industria 4.0
Un robot trabaja junto a un empleado en una línea de montaje de la firma Glory, en Kazo, en el norte de Tokio, Japón./ REUTERS

“En la era digital, los activos físicos pierden relevancia”, asegura un documento de la consultora Accenture sobre la economía del conocimiento en Argentina. El texto cita como ejemplos a Uber, Airbnb o Amazon: empresas que no poseen los autos que transportan a los pasajeros, los hoteles donde se alojan los clientes ni los bienes que comercializan y, sin embargo, son empresas líderes a nivel mundial.  Primero, lo obvio: el bien físico no deja de ser imprescindible. El servicio de Uber no reemplaza el auto. Segundo, la novedad: vale más el software a través del cual se brinda el servicio que el bien físico que utiliza.

La antinomia entre bienes intangibles y tangibles es un error, a pesar de todo. Priorizar los intangibles se basa en un criterio economicista contrario al concepto de desarrollo. Tanto es así que los países desarrollados comenzaron políticas de repatriación de las industrias manufactureras en los últimos años. El caso más resonante es el de EEUU. La industria aporta empleo, impulsa la innovación y permite mantener el control sobre el procesamiento de recursos estratégicos. Con una mirada estrictamente economicista esto es imposible de comprender; es necesaria una concepción integral del desarrollo.

La importancia creciente de los intangibles en la economía es innegable, pero no es contradictoria con la producción de bienes físicos. De hecho, esto se evidencia en la industria 4.0, cuya productividad aumentó en los últimos años en forma acelerada gracias a la incorporación de nuevas tecnologías. En especial, con el desarrollo de software para mejorar la gestión y operación de las plantas industriales. “El software da inteligencia a las cosas. Permite la toma de decisiones en tiempo real, en función de un montón de sensores”, explica el doctor en ingeniería de software Sebastián Uchitel. “La industria 4.0 es el estadio más avanzado de la  fabricación industrial, que incorpora tecnología de telecomunicaciones, mayor automatización y, probablemente el factor más distintivo, la inteligencia artificial”, destaca el investigador del CONICET Fernando Stefani en entrevista con Visión Desarrollista.

Inversión en I+D y desarrollo

Los países que generan más riqueza por habitante son los que invierten mayores fracciones de su PBI en I+D, concluye Stefani en el documento Rol actual y futuro de la ciencia en la innovación industrial y el crecimiento económico en Argentina publicado en 2018. El gran desafío del desarrollo es, entonces, la transformación de conocimiento científico en innovaciones. La clave del éxito es “cerrar una brecha crítica que existe entre el laboratorio científico y la producción”, plantea el investigador. El riesgo es quedar en el camino, el denominado “valle de la muerte” de los emprendimientos tecnológicos: entre el 1% y el 5% de los proyectos de innovación industrial son exitosos. Eso sí, tienen réditos millonarios.

La alta tasa de fracaso es la que justifica la intervención activa del Estado, como explica la economista Mariana Mazzucatto, que definió el concepto de Estado Emprendedor. Ante el elevado riesgo inicial, el sector público financia la innovación. Google, Amazon o Tesla son ejemplos claros de esta política. “El propio algoritmo que está en la base del motor de búsqueda de Google fue descubierto a través de un proyecto financiado por un organismo estatal como la US National Science Foundation (NSF)”, destaca Mazzucatto.

En los países desarrollados la antinomia entre bienes intangibles o tangibles no existe. Y, de hecho, en Argentina tampoco: la industria es el principal catalizador de la innovación tecnológica, ya que explica el 73% de la inversión en investigación y desarrollo. Para acelerar este proceso, Países Bajos, Taiwán, Japón, Corea del Sur, Alemania, EEUU y Reino Unido, entre otros, crearon instituciones intermedias especializadas en la promoción del desarrollo de nuevas tecnologías con factibilidad comercial. “Se trata de centros de primer nivel mundial diseñados para transformar las capacidades de innovación en áreas específicas e impulsar el crecimiento económico futuro. Su misión es crear y llevar a la práctica tecnologías útiles para la industria y la sociedad, promover una infraestructura industrial robusta y sostenible, y de este modo aumentar la competitividad industrial”, precisa Stefani.

Para que el sector de la economía del conocimiento potencie el desarrollo, debe articular con el resto de la economía nacional, fortalecer los encadenamientos productivos y el valor agregado, y mejorar la productividad. Por eso, los países desarrollados que tienen grandes empresas de servicios basados en el conocimiento cuentan con relevantes complejos industriales donde se produce la innovación tecnológica.


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