente la importancia de las industrias básicas, multiplican su impacto sobre toda la esfera productiva.

Con la nueva metodología de calculo del PBI —aconsejada por la CEPAL— la significación de la actividad industrial dada en apenas los últimos cuatro ejercicios paso de representar casi el tercio del total a poco más del quinto del conjunto de actividades mensurables económicamente. Vemos en cambio que los servicios crecen de una manera análoga a la que se registra en los países industrializados, lo que induce a pensar que nuestra economía se modernizó y asemeja crecientemente a las que son características del primer mundo.  Tal conclusión constituiría un error y sería consecuencia de una grave simplificación puesto que el incremento del rubro de los servicios se da genuinamente en condiciones de alta industrialización, no de retroceso como se registran en nuestro país.

En el mundo desarrollado, se multiplican y despliegan asombrosamente los “servicios a la industria”. Es decir, que inciden directamente en los incrementos de productividad, fenómeno interesantísimo que no tiene correlato en nuestro caso, más allá de que efectivamente una franja de esas novedosas actividades también tiene presencia entre nosotros, aunque más no sea por reflejo y gravitación de las empresas trasnacionales. Pero el grueso de los servicios que computa nuestro PBI conllevan componentes fuertemente improductivos y burocráticos cuando no superposiciones innecesarias. Ello no es privativo del sector público sino también de actividades tradicionalmente en manos privadas, como las muchas veces mencionadas distorsiones de los sistemas de comercialización que no se modificarán por el voluntarismo de algunos funcionarios sino por una verdadera modernización del conjunto de la estructura productiva, lo cual es inseparable de una mayor industrialización. país sin industrialización país sin industrialización

Habiendo tantas desigualdades entre los segmentos industriales que han logrado cierto crecimiento y los que atraviesan por difícil situación pareciera incorrecta hablar de promedios en la utilización de la capacidad instalada, sin embargo, debe asumirse que estos desniveles impactan negativamente de un modo más general en las pequeñas y medianas empresas en las que se registra un 40% de capacidad ociosa.

Finalmente, porque no puede obviarse, debemos señalas que el sector agropecuario está atravesado por una generalizada rentabilidad negativa que se expone con dramatismo en la expulsión de vacunos hembras y en el curso de una liquidación que lleva a una reducción casi vertical de nuestros rodeos.

Es decir, en el campo se observa más crudamente lo que le acontece a la economía argentina en su conjunto sin la confusión que puede engendrar la existencia de parcialidades con dinamismo entre los que se puede citar algunas vinculadas a las recientes privatizaciones, aunque lamentablemente no a todas porque la actividad petrolera, por ejemplo, muestra progresiva parálisis en algunas regiones —como la Patagonia— mientras incrementa la extracción en las áreas más productivas. El estrechísimo horizonte de reservas es expresivo de la escasa promoción de la inversión que alienta, a mediano y largo plazo, la actual política. país sin industrialización país sin industrialización 

Razones para meditar y pensar en la alternativa.


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