Israel
Una bandera de Israel ondea y, en el fondo, se ve el Domo de la Roca, en la Explanada de la Mezquita o Monte del Tempo, en Jerusalem. / Reuters

Israel establecerá lazos diplomáticos con los Emiratos Árabes Unidos. Lo anunció la semana pasada el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y tomó al mundo por sorpresa. La decisión, sin embargo, no es algo extravagante, sino el resultado de una política sostenida de acercamiento de Israel a los países árabes. En un futuro inmediato, Tel Aviv espera alcanzar acuerdos similares con Baréin, Omán y Sudán. Israel se convirtió en los últimos años en una potencia regional gracias a una política exterior inteligente y a un salto económico que hace 30 años parecía inesperado. ¿Cómo lo logró?

Desde su nacimiento como Estado en 1948, Israel tuvo infinidad de conflictos bélicos con sus países limítrofes. Tras las guerras de los Seis Días en 1967 y la del Yom Kippur en 1973, sumado a las crisis petroleras de la década de los setenta, la economía de Israel estaba en ruinas. El nivel de vida caía día a día, la inflación era galopante y las internas políticas no acompañaban. Tampoco el conflicto con Palestina, que aún no se ha resuelto. A pesar de todas las dificultades que atravesó, este diminuto país se convirtió en los últimos años en la segunda mayor potencia tecnológica del mundo, solo detrás de Estados Unidos, y alcanzó elevados estándares de vida, que lo ubican entre los 20 países con mayor Índice de Desarrollo Humano del mundo, según las Naciones Unidas.

Las fuerzas políticas de Israel pudieron dejar a un lado las diferencias y llegar a acuerdos para sacar al país del caos económico y financiero que atravesaba en la década de los ochenta. Eso cambió todo. Tel Aviv logró además la firma de tratados de paz con otros países de Medio Oriente y al reconocimiento del Estado de Israel, primero por parte de Egipto con los Acuerdos de Camp David en 1978 y luego por Jordania, en 1994. Ambos acuerdos permitieron una relativa estabilidad, lo que facilitó que la economía se enderezara.

De una inflación por las nubes a la estabilización

Corría el año 1984 y la economía israelí sufría una inflación anual de casi 500%. El gasto público alcanzaba el 76% del PBI, principalmente por el gasto militar, que equivalía a casi el 26% del producto. El déficit fiscal promedio entre 1973 y 1984 fue del 17,3% del PBI, financiado en gran parte por emisión monetaria. La deuda externa duplicaba el PBI y ya no había Estados ni organismos internacionales dispuestos a seguir financiándolo. Israel estaba a punto de quebrar. Las reservas en dólares marcaban a mediados de 1985 que solo se podían afrontar las obligaciones de pagos para el trimestre siguiente.

La situación era catastrófica. Únicamente un gran acuerdo de todos los sectores políticos, sociales y económicos podía reflotar una economía tan golpeada. Los primeros intentos no llegaron a buen puerto. Las dos principales fuerzas políticas, Likud y el Partidos Laborista, conformaron un gobierno de unidad que no logró una concertación nacional con la Organización de Trabajadores y la Unión Empresarial para bajar la inflación y estabilizar la economía. Esto impidió que se avanzara con trasnformaciones políticas y económicas fundamentales.

Tras arduas negociaciones, sin embargo, el gobierno imprimió un giro radical en materia política y económica. Y en esa negociación tuvieron un rol central dos figuras emblemáticas: Shimon Peres, del Partido Laborista, y Ytzhak Shamir, de Likud.

El plan económico consistió en bajar el déficit fiscal, depreciar la moneda un 20% y congelar los salarios y el tipo de cambio. El siguiente paso fue otorgar una independencia total al Banco Central para determinar las tasas de interés y la política monetaria, a tal punto que la entidad tenía prohibido comprar deuda del gobierno. Además, se le otorgó al Departamento de Presupuesto del Ministerio de Economía completa potestad para monitorear la implementación del presupuesto y todo el gasto público. Por último, se aprobó la Ley de Reformas que permitió cambios en la política económica que eran necesarias para el equilibrio presupuestario.

El paquete de medidas incluyó la privatización de más de 90 empresas estatales. El proceso fue exitoso por una buena regulación por parte del Estado durante la transición. El resultado fue la creación de una gran cantidad de nuevos empleos y la reducción en un 50% del número de empleados públicos.

Todas las medidas adoptadas continuaron durante la década del 90 con periodos de crecimiento. A partir de 2000, la inflación bajó drásticamente y hasta 2017 se mantuvo en torno al 1,5% anual. Un dato curioso, visto desde Argentina: un año en el que la inflación llegó al 2,3%, casi cayó el gobierno.

Los inversores extranjeros dejaron de ver en aquellos años a Israel como un país en peligro de guerra constante, lo que facilitó la llegada de las inversiones. El éxito del plan económico también se vio fortalecido gracias a la llegada masiva de migración rusa judía que aportó un gran capital —financiero y humano—, lo que facilitó que funcionaran las empresas mixtas y tecnológicas que hicieron que el país saliera adelante. Israel creció año tras año a un ritmo del 4% anual. Ni siquiera dejó de crecer durante la crisis mundial del 2008.

Potencia tecnológica

Tel Aviv es el segundo polo de tecnología en el mundo después de Silicon Valley. Por eso se conoce a la ciudad con el apodo de Silicon Wadi. Israel concentra más de 4.000 compañías tecnológicas y 80 de las 500 empresas más importantes orientadas a la investigación y la innovación tienen filiales en el país. Entre ellas, Microsoft, Amazon, Google, Apple, Facebook, PayPal y Cisco. Israel es el tercer país con más empresas extranjeras cotizadas en el Nasdaq, la bolsa de valores que opera en Estados Unidos orientada preferentemente a compañías tecnológicas.

La clave del éxito israelí es el Programa Yozma, orientado  atraer capitales internacionales de riesgo para financiar nuevos emprendimientos. El gobierno invirtió 100 millones de dólares en proyectos de participación pública y privada. La condición era que los inversores privados aportaran 12 millones de dólares y el Estado aportaba 8 millones adicionales de inversión pública. El 40% del capital pertenecía al Estado, pero en caso de que los proyectos tuvieran éxito, los privados podían quedarse con todo el capital a cambio de pagar un interés muy bajo. Yozma fue lanzado en 1992 obtuvo un éxito rotundo. Desde entonces, todos los programas públicos aplicaron el mismo esquema, con resultados similares. Este fue el camino que llevó a que Israel se transformara en uno de los mayores ecosistemas de capital emprendedor del mundo.

Las políticas de incentivo a la inversión estuvieron acompañadas por un excelente sistema educativo desde la primaria hasta los estudios superiores. Israel ostenta 140 ingenieros por cada 10.000 trabajadores, siendo el país con más ingenieros per cápita laboral del mundo.

Con solo 72 años de vida, el Estado de Israel supo anteponerse ante dificultades impensadas. Muy superiores a las que tuvo que enfrentar alguna vez un país como Argentina a lo largo de su historia. Con base en escuchar al otro desde el disenso para lograr acuerdos, este país diminuto demostró una maduración política, social y económica que lo llevaron hacia una unidad nacional con condimentos de innovación y creatividad. Una trasnformación sorprendente que llevó a una economía inestable y que iba directo al desastre en una potencia regional. Y un claro ejemplo a imitar.


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