El histrionismo del candidato libertario se adapta a la perfección al formato y al público de las redes sociales como TikTok. Fuete; Tik Tok
El histrionismo del candidato libertario se adapta a la perfección al formato y al público de las redes sociales como TikTok. Fuete; Tik Tok

Los que votamos a candidatos de centro no pudimos, no supimos o no quisimos ver algo en las elecciones de este año. Algo sobre lo que debíamos haber advertido con mayor énfasis los que estudiamos ciencias sociales. No estoy seguro de que estemos a tiempo, pero vale la pena intentarlo.

Tiene que ver con una nueva forma de populismo potenciada por la tecnología.

Michel Foucault identificó durante el siglo XX un cambio en las dinámicas de poder con respecto a la política tradicional. Lo hizo en una época en las que emergieron líderes mesiánicos que interpelaban a los ciudadanos con una gran oratoria y discursos extensos, unos dispositivos que producían mensajes luego replicados en las radios, en las fábricas, los comercios o las casas. Foucault llamó microfísica del poder a esta concepción. Así, el poder político permeaba en la vida cotidiana.

Durante aquellos años avanzaron también las ideas de Carl Schmitt, que pregonaba una forma de hacer política maniquea, una confrontación entre amigos y enemigos. Nosotros y la antipatria. Encontrar culpables y un dogma sin matices, es fundamental para este tipo de liderazgos. Esa es la matriz del pensamiento del populismo.

En esta campaña vemos una nueva variante de aquellas ideas, pero adaptadas a los tiempos de Tik-Tok, Instagram, X (antes Twitter) o WhatsApp. Un mecanismo que, como describió la microfísica del poder de Foucault, llega a cada casa, en cada rincón del país. Un detalle, Tik Tok es una red social que mayormente habitan segmentos jóvenes que en términos de padrón son los que en muchos casos debutaron en los comicios. Fue Milei quien utilizó como ninguno de los otros candidatos esa herramienta y fue ese el segmento donde más arraso. Cierto que otros también lo intentaron pero quedaron, por el contrario, desdibujados pues ni el mensaje ni el protagonista generaban autenticidad ni identificación con el publico. Es el histrionismo del libertario el que se adapta mucho mejor a esta red de los jóvenes en donde pululan videos cortos y concretos.

Foucault planteaba que no había una distinción nítida entre gobernantes y gobernados en las relaciones de poder, sino que estaban interrelacionados. Desde esta perspectiva, el poder no es algo que se posee, sino que se comparte y es ejercido de diferentes formas. Claro que el Gobierno tiene poder, pero también los outsiders que operan a través de otros canales.

Un ejemplo: el periodista estadounidense Tucker Carlson realizó una entrevista a Javier Milei hace unas semanas, la compartió a través de X y tuvo millones de visualizaciones. ¿Eso no es una forma de poder? ¿ Quedó obsoleto el  paradigma de los medios tradicionales para influenciar al electorado?

Milei representa por derecha lo que el kirchnerismo expresó por izquierda durante años. Una concepción autoritaria del poder. El kirchnerismo atacó el sistema democrático republicano y llegó incluso a incumplir fallos de la Corte Suprema de la Nación. Esto es inaceptable en un sistema de pesos y contrapesos republicanos. Pero la reacción de Milei no propone mejores instituciones, sino lo contrario. La avenida del centro se achica y se agrandan los extremos, porque uno alimenta al otro.

Los pactos entre extremistas de izquierda y derecha son más que conocidos en la historia. Están los que creen en derechos y no le dan relevancia a las obligaciones; en el otro extremo están los que creen que hay derechos, pero que se ocupe el mercado. En el medio quedamos los que creemos en derechos y obligaciones, pero articulados entre lo público y privado.

El historiador Eric Hobsbawm llamó al período entre 1914 y 1991 “la era de los extremos”, comenzando con las ideas totalitarias y reaccionarias de principio de siglo y terminando con la caída del régimen soviético. Hay momentos de la historia que son así: con poco espacio para el centro. Ocurrió al final de la República Romana, con el surgimiento del cesarismo; o con la llegada de Napoleón Bonaparte al poder tras la revolución burguesa de 1789. Son tiempos de crisis donde el zeitgeist, el espíritu de época, es más propicio para liderazgos populistas. Momentos que Antonio Gramsci describió con una frase famosa: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. En ese claroscuro surgen los monstruos”.

Estamos transitando un mundo complejo dominado por la cuarta revolución industrial. Una revolución que trae beneficios, pero también desafíos como la destrucción de puestos de trabajo por la digitalización de la economía o los cuestionamientos a la democracia representativa. Hay ganadores, pero también muchos que se quedan en el camino.

Estas crisis provocan ansiedades en la sociedad. Una paradoja de los momentos de transición es que el diálogo y los consensos entre distintos actores son fundamentales, pero el electorado los percibe como las causas de los males reinantes. Ven el sistema incapaz de resolver los problemas. Crece la desconfianza en los políticos. Más si se toma en cuenta el historial de la mayoría, que no resiste un archivo.

En Argentina la población sufre mes a mes la pérdida de poder adquisitivo y más del 40% de la población está en la pobreza. En este contexto, los candidatos que conectan mejor con ese estado de ánimo son los más aceptados. Milei conecta con esa frustración y esa bronca. No importan sus propuestas, importa su indignación.

Estoy convencido que muchos de los votantes que buscan una salida racional, arreglar lo que está mal sin romper el sistema de raíz, se sienten en su inconsciente atraídos por estas políticas de rompimiento. Una cosa es decir que hay que pasar con una motosierra por la grasa que hay en el Estado y otra cosa es racionalizar, jerarquizar o mejorar las capacidades en las estructuras de lo que ya está presente. Evidentemente, entre la gente cansada con el sistema prende más la primera propuesta. Más allá que a largo plazo se sepa que una cosa es lo que enuncia la retórica y los gestos y otra lo que permite la política. Dicho de otro modo, una cosa es ganar la elección y otra muy distinta gobernar.

Para ganar una elección, tocar las emociones funcionó. Al menos en las PASO.

Patricia Bullrich, candidata a presidente de Juntos por el Cambio, tiene otra estrategia. Una más en sintonía con la política tradicional, con armando equipos y el apoyo en pensadores que claramente están a favor de una democracia republicana y comprenden los valores éticos de la ilustración. Es loable la inclusión de Horacio Rodríguez Larreta, su adversario en las primarias, en un futuro gabinete  para mantener unida la coalición a pesar de las evidentes diferencias que tuvieron durante la campaña previa a las PASO.

Lamentablemente, la historia en este tipo de coyuntura está a favor del mesianismo.

Aunque también vale recordar un concepto de Juan José Sebreli para traer un poco de esperanza en nuestra humanidad: la razón y la emoción van a estar siempre desafiándose, el tema es elegir en su justa medida. Porque lo que nos diferencia del resto de los seres vivos es que somos racionales. Y eso es lo que define nuestra capacidad de supervivencia.


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