Cristina Fernández
El presidente, Alberto Fernández, y la vicepresidenta, Cristina Fernández, en la asución del nuevo gobierno, el 10 de diciembre de 2019. /TELAM

Pasó un año desde la noticia que sacudió el mundo político. Alberto Fernández era el bendecido de Cristina Kirchner para la presidencia. Esta decisión empezó a configurar la unión del peronismo, algo impensado para muchos en ese momento. Sergio Massa, Felipe Solá, Fernando Pino Solanas, Daniel Scioli, los sindicalistas de todas las ramas, gobernadores en ciernes como Omar Perotti y otros ya curtidos, como Juan Manzur, Sergio Uñac, el siempre arisco Carlos Verna y el persistentemente oficialista Gildo Insfrán. ¿Todos ellos juntos?, se preguntaron los analistas políticos. Cuando los discípulos de Perón huelen el poder, todo es posible. Los compañeros se juntaron para ganar; luego verían como armar el tablero del poder. De esta manera nació el Frente de Todos, una combinación entre el peronismo de “buenos modales” y el kirchnerismo.

La única que tenía realmente armada la trama de esta historia era Cristina Fernández. Esto queda cada vez más claro con el correr del tiempo. La ilusión del albertismo se desvanece con las medidas que se implementan, jornada tras jornada, y reflejan el poder creciente en manos de la expresidenta y su núcleo duro.

Los frentedetodistas desembarcaron en la Casa Rosada con el objetivo de superar de manera exitosa la negociación de la deuda y se encontraron en el camino con el sacudón de la pandemia del COVID-19. El kirchnerismo aprovechó esta incertidumbre y tomó la posta del mando. Los primeros síntomas se vieron en la política exterior. Tanto por la ambigüa posición sobre la situación en Venezuela como por una serie de errores estratégicos que llevaron al choque diplomáticos con todos los países vecinos.

La segunda muestra fue el proyecto de expropiación de Vicentin bajo la bandera de la “soberanía alimentaria”. El kirchnerismo festejó la propuesta de una nueva estatización. Una línea política que juraba no desear el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. La posible expropiación también incomodó al gobernador de Santa Fe, Omar Perotti.

El tercer síntoma es el recrudecimiento de la confrontación impulsada por el oficialismo. Se ve en la actitud más hostil hacia los medios, en las críticas los que se quejan de la cuarentena o en el cuestionamiento a los porteños. “El problema central es que tenemos una mirada muy porteña”, planteó el Alberto Fernández, el primer presidente peronista porteño. La Ciudad de Buenos Aires es, claro, el principal bastión opositor.

Mantener la grieta abierta

Jaime Duran Barba, el gurú político de la administración anterior, aconsejaba mantener a Cristina Fernández como rival principal. A la larga, planteaba, iba a llevar la discusión al plano de honestidad contra corrupción y, gracias a esa disputa, Cambiemos iba a salir vencedor. La historia demostró lo contrario.

Cristina aprendió de las derrotas electorales de 2013, 2015 y 2017. Supo correrse al costado de la escena y perdonar a varios expatriados peronistas con pasado kirchnerista que fueron muy duros con ella. Entre ellos, Alberto.

Sorprende la capacidad de la vicepresidenta para dominar la escena en silencio. Un óptimo mutis. Paciente, mantiene asegurado un gran poder en todas las esferas. A la vez, prepara una dulce revancha por todo lo que sufrío lo cuatro años del gobierno de Cambiemos. Mauricio Macri ya está siendo investigado por una causa de las escuchas ilegales a opositores y a colaboradores cercanos. La Unidad de Información Financiera (UIF) también acusó al exmandatario por defraudación del Estado, lavado de dinero y fuga de capitales, en una investigación asociada al caso Vicentin.

Como socia mayoritaria del gobierno, Cristina Fernández ostenta un inmenso margen de acción. Y da señales en forma permanente de que no está plenamente alineada detrás de Alberto Fernández. 


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