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El Papa Pablo VI saluda a una multitud en Kampala, Uganda, en 1969

Uno de los grandes aportes del pontificado de Pablo VI está en la encíclica Populorum Progressio, documento que consolidó una doctrina social, política y económica al que se le dio el nombre de Desarrollo Integral. Los postulados enunciados por el Papa Pablo VI mantienen su vigencia aún después de haberse cumplido más de 50 años de su publicación.

Nacido en 1897 en la región de Brescia (Italia), Giovanni Battista Montini fue uno de los pontífices que tuvo que enfrentar simultáneamente dos hechos que marcaron la posguerra: la Guerra Fría y el Concilio Vaticano II. Lejos de refugiarse en la comodidad de la indiferencia, tomó un rol activo en la resolución pacífica de los sucesos durante su pontificado.

Unos meses después de explotar la crisis de los misiles entre Estados Unidos y Cuba, el Papa Juan XXIII abandonó físicamente un mundo convulsionado que amenazaba con una tercera guerra mundial entre las dos potencias de la época, la URSS y Estados Unidos. El sucesor al sillón de San Pedro asumió el 21 de junio de 1963 y tomó el nombre de Pablo. Denominado el primer Papa viajero, Montini honró al apóstol y llevó el mensaje del Evangelio a los conco continentes, convirtiéndose además en el primer Sumo Pontífice en intervenir ante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, en 1965.

Si bien su gran obra no se restringe únicamente a sus aportes intelectuales y escritos, Pablo VI fue autor de siete encíclicas, entre las que trató sobre el control de la natalidad y la vida en el matrimonio (Humane Vitae), el mandato de la Iglesia en el mundo contemporáneo (Ecclesiam Suam) y la referida a la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (Populorum Progressio). A su vez, tuvo la noble y difícil tarea de ser el primer Papa en llevar adelante —a través de acciones concretas— el espíritu reformista que había dejado el Concilio Vaticano II, el evento más trascendental de la historia de la Iglesia Católica durante el siglo XX. Como consecuencia, realizó modificaciones en la Curia, en la corte pontificia y en la liturgia, y sumó a las santas Teresa de Jesús y Catalina de Siena como las primeras mujeres en formar parte del privilegiado grupo de Doctores de la Iglesia, en reconocimiento a sus sólidas contribuciones para el catolicismo en materia de fe y doctrina.

El desarrollo es el nuevo nombre de la paz

Publicada en 1967, en la carta encíclica Populorum Progressio se ve con mayor claridad la cosmovisión de Pablo VI durante su pontificado. Dicho documento, que forma parte de la Doctrina Social de la Iglesia, realiza un urgente y fervoroso llamado a todas las naciones para convencerlas a ejecutar una acción solidaria que se oriente hacia el pleno desarrollo de los pueblos.

A modo de diagnóstico de su época, el nacido en Brescia notaba que aquellos tiempos —la década de los sesenta— evidenciaban un desequilibrio creciente entre las naciones, sosteniendo que “unos producen con exceso géneros alimenticios que faltan cruelmente a otros”, a lo que se le añadía “el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder”. Ante esta situación, el Papa llamaba a una acción conjunta que tenga en cuenta los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales, sin pretender que la Iglesia se mezclara en la política de los Estados.

Respecto al concepto de desarrollo, Pablo VI no lo entendía como una mera reducción al crecimiento económico. Para ser auténtico, escribió el pontífice, el desarrollo debe ser integral, “es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”. Esta concepción del desarrollo coincide con la interpretación que hace el desarrollismo argentino. En línea con la visión cristiana del desarrollo, Arturo Frondizi sostenía que “el progreso económico y social sólo será fecundo si sirve al desarrollo espiritual del país”. Cabe destacar que Frondizi, presidente argentino entre 1958 y 1962 que llevó adelante políticas provenientes de la teoría del desarrollismo, trabajó en el documento papal de Pablo VI, en la isla de Cerdeña.

Asimismo, el Papa Pablo VI clasificó al desarrollo integral como un deber comunitario, ya que cada uno forma parte de la sociedad y es una obligación para con todos para hacer avanzar a la humanidad por el camino de la historia. Montini concluye que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz porque “combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el bien común de la humanidad”.

El aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la cooperación en el bien común y la voluntad de paz, son algunos de los ideales a los que hay que tender para la conquista de un verdadero desarrollo, sostiene Pablo VI en la encíclica. Este verdadero desarrollo se podrá realizar en toda su plenitud para que cada uno y todos pasemos de “condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”. En contraposición a dicha realización, en Populorum Progressio se manifiesta que uno de los principales destructores de un sistema propicio al desarrollo de los pueblos más azotados por la miseria es el capitalismo liberal, que olvida que la economía está al servicio del hombre y no del lucro.

En consonancia a otros autores que contribuyeron al pensamiento socialcristiano como Maritain y Lebret, el documento papal reivindica al Estado como un instrumento que debe estar al servicio de la persona humana. Además, realiza una convocatoria a los Estados soberanos para la acción de una obra común, sustentada sobre la base del diálogo, la fraternidad y la solidaridad universal. En la realización de esta tarea global, Pablo VI ubica al nacionalismo como un obstáculo, ya que “aísla los pueblos en contra de lo que es su verdadero bien” pero, al mismo tiempo, hace un llamado de que los sentimientos de amor a la propia nación estén “sublimados por la caridad universal, que engobla a todos los miembros de la familia humana”.

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El Papa Pablo VI en la Asamblea General de las Naciones Unidas
Una visión humanista para estos tiempos

La encíclica Populorum Progressio representa un aporte fundamental al tratarse de un pensamiento político, social y económico que ubica a la persona humana como el centro y fin de toda decisión pública. Su contribución a los tiempos actuales es evidente, en un mundo que opta por posiciones extremas y de aislamiento entre unos y otros. El llamado a un desarrollo integral con una visión profundamente humanista es el legado que el Papa Pablo VI nos ha dejado para estos tiempos. Las consecuencias económicas y sociales de la pandemia por el COVID-19 ya se están haciendo carne en aquellos pueblos que se encontraban previamente vulnerables a la llegada del virus. Se trata de un virus que no sólo ha modificado el comportamiento social en nuestra comunidad, sino también las relaciones entre las naciones. Ante este panorama, se mantiene vigente el llamado de Pablo VI por una autoridad mundial eficaz, cuya vocación sea fraternizar a todos los pueblos entre sí.

Preocupados por las consecuencias de la pandemia, no debemos dejar de reflexionar sobre sus causas. ¿Por qué el mundo no estaba listo para enfrentar esta situación en un contexto de progreso científico-tecnológico exponencial? ¿Cuáles fueron las acciones estrictamente humanas que llevaron a este descalabro? ¿Cómo hemos permitido abandonar a la suerte a las poblaciones subdesarrolladas con infraestructuras más precarias? No se trata de encontrar culpables, sino de erradicar de nuestras sociedades los vicios que perjudican la vida en comunidad y que imposibilitan el pleno desarrollo de todas las personas. En este sentido, la Academia Pontificia para la Vida publicó un documento titulado Humana Communitas en la era de la pandemia, donde alerta que lo que está ocurriendo es el resultado de “una compleja intermediación con el mundo humano de las opciones económicas y los modelos de desarrollo” y de la “avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso”. Como respuesta, la Fundación Populorum Progressio (creada en 1992 por el entonces Papa Juan Pablo II) actualmente está financiando 168 proyectos en 23 países de América Latina y el Caribe, con el fin de brindar ayuda alimentaria y contribuir a mitigar los efectos de la pandemia en las comunidades más necesitadas.

El compromiso con el desarrollo de cada pueblo es de carácter personal y universal. Para salir mejores de esta situación las personas nos debemos ayudar entre nosotros y los pueblos ayudarse entre los pueblos. No hay raza, religión o nacionalidad que sirva como excepción para que toda persona humana pueda vivir una vida plenamente humana. En la búsqueda de encaminarnos hacia la conversión de un mundo más fraterno, resulta indispensable una cooperación internacional que —como indica Pablo VI en la encíclica— ponga en común los recursos disponibles y así realizar una verdadera comunión entre todas las naciones.


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