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Parte de la "Flota de mar" en Ushuaia: los destructores ARA “Sarandí”, ARA “La Argentina”, las corbetas ARA “Rosales” y el carguero ARA “Bahía San Blas”
Geopolítica de los océanos en el siglo XXI

Hoy, la bandera de los EEUU, objetivamente, flamea en los «siete mares». Su dominio de los océanos y las costas es indudable, con un enorme poder de fuego, tan solo supeditado a los límites de Rusia y China que, por su parte, está llevando acabo la idea mackinderiana de una «alianza euroasiática» centrada en Moscú. No hay costas, islas ni estrechos que no dominen y controlen los EEUU y, en función de ello, seguramente, veremos en los próximos años un creciente impulso del poder terrestre (eje China-Rusia) por recuperar protagonismo en los mares costeros de Eurasia. Tal es el caso, en la actualidad, del océano Glacial Ártico, el Mediterráneo Oriental y el Mar de la China. Roces y tensiones no solo están presentes hoy, sino que creemos que aumentarán en los años venideros.

Esta caracterización geoestratégica del océano mundial no significa que no aparezcan tensiones marítimas regionales, como en el Caribe (Colombia-Nicaragua), Bolivia-Chile-Perú, estrechos del Medio Oriente (Ormuz y Bab-el-Mandeb), Malaca, Taiwán, islas Kuriles, etc. Tampoco pueden descartarse nuevas tensiones en el área de Malvinas, el Ártico y el golfo de Nigeria.

Desde las perspectivas que estudian la relación Mar-océano, consideramos indispensable definir estrategias para nuestro mar que permitan recuperar las falencias y los retrocesos que la Argentina sufrió a partir de la derrota militar en Malvinas. Así como el Atlántico ha sido, durante siglos, el océano de la mundialización, seguramente en función del incremento del comercio mundial con Asia Pacífico, el Océano Pacífico será el principal escenario marítimo del siglo XXI. De ahí la paulatina y creciente importancia estratégica de los estrechos y canales que desembocan en él, como Panamá, la ruta del Ártico canadiense y los pasajes interoceánicos de América meridional.

En las relaciones internacionales, se definió un «gran juego» por el control del heartland (región núcleo) de Eurasia; entre británicos, rusos, chinos y estadounidenses creemos que empezó, desde los comienzos del presente siglo, un «gran juego» de dominio del mar, a fin de limitar el protagonismo de los EE.UU., en especial, en los mares costeros. Claramente, las potencias de la actual asociación de países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en distinta medida están llevando acabo una evidente modernización y expansión de sus flotas comerciales y militares, en especial Rusia (único país capaz de desafiar la hegemonía estratégica de los EE. UU.) y China en sus mares adyacentes y estrechos y, en menor grado, pero sostenidamente, India, para lograr supremacías locales frente a tráficos ajenos. Desde el punto de vista económico, los países del sur dominan los volúmenes del tráfico mercante, mientras que los países del norte predominan en el valor de sus mercancías.

Con relación a esta tendencia mundial, sostenemos que la Argentina no puede dejar de tener una estrategia oceánica en todos los planos del accionar naval, es decir, tráfico mercante, pesquerías, exploración y conocimiento científicos y, por supuesto, presencia militar acuática y aérea en la región de sus competencias jurisdiccionales. La definición que dimos de «gran juego oceánico» continúa hasta nuestros días en la medida en que no es Rusia quien pretende el dominio naval sino la República Popular China.

En efecto, la gran potencia oriental no solo ha definido su pretensión de presencia mundial (por ejemplo, «la ruta de la seda»), sino que está buscando puertos o facilidades navales en todos los mares, no solo en el Atlántico Sur. Sus buques de guerra han hecho maniobras con la flota rusa en el mar Báltico. Dos fragatas chinas, por su parte, hicieron una visita a Londres en 2018, y en nuestro mar tres buques visitaron el puerto de Buenos Aires, Río de Janeiro, La Guaira y La Habana. En África, lograron tres facilidades portuarias, además de Sudáfrica y la Antártida. En el océano Índico, navega una flotilla antipiratería, y levantaron una base naval en el estrecho de Bab-El Manbeb, en Djibouti, y de apoyo naval en Sri Lanka. Su plan de construcciones navales comprende tres portaaviones y varios submarinos oceánicos.

El análisis geopolítico se refiere a categorías de análisis de diversa naturaleza. Por una parte, busca establecer las relaciones entre espacios geográficos y grupos humanos y, por otra parte, busca establecer la relación entre las unidades políticas en el tiempo dentro del marco de esos espacios. Así las cosas, existen varios puntos que podríamos calificar como esenciales en torno a la geopolítica. Ellos son: territorio, actores, intereses en juego, conflictos, estrategias, recursos naturales, vías de transporte, demografía y energía.

Áreas marinas protegidas proyectadas por Gran Bretaña en el Atlántico Sur, superpuestas al territorio legalmente reclamado por Argentina. Fuente: Koutoudjian (2015). 

La geopolítica debe observarse en cuatro dimensiones: el espacio terrestre, el marítimo, el aéreo y el tiempo. Terrestre, como espacio natural y definitivo de los objetivos geopolíticos; marítimo, como medio fundamental para lograr la proyección de ese espacio terrestre; del mismo modo que el aeroespacial. Cabe mencionar que la aparición, casi fulgurante, del ciberespacio abre otros aspectos que será necesario estudiar a la brevedad. Y finalmente el tiempo que resulta transversal a las otras dimensiones, vinculado con las cuestiones históricas, fundamentales para entender la geopolítica. En conjunción con lo antedicho y con mayor acento en los espacios marítimos, el Almirante Mahan, en La influencia del poder naval a través de la historia (1890), marcaba que «los principales factores que determinan el poderío marítimo de un país son suposición geográfica, su conformación física, sus recursos naturales, el carácter de su pueblo y la voluntad política de sus gobiernos». Sería bueno, a nuestro criterio, que los argentinos mantengamos presentes estos principios.

