China
Grafitti de Xi Jinping. / Thierry Ehrmann (flickr.com)

La pandemia pegó fuerte en EEUU y generó serios problemas socioeconómicos que amenazan la estabilidad institucional. La crisis arraiga en una sociedad dividida y con facciones extremistas fomentadas por la verborragia del expresidente Donald Trump. El comienzo del gobierno de Joe Biden trajo cierta esperanza de cambio para sanar las heridas abiertas y recuperar el rumbo económico. Pero todos los imperios nacen y caen. Y la crisis de la potencia norteamericana es una oportunidad para China. ¿Estamos presenciando el fin de la supremacía mundial de EEUU?

Biden tiene los problemas domésticos como prioridad. En los primeros meses de su gobierno puso en marcha un ambicioso plan, por eso presentó un presupuesto de seis billones de dólares para “reinventar” la economía estadounidense en 2022. En caso de que el Congreso lo apruebe, será el mayor gasto público desde la Segunda Guerra Mundial y encaminará al país hacia una deuda récord. Pero Biden no puede descuidar el frente externo, sino que deberá recuperar el prestigio y el liderazgo de EE UU en el orden mundial. No es una tarea sencilla. Del otro lado del planeta, China comenzó a dejar atrás la pandemia.

China fue el país que más creció en el último trimestre de 2020, en el que registró una expansión del 6,5%. En el mismo periodo alcanzó el máximo superávit comercial y de cuenta corriente en su historia, que fue de 78.000 millones de dólares. La economía china parece que no tiene techo: las proyecciones para 2021 apuntan a un crecimiento del 9%. La bonanza permitió que su moneda, el renminbi, se fortaleciera 6,5% con respecto al dólar estadounidense. Pekín anunció en febrero de este año que había eliminado por completo la pobreza extrema en el país. Todo esto mientras la economía global se hundía por el efecto de la pandemia.

La diplomacia de Pekín continuó activa durante 2020. En noviembre pasado firmó el acuerdo para crear la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), la mayor zona de libre comercio del mundo. China sigue ganando influencia en los países subdesarrollados a través del suministro de vacunas, la promoción del comercio y las inversiones, a lo que suma la cooperación científico, militar y tecnológica. Un claro ejemplo son las naciones latinoamericanas, cada vez más dependientes del gigante asiático, que representa un desafío directo EEUU, que en los últimos años descuidó su patio trasero en el continente.

El liderazgo de Xi Jinping, el máximo dirigente de China, se vio fortalecido por haber superado rápidamente la pandemia, lo que es celebrado por el Comité Central del Partido Comunista como un verdadero triunfo. El partido considera que es una demostración de que el modelo político chino de liderazgo fuerte y centralizado es superior al caos de las democracias liberales que continúan lidiando con el COVID-19.

Hacia una China moderna

El 23 de julio se conmemorará el centenario de la fundación del Partido Comunista Chino, una fecha que Xi Jinping aprovechará para anunciar que el país alcanzó “una sociedad moderadamente próspera en todo aspecto”. Esto se suma a otro acontecimiento, que ocurrió en marzo: la puesta en marcha del decimocuarto plan quinquenal, que aboga por la construcción de una “Ruta de la Seda Polar”. El plan tiene como objetivo aprovechar mejor las nuevas fuentes de energía y las rutas marítimas más rápidas de China en el Ártico.

El gobierno chino está avanzando con una serie de cambios en el ámbito social, como la decisión de que las parejas puedan tener hasta tres hijos, en vez de dos. Este giro en su política de natalidad se debe al rápido envejecimiento poblacional, el menor numero de matrimonios y el aumento de divorcio que ponen en jaque la unidad tradicional familiar china. Estos cambios van acompañados a una reforma jubilatoria que prevé aumentos graduales en la edad oficial para jubilarse. La actual legislación la fija en 60 años para los hombres y 55 años para las mujeres.

En el marco de la rivalidad con EEUU, China invertirá más del 7% del PBI anual durante los próximos cinco años para lograr un desarrollo impulsado por la innovación y un crecimiento de alta calidad. En el ámbito de defensa, que siempre fue una prioridad para Xi Jinping, la política estará enfocada en modernizar al Ejército Popular de Liberación para desafiar el dominio militar de EEUU en el Pacífico, especialmente en el Mar de China Meridional y alrededor de Taiwán. Para cumplir estos objetivos se proyecta un aumento del presupuesto militar de un 6,9% con respecto al año pasado. China posee el segundo mayor presupuesto militar del mundo en la actualidad y viene en aumento hace dos décadas. Durante el mandato Xi Jinping, se ampliaron de manera considerable las capacidades de los misiles de largo alcance y se puso énfasis en la inversión en las fuerzas nucleares estratégicas. El mayor logró, sin embargo, fue el crecimiento rápido de la marina china, que actualmente tiene una flota nominal mayor que la estadounidense.

En materia de reforma política continúan los claroscuros, como se refleja en el uso tecnológico para controlar a su población y la intimidación a los disidentes en Hong Kong, que se suman al anuncio de nuevas leyes de seguridad para sofocar los intentos de democracia. También hay un férreo control en Xinjiang, Tíbet y Mongolia Interior y un constante acoso sobre Taiwán.

Otro aspecto crítico para el Partido Comunista Chino es evitar la tentación de influir en la gestión de las empresas privadas. El caso más emblemático fue la desaparición mediática del dueño de Alibaba, Jack Ma, que tuvo la osadía de cuestionar el régimen. Sería un error grosero que se impulsara una política de hostilidad hacia el capital privado, ya que puede generar desconfianza tanto de los inversores locales como de los extranjeros, dos pilares clave para el desarrollo del país.

Pekín logró durante la pandemia consolidar una posición predominante a nivel mundial, lo que se refleja en sus logros económicos, científicos, tecnológicos y diplomáticos. El mayor obstáculo es su régimen autoritario, un aspecto donde los líderes chinos no se muestran dispuestos a impulsar reformas, y puede convertirse en su mayor karma.


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