En una monarquía parlamentaria el rey es el Jefe de Estado, pero el Gobierno está en manos del ejecutivo y el legislativo. O sea, reina pero no gobierna, como decía el historiador y político francés Aldolphe Thiers. Argentina no es una monarquía ni es un sistema parlamentario, pero se plantea un fenómeno similar. El presidente es el Jefe de Estado, ¿pero es el que gobierna? Formalmente sí, pero cada vez queda más claro que el poder real está en manos de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Desde el inicio de la administración de Alberto Fernández, la vicepresidenta impone la agenda. Su impronta marca el día a día de la gestión. Tiene objetivos claros y, sin condicionamientos, avanza para hacerlos realidad. A pesar del tropiezo en el intento de estatizar Vicentín, continúa con la idea fija de que el Estado debe interferir cada vez más en la economía. La última avanzada fue el decreto 690, que declaró servicio esencial a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y congeló las tarifas de la telefonía fija y celular y de internet y de la TV paga. La intención de fondo es que el Estado intervenga en el mercado de las telecomunicaciones regulando los precios. A esto se suma otros pasos en falso en la toma de decisiones que no coinciden con la necesidad real de la agenda actual, marcada por la pandemia del COVID-19 que está haciendo estragos en la economía del país.
Fin de la ilusión: el albertismo no existe
La idea de que el presidente construya poder propio cada día queda más lejana. El albertismo fue solo una ilusión y más de un funcionario íntimo del Jefe de Estado admite que está decepcionado. También muchos de los opositores, que confiaban en que Alberto Fernández sería distinto. La permisividad con que le presidente deja que avancen las iniciativas del núcleo duro kirchnerista deja en evidencia que Alberto está completamente decidido a mantener su acuerdo con la vicepresidente. Las últimas iniciativas del Gobierno se fijaron con un discurso endurecido que evidencia que la moderación ya se esfumó.
Cristina demuestra que Gobierna, pero no de una manera tirana como señalan ciertos analistas de los medios contrarios o incluso algunos opositores. Eso sí, tiene el poder suficiente para hacer su voluntad y marcar la agenda del presidente. Esto se vio a las claras tras la reunión de Alberto con los empresarios del G6, un encuentro que generó malestar en la vicepresidente. También con el proyecto de reforma judicial que presentó el presidente y fue cambiado por Cristina minutos antes de la media sanción en el Senado. La vicepresidenta agregó a último momento una innumerable cantidad de cargos con altos costos económicos. Con este movimiento quedó pintada la ministra de Justicia, Marcela Losardo, que pertenece al círculo más cercano al presidente.
La avalancha de la reforma avanzará en la Cámara de Diputados, donde su titular y socio del Frente de Todos, Sergio Massa deberá, quizás, frenar la voracidad política de CFK. Massa cuenta con el aval del presidente, que ya dijo que no tiene apuro alguno. Le da tiempo a presidente de Diputados para negociar con la oposición, que se muestra cada vez más combativa y contraria a la reforma, y con otros bloques con una posición más cercana al oficialismo. No la tiene nada fácil. Y encima él no es un convencido de la reforma. Dentro del oficialismo se sugiere la idea de que el plan de Alberto y Massa es recuperar el espíritu inicial de la reforma judicial, con la inclusión de algunos cambios acordados con la oposición, y aprobarla con un número significativo de diputados. En ese caso, debería volver al Senado. Algunos se ilusionan con este giro político: si se concretara, sería una derrota de CFK y un triunfo de Alberto y Massa. Algo que hoy parece una utopía.
Otras de las cuestiones que dejan en claro que el gobierno vive una realidad paralela alejada de los verdaderos problemas de la sociedad es que todavía es inentendible que la Ley de Economía del Conocimiento, que es clave para el desarrollo de las industrias, siga atascada en el Senado después de haber sido aprobada por amplia mayoría en Diputados. En el país del revés las prioridades son otras.
El centro de la escena lo acampara la vicepresidenta acompañada de su brazo político, que es La Cámpora. La idea que planteó el presidente, en plena campaña, de gobernar con los 24 gobernadores fueron solo palabras. Cuando le advierte algún intendente del conurbano o gobernador que las intenciones de Cristina pueden sellar la suerte de su presidencia, encuentra del otro lado puro mutis del presidente. Sus acciones lo reflejan en la negativa persistente al armado propio. Y en el hecho de que haga oídos sordos al pedido de varios dirigentes de que asuma la conducción del PJ.
El nivel de dependencia del presidente con la agenda de Cristina es un hecho y parece difícil que en el futuro esa tendencia cambie. Pero en Argentina todo es posible.
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