En los primeros rayos del sol del pasado 7 de octubre el mundo quedó horrorizado y conmovido ante las escenas de la barbarie sangrienta que desató el grupo terrorista fundamentalista islamista Hamas sobre la población civil en ciudades y kibutz del sur de Israel. Se trató del asesinato indiscriminado de más de 1400 israelíes y el secuestro de un más de centenar de personas, entre ellos niños y ancianos. La respuesta israelí no se hizo esperar con una concentración masiva de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la frontera de la Franja de Gaza con el fin de invadir el territorio y eliminar a los terroristas que gobiernan de facto allí. Intensos bombardeos e incesantes incursiones terrestres generaron grandes destrozos y múltiples bajas en la conducción y milicianos de Hamas, además de las pérdidas de 23.000 vidas civiles y miles de evacuados provocando una crisis humanitaria, que generó el rechazo de la comunidad internacional por los incesantes bombardeos.
Tres meses después del ataque de Hamás, hay quienes creen que Israel pretende que el conflicto en Gaza escale a todo Oriente Próximo. En concreto que Netanyahu, impopular y cuestionado por la comunidad internacional, busca salir de esta crisis provocando una guerra con Teherán. Pero ni Estados Unidos ni Irán ni ningún otro país tiene incentivos para ello.
En ese sentido el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, advirtió al Primer Ministro israelí que Israel está empezando a perder el apoyo y le recomendó a Bibi que debe moderar su estrategia de mano dura. Vale recordar que el actual ejecutivo de Israel es el más ultranacionalista y ortodoxo de la historia.
Esta nueva guerra en Oriente Medio sacudió el mapa geopolítico en la región y el mundo. La sensibilidad mundial se trastocó una vez más. El panorama arrastraba el antecedente reciente de la invasión a gran escala de Rusia en territorio ucraniano que modificó el orden geopolítico, un claro desafío al orden mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
En esta nueva lógica global quedó fijado el alineamiento diplomático, estratégico, con cierta ideología, y económico del eje China, Rusia e Irán. Para hacer frente a la férrea resistencia ucraniana, apoyada por la OTAN, que se vino desmoronando a fines del 2023, con varios avances actuales del ejército ruso, Moscú necesito de armamento iraní y del apoyo diplomático de Pekín.
En el caso de la teocracia iraní, se trata de un país que quedó aislado y necesita nuevos aliados y socios comerciales que le permitan cierta legitimidad internacional. En cambio, China atraviesa una crisis económica por las turbulencias del mercado inmobiliario, crecimiento lento y un alto desempleo juvenil, pero pudo paliar la situación ahorrando miles millones de dólares gracias a la importación récord de petróleo, a menor precio, de Rusia e Irán sometidos a sanciones económicas por parte de Occidente.
Por eso, este nuevo eje con coincidencias y enemigos en común denuncian y desafían la hegemonía de Estados Unidos y, a su vez, poner en jaque el orden internacional existente establecido por Occidente. En esa dialéctica diplomática planteada, las posiciones enfrentadas obligan a cada vez más naciones a optar por un bando.
Dos visiones del mundo
Como ocurrió con la invasión rusa a Ucrania, el actual conflicto en Oriente Medio entre Israel y Hamas ha dejado en evidencias las diferencias de Occidente con Rusia y China.
Estás marcadas diferencias ponen en relieve no sólo las culpas de la escalada de violencia y sus motivos y fundamentos sino, también, sobre los puntos de vista de las normas que sostienen y sustenta las relaciones internacionales. En definitiva, es ver la posición de quién tuvo las culpas y el por qué de los hechos.
Por un lado, se enfrenta el ideario de las democracias occidentales contra el autoritarismo de Moscú, Pekín y Teherán. Y quedó plasmado con la invasión rusa a Ucrania con el reposicionamiento de los países a favor y en contra.
Rusia con el apoyo de China presentó la invasión a Ucrania como una defensa ante el avance de la OTAN en su zona de influencia. En cambio, Washington y Kiev manifiestan que la agresión rusa es un intento claro de nostalgia de la época de dominación del imperio soviético que viola los últimos acuerdos de soberanía internacionales.
Respecto a Oriente Medio es latente la divisoria en la región. Puntualmente China y Rusia hasta el momento no condenaron el accionar de Hamas. Su posiciones fueron críticas al trato de Israel hacia los palestinos con acciones como el corte de la electricidad y el suministro de agua así como al número de víctimas civiles. Ambas naciones, principalmente Rusia, denunciaron la “deshumanización los ataques israelíes en Gaza”.
Precisamente la situación de los civiles palestinos llevó al presidente estadounidense, Joe Biden, a manifestar sus reparos al gobierno israelí al accionar militar y poner límites a los socios políticos ultraortodoxos y nacionalistas de Bibi. Puso énfasis en encontrar una salida diplomática y que permitan la entrada de ayuda humanitaria en Gaza.
