coronavirus
Pacientes con el nuevo coronavirus reciben tratamiento en un hospital de Wuhan, China. / (REUTERS)

La repercusión local e internacional que ha alcanzado la pandemia del nuevo coronavirus no deja de sorprender e inquietar día a día. Sin duda, constituye ya un parteaguas global todavía en curso. En el espacio de esta columna no puedo sino limitarme a esbozar algunas cuestiones.

Tal vez lo primero a resaltar sea que la inédita parálisis que alcanza a gran parte del mundo —incluyendo a los países más desarrollados— responde menos a la fortaleza del virus en sí, que a la debilidad de los sistemas sanitarios nacionales y la virtual inexistencia de un sistema global.

El mundo nos ha fallado. Es decir, los líderes políticos y los gobiernos han desestimado las múltiples alertas que han sido proclamadas para quien quisiera escucharlas. La OMS ya en 2015 planteaba que el mundo no estaba preparado para nuevas pandemias. “La interrelación entre humanos y animales es tan cercana debido a la deforestación y otras causas que va a seguir habiendo nuevas infecciones emergentes”, afirmaba la entonces directora del organismo, Margaret Chan.

Existen profundos desestabilizadores actuales  tales como el cambio climático —con lluvias crecientes—, la deforestación, las migraciones y el turismo, entre los principales.

Por supuesto, cada país está desigualmente unido para enfrentar la pandemia. Pero resulta patente la necesidad de una gobernanza sanitaria que articule la responsabilidad de los líderes políticos con el sistema sanitario propiamente dicho. El Reino Unido, por caso, con uno de los mejores sistemas de salud del mundo, frente a este particular fenómeno, evalúa detenidamente la toma de decisiones políticas a aplicar. Han sido los países del sudeste asiático quienes han brindado mejor respuesta a la pandemia, entre otras cuestiones, porque se han preparado previamente, tras el brote de otros coronavirus, el denominado SARS (síndrome agudo respiratorio severo) y del MERS (síndrome respiratorio de oriente medio).

En nuestro país, lla larga decadencia sanitaria que padecemos desde décadas, se hará notar en breve, si no lo está haciendo ya. Justamente, las tan celebradas medidas tempranas de aislamiento no hacen más que dilatar lo inevitable. Si queremos mitigar el colapso sanitario debemos sumar en principio un Plan B, o más bien, una saga de fases del plan de contención actual que lo complementen. La clave pasa por la identificación de las regiones y poblaciones infectadas, para su aislamiento selectivo y tratamiento específico correspondiente. Para ello, los test son una herramienta prioritaria de orientación clave, dada la particularidad de la pandemia. No se trata solo de sumar camas, que poco pueden hacer frente a cuadros avanzados de sintomatología, sino de formación profesional, cuantitativa y cualitativa, y de coordinación logística. En una palabra, falta de planificación estratégica, de previsión, de protocolos procedimentales. Que no se malinterprete, las medidas de distanciamiento social son necesarias pero insuficientes ante la ausencia de su evaluación mediante modelos matemáticos.

Los déficits del ‘modelo argentino’

Evidentemente, no se puede subsanar en semanas las deficiencias acumuladas por décadas, pero en vez de vanagloriarnos de un supuesto “modelo argentino”, debemos mirar a nuestra realidad  sanitaria de frente y ver al rey desnudo. Desde hace ya 18 años que bimensualmente llamo la atención sobre las deficiencias del área sanitaria nacional en la revista Médicos, proponiendo la construcción de un Sistema Federal Integrado de Salud a partir de un Acuerdo Sanitario, y desde hace más de tres décadas que lo hago en libros. No me queda más que insistir en esos puntos nodales.

