Una extensa literatura que desaconseja la dolarización de nuestro país en base a la teoría de las zonas monetarias óptimas y la falta de sincronización de los ciclos económicos de Argentina y Estados Unidos.
Una extensa literatura que desaconseja la dolarización de nuestro país en base a la teoría de las zonas monetarias óptimas y la falta de sincronización de los ciclos económicos de Argentina y Estados Unidos.

A pesar de que no existe un conjunto de economistas profesionales respetables que avalen la dolarización, promovida por los libertarios vuelve a ser un tema de agenda, 20 años después. Como toda solución mágica, seduce a una parte de la población, incluidos empresarios hastiados. Y dado que Milei se ubicó con chances de entrar al balotaje, debemos retomar ese estéril debate.

La reflexión me retrotrae a la década del 90 y a la salida de la convertibilidad, cuando el tema estuvo en auge y, desde mi rol en la UIA o ya en el gobierno, combatimos lo que hubiese sido un error garrafal. La experiencia de la recuperación post-convertibilidad demostró que no era necesario perder nuestra moneda para volver a crecer y para obtener los superávits fiscales y externos necesarios que permitieran sostener una moneda sana.

No solo no fue necesario perder la moneda, sino que, por el contrario, la recuperación de la política monetaria/cambiara fue fundamental para lograr dicho crecimiento, al permitir sostener una competitividad adecuada a nuestro nivel de productividad. Superávits que naufragaron ante el imprudente aumento del gasto público y la incapacidad para transformar la estructura productiva.

Si bien el planteo es el mismo, la dolarización, los contextos en que se produce son completamente diferentes. A fines de los 90, cuando el gobierno de Menem empezó a estudiar la cuestión, la economía argentina llevaba varios años de estabilidad de precios y el Banco Central tenía un apreciable volumen de reservas.

A su vez, ya en el 2001, cuando se lo planteó como alternativa frente a la salida de la convertibilidad, la economía se encontraba en depresión económica y deflación de precios (¡los precios caían en vez de subir!) lo que generaba muchos problemas, pero no el de aumento de precios. El objetivo principal de la dolarización se reducía a bajar el riesgo país, dando una señal de irreversibilidad del régimen monetario, y evitar una devaluación.

En aquel entonces, un error frecuente en la discusión pública era restringir el análisis de los beneficios/perjuicios del régimen de dolarización contra un sistema rígido como la convertibilidad. Las diferencias no eran fundamentales, pero se olvidaba el hecho de que la convertibilidad se había pensado como un régimen no permanente. La dolarización implicaba (e implica) la sujeción de por vida a un régimen inflexible cuyas desventajas no compensaban los beneficios en materia de reducción de riesgo país que planteaban sus partidarios.

Ya entonces veíamos en la imposibilidad de hacer política monetaria y cambiaria la objeción contundente y fundamental contra la dolarización. Acá se impone una pregunta: ¿cómo enfrentaría un sistema dolarizado, una sequía como la actual, que detrajo U$S20 mil millones, sin un ajuste profundo en los niveles de actividad y de empleo?

Lo mismo se aplica a la asistencia al sistema financiero local incompatible con una organización monetaria que no deja lugar a ningún tipo de intervención por parte del Banco Central. Si esta se pierde, la supervivencia de los bancos en contextos de iliquidez se ve comprometido. Así, una situación de iliquidez de algunos pocos bancos puede amplificarse en una crisis del sistema financiero en su conjunto. Este era el argumento que utilizaba correctamente Milei, pocos años atrás, cuando se oponía a la dolarización.

En la actualidad, el planteo de dolarización tiene como objetivo estabilizar los precios en un régimen de alta inflación. Sus defensores lo ven como el modo de eliminar la posibilidad de financiamiento monetario del déficit y obligar a las autoridades económicas a la disciplina fiscal. Además, permitiría disponer de una moneda con todos los atributos que estas poseen y que nuestro peso perdió: unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor.

Por cierto, existe toda una extensa literatura que desaconseja la dolarización de nuestro país en base a la teoría de las zonas monetarias óptimas y la falta de sincronización de los ciclos económicos de Argentina y Estados Unidos. Pero, además, no existe ningún país del tamaño y complejidad productiva de Argentina que haya dolarizado. ¡Basta de experimentos raros!

A la dolarización, se aplica aquella frase de Carlos Marx, sobre la repetición de la historia: la primera como tragedia y la segunda como farsa. En los 90 y principios de los 2000, existían los dólares en el activo del Banco Central para canjear por la base monetaria a la paridad de convertibilidad. Hoy, los dólares no están, lo cual deviene la propuesta en abstracta.

Que el tema esté latente en la agenda económica constituye el síntoma del fracaso y la pereza intelectual. No debemos, en nombre de la estabilidad, volver a hipotecar la capacidad productiva del país, como se hizo durante la convertibilidad. Argentina necesita un cambio profundo que nos conduzca al desarrollo, no huir hacia la nada.


¿Valorás nuestro contenido?

Somos un medio de comunicación independiente y tu apoyo económico es fundamental para que que este proyecto sea sostenible y siga creciendoHacete socio y construyamos juntos Visión Desarrollista.

,Hacete socio  

x
x

Comentá

Comentarios

FuenteClarin
Foto del avatar
Economista desarrollista. Fue Jefe de Gabinete del Ministro de Economía de Argentina (2002-03) y Subsecretario de Pymes y Desarrollo Regional del Gobierno de Argentina (2003-06). Hasta 2019, fue Director Ejecutivo por Argentina y Haití en el BID. Es Director de la Consultora Sistémica para el desarrollo.