La primera ministra británica Liz Truss, durante las preguntas al primer ministro en la Cámara de los Comunes en Londres el 19 de octubre de 2022 JESSICA TAYLOR - UK PARLIAMENT
La primera ministra británica Liz Truss, durante las preguntas al primer ministro en la Cámara de los Comunes en Londres el 19 de octubre de 2022 JESSICA TAYLOR - UK PARLIAMENT

Fue una crónica de una salida anunciada. Todo comenzó hace unas semanas cuando su programa económico enfocado en una fuerte reducción de impuestos a los más ricos fue recibido muy negativamente por los mercados por las inconsistencias fiscales que dicha medida implica en este contexto de incertidumbre global. Siguió al mando con idas y vueltas reconociendo errores, retirando la rebaja de impuesto y hasta destituyendo a su amigo y ministro de Hacienda Kwasi Kwarteng, hasta que finalmente, no pudo resistir la embestida de su propio partido.

Desgatada y sin fuerzas, la primer ministra Liz Truss dio un paso al costado y sumerge al Reino Unido en una nueva crisis política. Consternada y visiblemente triste dio un breve discurso de cuatro minutos en el número 10 de Downing Street donde manifestó: “Asumí el cargo en un momento de gran inestabilidad económica e internacional”, señaló. “Las familias y las empresas estaban preocupadas por cómo pagar sus cuentas. Fui elegida con el mandato de cambiar esto”, prosiguió. “Cumplimos con las facturas de energía”, sostuvo, para finalmente admitir que “no pude cumplir el mandato que me otorgo el Partido Conservador y su majestad”.

Truss sólo duro en el cargo 44 días lo que la convierte en la primer ministra más breve en el poder en la historia británica.

La ex premier, que previamente comunicó su decisión de no seguir al frente del Ejecutivo británico al Rey Carlos III, permanecerá en el cargo hasta que se elija a un nuevo miembro del Partido Conservador como primer ministro a lo largo de la semana próxima. Rápidos de reflejos el líder del Partido Laborista, Sir Keir Starmer, reclamó el llamado a elecciones generales de inmediato, las cuales están previstas recién para 2024.  En la misma sintonía acompañaron la misiva los líderes de los demócratas liberales y del Partido Nacional Escocés. Recordemos hace menos de dos meses se produjo la estrepitosa salida de Boris Johnson.

Crónica de una muerte anunciada

La debacle de Truss, de pasado liberal, comenzó cuando hace un mes en compañía de su amigo y entonces ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, presentaron un programa económico ambicioso que se basaba en el mayor recorte de impuestos desde 1972. El mismo abarcaba un recorte de unos 45.000 millones de libras que beneficiaba especialmente a quienes ganaran más de 150.000 libras al año. Además implicaba supresión de regulaciones y gasto público para reactivar la malograda economía británica. La idea de estás medidas económicas eran acabar de una con las políticas de la redistribución para centrarse por completo en mejora de la producción y la productividad. La propia Liz Truss reconoció que la política de su gobierno favoreceriá sobre todo a los más ricos.

Truss, confesa admiradora de la dama de hierro Margaret Thatcher a la que imita con su vestimenta, quiso hacerlo también desde lo económico con una reversión del aumento del impuesto sobre beneficios para dejarlo en el 19%. Las medidas propuestas implicaban reducciones en un punto del impuesto de la renta para todos los contribuyentes y de los impuestos sobre el capital y de las cotizaciones al seguro; la congelación de los impuestos especiales, e incluso la reducción en 5 puntos del tramo más alto del impuesto de la renta. En síntesis, ningún cambio radical, pero sí muchos pequeños cambios que juntos supondrán el mayor recorte de impuestos llevado a cabo por un gobierno británico en las últimas cinco décadas. Sin embargo, no todo va de impuestos. El nuevo gobierno también se había comprometido a meter la tijera a las regulaciones. Algo que por ejemplo ya han comenzado a hacer al suspender los límites legales que existían sobre los bonus del sector financiero que fue establecido por la Unión Europea en el año 2014. También, habían anunciado la creación de numerosas zonas económicas especiales a lo largo y ancho de todo el país. Zonas que contarán con algunas ventajas fiscales y regulatorias y cuyo objetivo número uno era hacer crecer la inversión empresarial similar al proyecto de puertos libres del gobierno de Boris Johnson. Además, hacía hincapié a incentivos impositivos para atraer empresas. Era un  plan económico muy ambicioso. Sin embargo, todo este paquete de medidas iba acompañado del congelamiento de las facturas de energía como consecuencia de la guerra de Ucrania y a un mayor gasto en defensa que paradójicamente iba a generar un fuerte incremento en el gasto público. Para el mercado las medidas fueron un balde de agua fría y reaccionó de la peor manera que terminó en un caos económico: la libra se desplomó y alcanzó el nivel más bajo frente al dólar, el rendimiento de la deuda pública se disparó por encima, incluso, de la deuda de países como Italia, Grecia o España y estuvo a punto de producirse un enorme crack financiero con los fondos de pensiones.

Ante semejante panorama, Truss tuvo que despedir la semana pasada a su amigo Kwarteng y dar marcha atrás a casi todos los recortes de impuestos no financiados que se habían propuesto. Sin embargo, su posición frente al partido seguía siendo frágil y muchos pedían su cabeza sumado a las críticas de la oposición y tabloides conservadores. Finalmente, a pesar de que pidió perdón de manera desesperada, con escenas dramáticas que se vivieron ayer en la Cámara de los Comunes mientras se votaba la ley de Fracking, mientras acontecían peleas y renuncias entre los mismos Tories, ya no se quería saber más nada de ella.

Acorralada y sin apoyos Truss dio un paso al costado. Es muy probable que esta vez los Tories decidan que los parlamentarios sean los encargados de elegir al sucesor de la exmandataria a diferencia de la última elección, en la que eligieron a Truss, cuando fueron los militantes.

Los posibles sucesores

En estas horas frenéticas se escuchó a más de un conservador sugerir la vuelta de Boris Johnson. Es más, hay quienes ya le pidieron que vuelva de sus vacaciones en el Caribe. Su única imposición es que quiere retornar por consenso interno y como un candidato de unidad del partido. Incluso en caso de que se llame a elecciones anticipadas como vienen exigiendo los laboristas, algo difícil que suceda, Boris es la mejor carta electoral porque cuenta con el antecedente de la resonante victoria histórica de 2019.

Entre los otros candidatos tories está quien perdió con Truss en las pasadas elecciones de septiembre: Rishi Sunak, ex canciller de Hacienda de Johnson, de origen indio, graduado de Oxford y de la estadounidense Standford. Sunak está enfrentado a Boris y hasta pidió su renuncia en su momento. Los otros aspirantes son el actual secretario de Defensa, Ben Wallace, que tomó mucha relevancia política por la guerra de Ucrania; Penny Mordaunt, la líder de la Cámara de los Comunes, ex marina y ex Secretara de Defensa y la renunciante secretaria de Interior Suella Braverman.

Hace doce años que los conservadores ostentan el poder en el Reino Unido con internas feroces entre pro-Brexit y europeístas. Estás divisiones fueron latentes a la hora de gobernar y generó la actual crisis política y económica. Quien asuma como primer ministro deberá contar el apoyo de la mayoría de los Tories para salir del caos económico que en números refleja una inflación del 10,1% la más alta en décadas y un desplome de la libra esterlina que recién hoy tuvo un remonte de a US$1.13 tras el anuncio de la renuncia de Truss.


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