No contamos con la infraestructura necesaria, salas de aislamiento, indumentaria especial, laboratorios de diagnóstico, parque tecnológico operativo, provisión de fármacos, personal de enfermería, entre otros. Falta formación médica. Faltan profesionales formados, de manera sistemática y continua en las distintas regiones de nuestro  territorio. No alcanza con contar con unos puñados de centros prestigiosos, o muchos profesionales brillantes, para enfrentar una pandemia con caracteres tan particulares, donde se torna prioritario evitar la mortalidad del paciente grave.

El coronavirus, lo mismo que el dengue y otros virus e infecciones, muestran la falla estructural de un planteo sistemático sanitario y científico tecnológico. Constituyen un fenómeno político, social y cultural —además de económico—, un verdadero stress test para la sanidad pública que nos compele a recordar a Mario Bunge, quien señaló que no hay estructura sin sistema, ni sistema sin función, función sin órgano, ni órgano sin finalidad. En este caso, la finalidad es la salud, y el órgano debería  ser un Gabinete Operacional Conjunto con una Estrategia de Gestión Integrada —en lugar de un “comité de crisis”—, que cuente con componentes que existen pero no están articulados, y por tanto, tampoco aprovechados. Para así responder a los requisitos de un tablero de comando al servicio de la tríada planificación-gestión-evaluación, en una situación dinámica e inestable como la que se enfrenta. En este sentido, resultan provechosas las enseñanzas de a René Thom quien desarrolló la modelización de los sistemas complejos y las nociones topológicas frente a las catástrofes, estudiando las variables de control, es decir las que limitan la dinámica del sistema.

El método epidemiológico

El Estado no debe solo restringirse  a un control activo, sino que debe garantizar el diseño y monitoreo, asumiendo su responsabilidad en resguardo de la salud pública. Se requiere un nuevo modelo organizacional, que ponga en el centro el método epidemiológico: modo razonado de detectar, actuar, obrar y proceder.

El conjunto a  articular incluye como nodos básicos los siguientes componentes:

  • La Epidemiología panorámica que se construye a partir de registros satelitales que utilizan variables biológicas, matemáticas, astronómicas y físicas, a cargo del Instituto de Altos Estudios Espaciales Mario Gulich de Córdoba.
  • Un Grupo de Sistemas Complejos, que se ocupe de crear el mapa logístico de la dinámica de propagación, para evaluar así la transmisión y contagio.   Se torna imprescindible a la labor del tablero de comando tener apoyatura demográfica y urbanística al servicio de la estrategia  táctica y logística a desplegar, a fin de obtener a partir del análisis de datos, las mejores conductas posibles con el propósito de combinar la interdicción horizontal con la interdicción vertical, según perfiles de riesgo, de manera de elaborar la plantilla de estrategia dinámica, y así proteger a los más vulnerables hasta que se establezca la inmunidad comunitaria para cumplir con la gradualidad racional.
  • El Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Dr. Julio Maiztegui”, de Pergamino
  • El Instituto Carlos G. Malbrán
  • El Hospital Javier Muñiz de enfermedades infecciosas de la Ciudad de Buenos Aires.
  • los Centros de Informática y Bioestadística Epidemiológica aportados por las Universidades
  • Una Agencia de Información y Comunicación, que debería tener a su cargo el centralizar las campañas, las alertas, y los partes diarios de comunicación.

Hoy más que nunca queda demostrado que la heterogeneidad del área sanitaria no es más que un eufemismo por la desigualdad. La realidad de millones de argentinos que viven en situaciones de gran precariedad como las llamadas villas que hacen imposible una cuarentena estricta no es una cuestión económica o social separada de la sanitaria. Son dos caras de la misma moneda. La salud de la población no depende únicamente del sistema sanitario, sino también en gran medida por las condiciones de vida: vivienda, infraestructura, acceso a agua potable, ingresos, educación, condiciones laborales.

La crisis desnuda la realidad que no queríamos ver, tanto sanitaria como económica y social. Más que un nuevo desafío, la pandemia nos enfrenta a viejos problemas preexistentes que se tornan más prístinos y urgentes. Abramos los ojos y actuemos.


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