Alessandrini: “China es el nuevo actor con fuerte presencia en el Atlántico Sur”

Nuestro mar en el año 2022

Decíamos en 2015, en Geopolítica del Mar Argentino (KOUTOUDJIAN, 2015), que fuera del Océano Antártico y el sur del Índico, el Mar Argentino es una de las áreas más promisorias del planeta por muchas razones: importantes caladeros, presencia comprobada de hidrocarburos, pasos interoceánicos con el Pacífico, el frente del Río de la Plata como área productora de alimentos para el futuro, prolongación al Antártico para mejorar las evaluaciones hidrológicas y atmosféricas provenientes de la Antártida y costas con escasa densidad poblacional y otros factores.

Frente a esa realidad de la geografía marítima, la guerra por las Malvinas consolidó la presencia inglesa en la región, de donde claramente se puede deducir su intento de ganar influencia preponderante en la región de la Antártida como objetivo estratégico.

En este sentido, la Argentina debe hacer un esfuerzo por recuperar protagonismo en el mar, el espacio y las costas patagónicos, no solo en lo comercial, sino en lo científico, lo económico, lo cultural, lo militar y de seguridad.

La importante inversión del Estado y las universidades estatales en ciencia y tecnología en las últimas dos décadas no solo debe continuar, sino que se debe acrecentar. Esto es imperioso ya que un país europeo (Inglaterra) se arroga el derecho de «proteger el ambiente de un millón de kilómetros cuadrados de mar de proyección argentina». ¿Qué está haciendo Inglaterra en los espacios ocupados? Sentar las bases para reclamos soberanos sobre el Atlántico Sur y la Antártida.

Hoy el control del mar es, además del patrullaje militar, su exploración, conocimientos de su ecogeografía, atmósfera oceánica, rayos cósmicos, magnetismos, etc. La protección ambiental del mar y los ecosistemas marinos es ya una cuestión de soberanía. Esto se comprueba en el Mar de la China Meridional, el Mar del Norte, el Báltico, el Mar Egeo, Mar Negro, el Golfo de Bengala, la Micronesia, el Caribe, entre otros.

En los conflictos futuros tendrán relevancia los componentes espaciales, no sólo terrestres sino marítimos y aéreos. Las áreas marinas protegidas son indudablemente parte de los intereses marítimos argentinos que involucran no solo a la Armada y al Ministerio de Defensa, sino al Ministerio de Economía, al de Ciencia, Tecnología e Innovación, a la industria naval y a la Cancillería. La tragedia del ARA San Juan en noviembre de 2018 demostró el escasísimo conocimiento del lecho marino de nuestros océanos.

Paralelamente a lo antedicho, como señala KOUTOUDJIANK y REYES (2021), debemos impulsar institucionalmente una política de costas interjurisdiccional que no solo trate la pesquería y la protección ambiental, sino la fisiografía costera, poblamiento, nudos focales, puertos y sistemas de comunicación y control. En el ámbito internacional, la Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI) y el Programa Hombre y Biosfera de la UNESCO comenzaron a desarrollar en 2006 una iniciativa de ordenación espacial marina con un enfoque ecosistémico que generó un documento de referencia global, el Marine Spatial Planning. En él, se define como un proceso público de análisis y de distribución espacial y temporal de las actividades humanas en las áreas marinas para el logro de los objetivos ecológicos, económicos y sociales que son normalmente definidos en los procesos políticos (UNESCO/COI, 2009).

Teniendo en cuenta la definición anterior, la ordenación del medio marino contiene evidentes similitudes con la ordenación del territorio. De este modo, el sentido de la ordenación del medio marino, al igual que el del terrestre, es el de servir como política de distribución y de regulación de los elementos estructurantes del territorio. Muchos países ya asignan o zonifican el espacio marino para ciertas actividades humanas como, por ejemplo, el transporte marino, la extracción de gas y petróleo, las energías renovables, las piscifactorías y la eliminación de residuos. El problema es que esto se hace normalmente sector por sector, caso por caso, sin demasiada consideración de los efectos sobre la actividad humana o sobre el ambiente marino.

Tanto Europa como la China, los Estados Unidos y la mayor parte de los países centroamericanos cuentan con regulaciones vigentes en esta disciplina; resulta una tarea pendiente para nuestro país sistematizar el conocimiento sobre el medio marino e impulsar regulaciones para una planificación espacial marina que contemple los intereses nacionales.

El fondo del Mar Argentino es la pampa sumergida y las terrazas y los cañadones patagónicos hundidos en el mar. Su exploración minera y científica es un nuevo horizonte productivo para la Argentina de 2050. En una época de «guerras híbridas» y de superpoblación, la Argentina y sus asociados regionales deben trazarse una política de conocimiento científico de la región (el mar como región-plan) para diseñar su política científica, comercial y, por supuesto, una defensa adecuada, moderna, ágil y disuasoria. Las áreas protegidas, la plataforma submarina, la fisiografía del Mar Argentino, su expansión racional junto con su política antártica debe ser planteada como una política de Estado, consensuada por la comunidad científica y las distintas expresiones políticas. Debemos alcanzar el año 2050 con la Argentina que nos merecemos.

Por Adolfo Koutoudjian y Malena Lucía Reyes


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