El blindaje sobre la figura golpeada políticamente y cuestionada del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, busca que se acople de a poco a los pedidos solicitados y no perjudique los intereses regionales de Estados Unidos o el propio Israel. Vladimir Putin con sus sutilezas características aprovechó una vez más para tildar a EE. UU como el máximo culpable del conflicto.
Por su parte, China viene demostrando un interés especial en hacer crecer su influencia en Oriente Medio presentándose como un aliado confiable y honesto a diferencia de Washington. Ya lo demostró con la victoria diplomática que logró, en 2023, Pekín con el acercamiento sorpresivo entre Irán y Arabia Saudita.
Referido al accionar de Israel, China dejó en claro su posición crítica manifestando que “las acciones de Israel ya se han extendido más allá de la autodefensa, hacia el castigo colectivo de los palestinos de Gaza”.
Ironías del destino tanto Moscú y Pekín auspician y apoyan la liberación y autodeterminación del pueblo palestino, pero para Washington ambas naciones no actúan de la misma manera con los ucranianos, los tibetanos y los uigures en sus propios casos. Además, del constante avance amenazante de China sobre Taiwán.
Rusia, que tiene varios intereses en la región, apela a las relaciones con las naciones árabes en favor de Palestina en países como Jordania, Egipto y las monarquías del Golfo que no simpatizan con Hamas, con la excepción de Qatar, o los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, estos estados árabes mantienen buenas relaciones con Estados Unidos y decentes con Israel y no están interesados en la propagación del conflicto ni mucho menos en recibir refugiados desde Gaza. Independientemente tanto Egipto y Qatar han auspiciado como mediadores para lograr una salida al conflicto. El miedo latente es la posible implicación total del Hezbollah que hasta el momento atacó desde sus posiciones desde el sur del Líbano a Israel y recibió represalias con ataques con drones y misiles que provocó la muerte de varios de sus militantes y en especial la de un alto rango militar de la organización chiita, Uisam Hasán al Tauil, alias “Yauad”.
Washington también quiere evitar que el conflicto se propague en el norte. Por eso, despachó un portaaviones en la zona como advertencia al Hezbollah y su principal sostén Irán, para advertir que mejor ni piensen en abrir un segundo frente contra Israel desde el sur del Líbano..
Desde el fin de la Guerra Fría que Moscú siempre estuvo molesto de la presencia dominante de Estados Unidos en Oriente Medio. Para el Kremlin es esencial que continúen las hostilidades y perjudiquen al corto o largo plazo las intenciones que tenía Biden de concretar la normalización de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Israel. Rusia, que fue un sostén importante para mantener la dictadura de Bashar al-Ásad en Siria e influyen en Libia y otras naciones africanas, se acercó a Irán, patrocinador de Hamas, necesitado del armamento persa para la guerra con Ucrania. Sin embargo, tanto Moscú como Teherán no tienen los mismos intereses en la región. A Putin no le conviene que la actual situación se extienda en la región por la sola razón de que sería perjudicial para sus intereses, si son participes Siria y el Líbano, donde Rusia tiene bases militares. La conveniencia para el Kremlin es que el conflicto se mantenga entre Israel y Hamas con la atención total de Estados Unidos y deje de lado el apoyo militar a Ucrania como vino sucediendo con la última negativa de los republicanos en el Capitolio del no envío de material bélico a Kiev.
Por último, en el caso de Irán, acusado como el máximo instigador de este nuevo conflicto por su apoyo a Hamas para evitar las buenas relaciones israelí-saudí, la situación pone a la república islámica en una situación incómoda porque puede perjudicar su proyecto hegemónico en la región si la escalada se extiende y se involucra activamente Estados Unidos. Sin dudas, Teherán no está interesado de entrar del todo al conflicto, por eso utilizan a sus marionetas de Hamas y Hezbollah como puntas de lanza. Le sirve el estado actual de conflicto por el valor agregado que tiene para neutralizar los conflictos internos a raíz de los problemas socioeconómicos y los recelamos por la falta de derechos civiles, principalmente el papel de la mujer. En concreto, la atención focalizada en Israel disminuye el riesgo a la posibilidad de un movimiento disidente tome las armas para terminar con los Ayatolá, con el antecedente reciente de la semana pasada del doble atentado suicida, mientras se celebraba la ceremonia por el cuarto aniversario de la muerte del general de las Fuerzas Quds Qasem Soleimani en la ciudad de Kerman, que causó la muerte de 91 personas y fue reivindicado por el Estado Islámico.
Con las variables actuales y los principales conflictos sin resolver el mundo se mantiene polarizado y en alarma constante.
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