El presidente López Obrador se prepara a combatir a todos sus detractores. Fuente YouTube
El presidente López Obrador se prepara a combatir a todos sus detractores. Fuente YouTube

El resonante triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018, conocido como AMLO por sus iniciales, fue visto como un cambio de paradigma al desplazar al todopoderoso PRI del poder tras 70 años -incluido el insípido interludio del PAN de 2000 a 2012. Aunque quizás fue su concepción de izquierda y social lo que generó expectativa de un cambio verdadero para enfrentar las graves problemáticas que agobian al país azteca. A la  desigualdad social y los altos grados de corrupción en los organismos gubernamentales que caracterizan a muchos países de América latina, se suma una violencia incontrolable en torno al narcotráfico que genera ríos de sangre alrededor de todo el territorio que no cesa y que en el año que fue electo presidente tuvo el pico máximo de 35.964 homicidios, un promedio de 98 por día.

La utilización, e interpretación, de los procesos históricos fue eje de su programa, al punto que la coalición que ganó la elección, se llamó “Juntos Haremos Historia” y al abanico de propuestas y ejes de campaña lo denominó “la cuarta transformación”. Se trata, a su entender, de la continuidad histórica de los tres grandes sucesos que transformaron a México: la independencia de España en 1821, la lucha entre el liberales y conservadores, entre 1858 y 1861, que dio origen al periodo de reformas como la separación de la Iglesia y el Estado y donde destaca la figura de Benito Juárez , admirado por AMLO, y la Revolución Mexicana acontecida entre 1910 a 1921. La épica histórica fue fundamental para lograr entonces el mayor triunfo electoral de la historia de México, como también lo fueron en gran medida la proyección de una imagen y actitud mucho más conciliadora, pragmática y desideologizada que en sus anteriores intentos de alcanzar la presidencia. No durarían mucho tiempo.

Promesas inconclusas y confrontación permanente

Tras el triunfo electora la faceta conciliadora y moderada de campaña empezó a esfumarse pronto, adoptando el flamante presidente una postura totalmente diferente con actitudes autoritarias, desafiantes y confrontativas a sus críticos. Especialmente AMLO fijó una posición de ataques constantes contra la prensa, organismos independientes como el Instituto Nacional Electoral, a los grupos económicos de poder y cuestionó la independencia de la justicia. Ese esquema de enfrentamientos constantes se basa en el viejo manual del populista de “nosotros contra ellos” polarizando a la sociedad mexicana.

Los cuestionamientos a su gestión comenzaron por algunas iniciativas controvertidas como sus megaproyectos de infraestructura –entre ellos el Tren Maya en el turístico sureste del país, el aeropuerto internacional Felipe Ángeles o la refinería Dos Bocas en su estado natal, Tabasco– que fueron declarados de asuntos de seguridad nacional con el objetivo que no puedan ser frenados por recursos de amparo.

La lucha contra el narco fue otro factor de descontento. En sus promesas de campaña López Obrador prometió luchar contra la violencia bajo el eslogan “abrazos y no balazos” renunciando a la llamada “guerra contra el narco” declarada por el expresidente Felipe Calderón en 2006. Para dicho fin creó la Guardia Nacional, un híbrido que combina elementos policiales y militares, que fue criticado por organismos de la sociedad civil que consideran que se está militarizando el país y que tampoco da resultados: la violencia no cesa, con 34.000 víctimas mortales en sus primeros tres años de gobierno y en lo que va del año ya 18.093 asesinatos, según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC). Aún así, AMLO obtuvo un triunfo resonante contra el narco con la captura del “Narco de narcos” , y uno de los fundadores del Cártel de Guadalajara, Rafael Caro Quintero.

Pero es sobre todo en el fundamental ámbito económico donde su gestión no cosechó  logros sino todo lo contrario: la economía está estancada acompañada de una inflación creciente que hace estragos en los más humildes. En ese sentido, proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), señalan que el número de pobres aumentará entre 1,6 y 2,5 millones de personas este año. Ante semejante escenario adverso, que ya se había manifestado políticamente con la perdida de la mayoría absoluta en el Congreso el año pasado, AMLO profundizó actitudes y señales aún más polémicas que las acontecidas en los tres primeros años de gestión.

Cada vez más López Obrador enfervoriza su discurso para el encanto de sus bases y ya no solo busca enemigos internos sino que ataca a sus dos mayores socios comerciales: Estados Unidos y Canadá. A este último le acusa de haber discriminado a las empresas privadas de energía lo cual viola el tratado de libre comercio (T-MEC). En junio pasado boicoteó la Cumbre de las Américas que se realizó en Los Ángeles desafiando abiertamente al presidente de EE.UU, Joe Biden, al advertirle que si no eran invitados Cuba, Venezuela y Nicaragua, México se ausentaría de la misma. Hecho que cumplió. También, México fue de los pocos países que se abstuvo a condenar a Nicaragua en la votación de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que condenó al régimen dictatorial de Daniel Ortega por sus ataques a la Iglesia Católica e instó al país a liberar a todos los presos políticos.

Jugando con el componente ideológico promovió dos acciones que generaron un fuerte rechazo como la de aceptar la contratación de 500 médicos cubanos, que según grupos de derechos humanos denuncian que son contratos de esclavitud moderna porque el sueldo se lo queda el gobierno de Cuba, y el haber conmemorado su partido, Morena, el nacimiento del líder cubano Fidel Castro, el pasado 13 de agosto.

A pesar de que AMLO todavía tiene altas tasas de popularidad gracias a los subsidios sociales masivos, su apoyo cayó: está en el 60%, contra el 81% en 2019, según encuestas de la firma Oraculus. El panorama no es alentador: los números de la economía no acompañan, la violencia crece día a día y no se avizora una solución a corto plazo.  Como todo líder populista sin bonanza económica, se prevé que López Obrador escale cada vez más su discurso con altos grados de confrontación y mayores ataques verbales, y medidas autoritarias, hacia sus adversarios tanto en México como en el exterior. Creerá que así podrá tapar los reclamos hacia una gestión que no pudo afrontar los cambios significativos que alguna vez prometió y que no logra aún consumar esa relevancia histórica que tanto añoró.


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