covid-19
Cuatro agentes de la Policía Federal con tapabocas en la Estación de Once, Ciudad de Buenos Aires. /TELAM

La cuarentena oficial alcanzará el 28 de junio los 100 días en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). La mesa de coordinación tripartita —Nación, CABA y provincia de Buenos Aires— basó la decisión de extenderla en las proyecciones de posibles escenarios para enfrentar lo que puede ser una catástrofe provocada por el COVID-19, como vimos en otros países. En este punto hace falta una reflexión. ¿Hasta cuándo se puede extender el confinamiento y cuál es el papel que juegan los ciudadanos en la pandemia?

El confinamiento masivo está lejos de plantear al ciudadano como un aliado en la lucha contra el COVID-19. La batalla por mantener a la sociedad encerrada se escuda en el bien común, pero constituye un deterioro inadmisible de las libertades individuales. Punitivizar cada acción y mantener el estado de alerta impide que el ciudadano desarrolle nuevas costumbres. El ejemplo más claro se vio días atrás con el comportamiento de los runners. Cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires habilitó la actividad física, miles de porteños salieron a la calle. La imagen sintetiza el vínculo con la autoridad y la cuarentena: el individuo avalado por un protocolo se expone al virus, sin importar el riesgo. La imagen más amplia es más aterradora: miles de runners se exponen al virus en frente de los desposeídos y nuevos indigentes, que sobreviven a las frías noches de la ciudad y no tienen la opción de quedarse en casa.

La lógica punitivista establece el aislamiento obligatorio como un mandato que no favorece la cooperación. Fomenta el enfoque individual, y no la construcción social. Es un sálvese quien pueda, pero te estaré vigilando. 

En otros países se buscó la cooperación ciudadana y la responsabilidad cívica para hacer frente al COVID-19. Al virus lo derrotamos entre todos, sí, pero estas son las medidas de protección y sos grande, así que confiamos en que sabrás cómo cuidarte. Es lo que hizo Suecia, un caso controvertido y polemizado en Argentina, pero no debatido con seriedad.

El ejemplo del VIH-SIDA sirve para entender por qué las personas deben ser consideradas aliadas en la lucha contra el virus. Pasaron décadas desde la aparición de la llamada peste rosa —una denominación con una pesada carga estigmatizante— hasta que las sociedades entendieron que cuidarte era responsabilidad de cada uno. Pasarán muchas más hasta que desaparezca el estigma social, que no sirvió para desalentar los contagios.

La punitivización no es el único camino. La alternativa es ejercer una vigilancia ambiental integradora, que busque empoderar a los ciudadanos y hacerlos responsables del cuidado, individual y colectivo. Sin necesidad de un régimen disciplinario, donde el ciudadano es perseguido. Sin normalizar conductas que rayan el autoritarismo.


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