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Xi Jinping y Donald Trump en Pekín, China, 9 de noviembre de 2017. / REUTERS

Desde su ascenso a la cúspide del Partido Comunista en el 2013, Xi Jinping orientó el camino de China hacia una mayor apertura, un proceso con grandes rasgos de globalización permanente. La impronta económica de Xi generó roces en la convivencia con EEUU, un conflicto que se acentuó con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

La personalidad implacable de Xi Jinping, un hombre de apariencia impasible, moldeó aún con más énfasis la teoría del “socialismo con características chinas” impuesta por el reformista Deng Xiaoping. Durante su mandato, Xi acumuló un gran poder alrededor de su figura. Además de ser el Secretario General del Partido Comunista, ostenta la presidencia de la Comisión Militar desde 2012 y reformó la Constitución en 2018 para incluir la reelección indefinida. Un año antes, el 19° Congreso del Partido Comunista Chino había incluido en la constitución del partido el llamado Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era, que comenzó a estudiarse en las escuelas. Solo figuran los nombres tres líderes chinos en este documento: Mao Zedong, Deng Xiaoping y Xi Jinping.

China ha sido el mayor beneficiario de las últimas décadas de la globalización, un proceso que tuvo como correlato la desindustrialización de Europa, EEUU y América Latina. El país asiático absorbió el flujo de inversiones directas que permitió el crecimiento de sus exportaciones, al mismo tiempo que restringió las importaciones. Esto permitió que acumulara 3,4 billones de dólares de reservas, lo que respalda su poder financiero. El ingreso per cápita chino, sin embargo, es de 10.000 dólares, un sexto del estadounidense. Igualar el poder adquisitivo de EEUU es uno de los grandes desafíos que tiene Pekín por delante.

El avance cada vez más firme de China marca la competencia con EEUU. Tanto en las esferas económicas y  tecnológicas como en la ayuda militar a países emergentes y subdesarrollados. El secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, y el de Defensa, Mark Esper, condenaron en las últimas semanas la creciente influencia china en graves términos. Pompeo consideró un fracaso la política de conciliación desplegada en los últimos cincuenta años y calificó al presidente Xi Jinping como un verdadero creyente en la “corrupta ideología totalitaria del marxismo leninismo” que, sostiene, pretende la hegemonía mundial. El secretario de Estado también hizo un llamado a una alianza de naciones democráticas para frenar la expansión de China con el argumento de que el régimen de Pekín amenaza con destruir las libertades y buscan el sometimiento del mundo bajo la bota del Partido Comunista Chino.

Disputas territoriales

China tiene disputas fronterizas con Japón, Filipinas, Malasia, Vietnam, India, Indonesia y Bután. Dentro de esta escala de presión se suma la reciente Ley de Seguridad para Hong Kong, que generó conflictos diplomáticos con Reino Unido. Además, de las pésimas relaciones con Australia y el permanente hostigamiento a Taiwán. En la región, solo mantiene una buena relación con Corea del Norte. También estableció buenos vínculos con Irán y Venezuela. El principal escollo de la mala convivencia con sus países limítrofes es su reclamo sobre el Mar de China y la militarización de los islotes continuos a la zona que marcan una actitud de imposición al resto de Asia por el control de un área estratégica.

La postura de EEUU ante este avance en la región fue reafirmar sus compromisos con los países de la región Indo-Pacífico y atacó la política agresiva del Ejército de Liberación Popular en el Mar de China para apropiarse de los recursos pesqueros y de las reservas de gas y petróleo. El secretario de Defensa, Mark Esper, no hizo lugar al reclamo de soberanía sobre el Mar de China y se comprometió a defender los derechos de los países costeros, según están definidos en la Convención de Derechos del Mar de 1982.

A esta confrontación hay que sumarle el efecto de la pandemia. Desde que se supo la noticia del primer brote de Covid-19 en Wuhan, China, se escucharon acusaciones cruzadas entre Washington y Pekín. Trump se refirió de manera despectiva al “virus chino” o del “virus Kung Fu”. China no se quedó atrás y sugirió que el ejército estadounidense podría haber llevado el virus a territorio chino.

¿Posible distensión?

Las políticas de acercamiento entre EEUU y China quedan lejanas en el tiempo: comenzó con el famoso viaje de Richard Nixon a Pekín en 1972. Entonces ambos estaban unidos por un enemigo en común: la Unión Soviética. El siempre pragmático Deng Xiaoping tomó en 1978 la decisión de modernizar el país acompañado de una mayor cooperación con EEUU. Esto se vio en la contención del avance de Vietnam y la colaboración con Afganistán a raíz de la invasión rusa. La cooperación tuvo el reconocimiento que le permitió al país asiático llegar a acuerdos comerciales con varios países democráticos. El premio mayor llegó en 2001, cuando China ingresó a la Organización Mundial del Comercio.

El 3 de noviembre, EEUU elegirá un nuevo presidente. Como es habitual, en el gigante del norte reina el bipartidismo: hay dos opciones. Si gana Trump, es muy probable que nada cambie y se endurezca aún más la relación bilateral. Pero en caso de que se consagre el exvicepresidente Joe Biden, la incógnita es cómo será la relación de su administración con China. Si se sabe que los demócratas, con un lenguaje diplomático a diferencia de la verborragia de Trump, reclamarán a China que respete los derechos humanos y defenderán el reconocimiento de Taiwán. A pesar de estos dos indicios, aún no se conocen las definiciones concretas de Biden, que probablemente tenga que plantear en los debates presidenciales. Durante la presidencia de Obama reinó el pragmatismo y un diálogo fluido con China, además de  cierta contención y cooperación mutua a través del G20 para salir de la crisis económica iniciada en 2008. Lo más probable es que Biden retome ese camino.


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