Aceleracionismo
Protestas en la puerta del Consulado General de Chile en Buenos Aires, en 2019. /Francisco Uranga

El capitalismo en su fase neoliberal engendra su propio sepulturero digital. Algo así piensan el llamado aceleracionismo de izquierda. La globalización y la revolución tecnológica provocaron una transformación profunda de las sociedades. La desigualdad aumentó en los últimos 40 años a nivel global, es cierto, pero también fueron creadas nuevas herramientas que permiten soñar con el poscapitalismo. «En esta vertiente optimista, los algoritmos y las matemáticas no pertenecen al capitalismo», señala Jorge Alemán en un artículo publicado en Página/12. La solución no es luchar contra el avance del sistema, según los aceleracionistas, sino empujarlo hasta el límite.

Esta posición es una reacción de un grupo de intelectuales que considera que la izquierda está sumida en la melancolía, en una mirada obsesionada por un pasado que ya no dice nada del mundo actual y se conforma con denuncias estridentes. Que mira la realidad con un lente que es pura ideología: abstracciones en torno a unas relaciones económicas y sociales que ya no existen más. El Manifiesteo aceleracionista (Nick Land, 2013), basado en postulados marxistas-deleuzianos, apunta a la incapacidad de la política actual de generar nuevas ideas y modelos organizacionales que transformen las sociedades. Mientras las crisis se aceleran, la política se marchita y retrocede.

La globalización supone la extensión de las actividades sociales, políticas y económicas más allá de las fronteras. Las decisiones y sucesos en una región puede tener consecuencias en otras partes del mundo. Esto genera, naturalmente, tensiones y resistencias. Frente a este fenómeno, la izquierda se mueve en dos direcciones opuestas: repliegue o expansión. Las reivindicaciones de identidades localistas —que también se expresan en el chauvinismo de derecha o ultraderecha— son un movimiento de repliegue. El gobierno bolivariano de Venezuela es un ejemplo de esta respuesta. El chavismo ha sabido resistir a los dogmas del neoliberalismo, con formas y resultados decepcionantes.

En mayo de 2020 se lanzó la Internacional Progresista (Progressive International, en inglés), un movimiento global impulsado por el excandidato a la presidencia de EEUU Bernie Sanders y el exministro de finanzas griego Yanis Varoufakis, y que incluye a intelectuales como Noam Chomsky o Naomi Klein. Este proyecto es, en algún punto, la evolución de DiEM25, el espacio político liderado por Varoufakis a escala europea. La Internacional Progresista entronca con la tradición de la izquierda más globalista y optimista: apuesta a transformar la globalización, no replegarse en el nacionalismo. Es un movimiento de expansión, pero no es un grupo aceleracionista.

El aceleracionismo considera que el neoliberalismo ha sido la ideología hegemónica y, con variaciones, domina el escenario político en las potencias internacionales. Ante los desafíos estructurales que plantean los nuevos problemas globales, el capitalismo neoliberal no solo ha evolucionado, sino que se ha intensificado. Frente a esta potencia arrolladora, según el aceleracionismo, no se han encontrado enfoques para construir una economía solidaria: los movimientos sociales consumen su energía en los procesos internos de la democracia directa y proponen esquemas localistas que pretenden combatir la violencia abstracta del capital con la frágil y efímera autenticidad de la inmediatez comunal.

Karl Marx veía en el capitalismo incipiente una potencia capaz de articular una nueva sociedad, que superase las relaciones de producción establecidas en su seno. El capitalismo era la base, lo que hacía posible una sociedad comunista. La historia del comunismo real, el estalinismo soviético y sus variantes, siguió un camino muy alejado del ideal marxista. Pero esa misma lógica está en los postulados del aceleracionismo: el capitalismo es un obstáculo para la emancipación de las sociedades, pero también un proceso transformador que puede generar una nueva sociedad. El cognatario, neologismo que combina conocimiento y proletario, contectado a través de la tecnología, puede ser el sujeto del cambio de un modo de acumulación capitalista hacia una economía poscapitalista.

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