Palestina
Un hombre ondea uan bandera de Palestina en una marca en Estambul, Turquía, el 14 de mayo de 2021. / Ömer Yıldız (unsplash.com)

Siete años de calma, sin conflictos significativos entre Israel y Hamás, volaron literalmente por los aires. La mecha que encendió el polvorín tenía varias puntas. Una de ellas fue la desafortunada coincidencia del Ramadán, el mes sagrado del islam, con la celebración del Día de Jerusalén, que conmemora la ocupación israelí de la parte oriental de Jerusalén en 1967, tras la Guerra de los Seis Días. Este año cayó el 10 de mayo y fue la excusa para que árabes y judíos se enfrentaran en la Explanada de las Mezquitas, como la conocen los árabes, también llamada Monte del Templo por los judíos. La escalada de violencia derivó en bombardeos cruzado que hasta el lunes habían provocaron la muerte de 212 palestinos y 12 israelíes. 

La tensión empezó a aumentar el 6 de mayo pasado con la decisión de un tribunal de Israel de desalojar a seis familias árabes  de sus casas en el barrio de Sheikh Harah, en Jerusalén Este. La justicia argumentó que las familias palestinas ocupan ilegalmente viviendas que eran de propiedad de judíos antes de la conformación del Estado de Israel en 1948. Por las protestas de los palestinos, la Corte Suprema de Israel decidió postergar 30 días el desalojo, pero el ambiente ya se había recalentado.

El rezo de los fieles musulmanes en la mezquita de Al Aqsa del día siguiente se convirtió en el escenario de una manifestación contra los desalojos en Sheikh Harah. Tras el final de la ceremonia, la multitud no se dispersó y comenzó un enfrentamiento con la policía. Los manifestantes arrojaban piedras y zapatos, la policía respondió con balas de goma y gases lacrimógenos, algunas de las cuales explotaron dentro de la mezquita. La represión fue considerada ofensiva por los musulmanes: Al Aqsa es el tercer lugar más sagrado del Islam, ya que se considera que desde allí el profeta Mahoma ascendió a los cielos. Algunas marchas palestinas pedían el fin del Estado de Israel; las respuestas de los ultraortodoxos judíos llevaban consignas de “muerte a los árabes”. Era solo cuestión de horas hasta que la organización terrorista Hamás entrara en escena.

El grupo extremista Hamás gobierna de facto la Franja de Gaza desde 2007. Está inspirado en el Hezbolá libanés y es apoyado por Irán. Aunque inicialmente despertó cierta simpatía de la población por la construcción de escuelas y hospitales, con el tiempo se impuso el descontento por los problemas económicos y la rigurosidad religiosa que pesa sobre los jóvenes y las mujeres. Los incidentes de Al Aqsa fueron la oportunidad de Hamás para ganar protagonismo y lanzar un bombardeo sobre Israel. Para entender por qué adoptó una posición tan drástica hay que mirar antes la política interna en Palestina.

La interna palestina

En Palestina se tendrían que haber celebrado las elecciones parlamentarias el 22 de mayo. La fecha había sido convenida por el presidente palestino, Mahmoud Abbas, con al gobierno de EEUU. El calendario electoral hubiera seguido con las presidenciales el 31 de julio y las elecciones al Consejo Nacional Palestino el 31 de agosto. Abbas, sin embargo, decidió el 29 de abril suspender los comicios. La excusa fue que Israel no iba a permitir que votarán los palestinos de Jerusalén Este. Los opositores a Abbas consideran que fue una maniobra para evitar la derrota de su partido, Al Fatah, ante los extremistas de Hamas, que medían bien en las encuestas.

Actualmente el territorio palestino está dividido. Hamás controla Gaza y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) gobierna en Cisjordania, bajo la tutela de Israel. El oficialismo en la ANP es Al Fatha, el partido de Abbas que fue fundado en 1958 por Yasser Arafat. Hamás aspira a gobernar sobre toda Palestina y estaba cerca de lograrlo hasta la suspensión de las elecciones. Tras los disturbios en la Explanada de la Mezquita decidió recuperar la iniciativa.

Hamás comenzó el 10 de mayo una campaña de bombardeo diario contra Israel con el lanzamiento de misiles sobre las principales ciudades. Hasta la fecha lanzaron casi 3.000 proyectiles. La respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel no se hizo esperar. Con misiles teledirigidos atacaron los puntos de inteligencia y logística de Hamás. Los ataques de ambas fuerzas causaron daños colaterales en la población que es víctima de esta escalada de violencia.

La ironía es que la política interna en Israel también era propicia para que iniciara una guerra. 

El trasfondo político en Israel

En las últimas elecciones parlamentarias en Israel, el 23 de marzo, ganó el partido gobernante Likud, encabezado por el actual premier Benjamín Netanyahu. Pero su formación política obtuvo solo 30 escaños, lejos de las 61 bancas que se requiere para formar una mayoría parlamentaria. Al ser el partido más votado, sin embargo, el presidente, Reuven Rivlin, encargó a Netanyahu que realizara las rondas de consulta para formar gobierno con otros partidos.

Ante el fracaso de las negociaciones de Netanyahu, Rivlin encomendó formar gobierno al periodista Yair Lapid, del partido de centro y laico Yesh Atid. Lapid comenzó a tejer una alianza innovadora y difícil, que incluía a partidos de derecha judía, laicos e islámicos. Logró el apoyo de Naftali Bennett, líder del partido de derecha Yamina, y de Mansur Abbas, del partido islámico Raam. El estallido del conflicto armado hundió las posibilidades de este acuerdo, ya que bloquea cualquier entendimiento entre judíos y musulmanes. Los disturbios se extendieron incluso hacia las ciudades denominadas mixtas, donde conviven israelíes árabes con israelíes judíos. Por ejemplo, hubo enfrentamientos violentos, con saqueos y peleas callejeras, en las ciudades de Lod y Acre.

El enfrentamiento dio un nuevo aire político a Netanyahu, que no solo había perdido popularidad por el desgaste de 12 años en el poder, al que accedió en 2009, sino por los casos de  corrupción que se amontonan en su contra.

En caso de que ninguno de los líderes políticos lograra conformar una mayoría en la Knéset (el parlamento israelí), podría darse un hecho inédito: la celebración de la quinta elección en menos de dos años. 

La solución de los dos Estados

El fuego cruzado entre Israel y Palestina vuelve a poner sobre la mesa la discusión sobre la mejor solución para la cuestión palestina. Una discusión interminable desde que Reino Unido disolvió en 1947 su mandato sobre Palestina y traspasó el problema a Naciones Unidas. En la ONU se acordó dividir la zona en dos estados, uno árabe y otro judío, con las ciudades de Jerusalén y Belén bajo jurisdicción internacional. El plan fue aceptado por el liderazgo judío de Palestina, pero rechazado por los árabes. Así comenzó la guerra de partición en 1948, el primero de los muchos enfrentamientos armados que ocurrieron desde entonces. 

Las alternativas a la solución de dos Estados hoy parecen inviables. Una es la unificación en un único país mixto: árabe y judío. Una opción que tiraría por la borda los Acuerdos de Oslo de 1993, que establecía un marco de convivencia entre Israel y la ANP. La segunda alternativa es un Estado federal donde israelíes y palestinos tengan su propia autonomía y los mismo derechos. Una idea que es vista descabellada por ambos sectores.

Cualquier salida al conflicto necesita diálogo y tolerancia para una convivencia pacífica. Algo que demanda la mayoría de los israelíes y palestinos, pero que juega en contra de los intereses de los fundamentalistas de uno y otro lado.


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